ALGUNAS ANÉCDOTAS DEL GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN
POR: JOSE A. GAMARRA AMARO
FRAILE REALISTA
Luego de Chacabuco, San Martín se permitió una
venganza humorística contra los realistas españoles. Un fanático fraile
agustino, haciendo un juego de palabras, había predicado contra él durante el período
de la misa: “¡San Martín! ¡Su nombre es una blasfemia!”, había exclamado desde
el púlpito sagrado. “No le llaméis San Martín, sino Martín, como a Martín
Lutero, el peor y más detestable de los herejes”. El general, llamando a su
presencia y con ademán terrible, fulminándolo con su mirada, lo apostrofó: “¡Cómo!
¡Usted me ha comparado a Lutero, quitándome el San! ¡Cómo se llama usted?”
“Zapata, señor general”, respondió el fraile, humildemente. “Pues desde hoy le
quito el Za, en castigo, y lo fusilo si alguien le llama con su antiguo
apellido”. Al salir a la calle un correligionario le llamó por su nombre. El
fraile aterrado, le tapó la boca y prorrumpió en voz baja: “¡No! ¡No soy el
padre Zapata, sino el padre Pata! ¡Me va en ello la vida!”.
ESTOS LOCOS
Para probar el temple de sus oficiales organizó una
corrida de toros y los echó a lidiadores al ruedo, en celebración del
aniversario del 25 de mayo: Al observar y aplaudir el temerario arrojo con que
se portaron, dijo a Bernardo O´Higgins, que estaba a su lado: “Estos locos son
los que necesitamos para derrotar a los españoles”.
LOS VINOS DE MENDOZA
Manuel de Olazábal, jefe de escolta del Ejército de
los Andes, cuenta que el General lo había invitado a comer junto con Mosquera
un amigo colombiano y Antonio Arcos, jefe del Ejército de los Andes. “-Usted
verá como somos los americanos que en todo preferimos lo extranjero-“ le
comentó. Al momento San Martín encargó unas botellas de vino mendocino y luego
uno de Málaga. Cuando pidió la opinión a sus invitados, manifestaron su
preferencia por el vino español, entonces riéndose, el anfitrión contó
deliberadamente que había mandado a cambiar las etiquetas.
SAN MARTIN EL ABUELO
Merceditas entró llorando en la habitación donde se
encontraba el abuelo, lamentándose de que le habían roto su muñeca preferida y
de que ésta tenía frío. San Martín se levantó, sacó del cajón de un mueble una
medalla que pendía de una cinta amarilla y, dándosela a la nieta, le dijo: −
Toma, ponle esto a tu muñeca para que se le quite el frío. La niña dejó de
llorar y salió de la habitación. Un rato después entró la hija del prócer,
madre de Merceditas, y dijo a San Martín: − Padre, ¿no se ha fijado usted en lo
que le dio a la niña? Es la condecoración que el gobierno de España le dió a usted
cuando vencieron a los franceses en Bailén. San Martín sonrió con aire bonachón
y replicó:
− ¿Y qué? ¿Cuál es el valor de todas las cintas y
condecoraciones si no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?
PREMIO POR OBEDIENCIA
También es conocida su anécdota con el centinela de
guardia que tenía orden de no dejar pasar al polvorín del regimiento con botas
herradas y espuelas por motivos de seguridad. Para probarlo, el mismo San
Martín fue dos veces con ese calzado y fue detenido por el cabo. Tras ello, se
presentó con alpargatas (calzado de lona, con suelas de esparto, cáñamo o goma
que se sujeta al pie por presión o con unas cintas que se atan al tobillo) y le
dio una onza de oro al soldado, quien había puesto a una instrucción suya como
ley del lugar por encima de cualquier persona.
MANO BLANCA
Álvarez Condarco había sido enviado por San Martín
a explorar los pasos cordilleranos de Uspallata, los Patos y principalmente el
campo de Chacabuco. Este fue detenido luego de obtener la información y el
general español Marcó lo envió de regreso con una nota en la que decía: “Firmo
con mano blanca, no como la de su jefe que es negra”. Esto quería decir que San
Martín, según el general realista, había traicionado a España volviendo a
América para darle la independencia. Después de la batalla de Chacabuco, el
derrotado Marcó fue llevado ante la presencia de San Martín, que irónicamente
lo saludó diciéndole: “General, venga esa mano blanca”.
ENCUENTRO CON NAPOLEON
Es conocida la destacada actuación de San Martín en
la batalla de Bailén en las inmediaciones de Andalucía, tal mérito le valió no
sólo una condecoración, sino también su ascenso a Teniente Coronel. Más allá de
dicha victoria Francia logra tomar posesión de toda España y cuenta la historia
que ingresando Napoleón Bonaparte a una de las ciudades donde se encontraba San
Martín, Napoleón ve el uniforme que vestía el futuro libertador y con una
mirada penetrante y tocándolo con el dedo índice le dice “Bailen” reconociendo
la bravía del batallón y por otra parte doliéndole el triunfo que las tropas de
San Martín le habían propiciado a sus granaderos.
¡QUIERO HABLAR CON EL SEÑOR SAN MARTIN!
El capitán Toribio Reyes, pagador de los sueldos
del regimiento, llega a la casa de San Martín, para contarle que se ha gastado
el dinero que tenía para pagar a los soldados. Le explica que acude al Señor
San Martín, porque no quiere que se entere el general San Martín, de una acción
tan vil que ha cometido y para expresarle su arrepentimiento. El libertador le
pregunta si el general lo sabe y Toribio le responde que no, entonces le dice:
– ¿Cuánto dinero necesita? − 20 onzas, que pienso devolver en cuanto me sea
posible – respondió el pagador. San Martín le da el dinero y le recomienda, que
no se entere el General San Martín porque sería capaz de pasarlo por las armas.
EL CORREO INDIO DE SAN MARTIN
Esperando el momento propicio para entrar a Lima,
San Martín estableció su campamento en Huaral. En Lima contaba con numerosos
partidarios de la Independencia; pero no podía comunicarse con ellos porque las
tropas del general José de la Serna, jefe realista, detenían a los mensajeros.
Una mañana, el general San Martín encontró a un indio alfarero. Se quedó
mirándolo un largo rato. Luego lo llamó aparte y le dijo; -¿Quieres ser libre y
que tus hermanos también lo sean? -Sí, usía… ¡cómo no he de quererlo! –
respondió, sumiso, el indio. -¿Te animas a fabricar doce ollas, en las cuales
pueden esconderse doce mensajes? -Sí, mi general, ¡cómo no he de animarme! Poco
tiempo después Díaz, el indio alfarero, partía para Lima con sus doce ollas
mensajeras disimuladas entre el resto de la mercancía. Llevaba el encargo de
San Martín de vendérselas al sacerdote Luna Pizarro, decidido patriota. La
contraseña que había combinado hacía tiempo era: “un cortado de cuatro reales”.
Grande fue la sorpresa del sacerdote, que ignoraba cómo llegarían los mensajes,
al ver cómo el indio quería venderle las doce ollas en las que él no tenía
ningún interés. Díaz tiró una de ellas al suelo, disimuladamente, y el
sacerdote pudo ver un diminuto papel escondido en el barro. -¿Cuánto quieres
por todas? Preguntó al indio. Un cortado de cuatro reales – respondió Díaz,
usando la contraseña convenida. Poco después, el ejército libertador, usaba
esta nueva frase de reconocimiento. -Con días y ollas… ¡venceremos!
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