miércoles, 28 de julio de 2021

LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL ENTRE BOLIVAR Y SAN MARTIN

 

LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL  CON BOLIVAR Y EL RETIRO DE SAN MARTÍN DE LA VIDA PÚBLICA

POR: JOSE A. GAMARRA AMARO

 


La situación del Perú era complicada. Los realistas no habían sido derrotados del todo y se estaban reorganizando. Por diferencias políticas con San Martín y en reclamo de sueldos atrasados, Thomas Cochrane –llamado por el Libertador “el Lord Filibustero”– se retiró de Lima con la escuadra y una importante suma de los caudales públicos que recibió como pago. Como si esto fuera poco, comenzaban a advertirse signos de descontento entre la población limeña y el Perú profundo, que no estaban de acuerdo con las ideas de San Martín. Mientras los acomodados rechazaban a San Martín y a la independencia, los pueblos y la gente humildes pedían a gritos la expulsión de la esclavitud. 

El Libertador pidió ayuda al Río de la Plata. Los caudillos litorales, López y Ramírez, y el gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, se mostraron dispuestos a colaborar, pero el gobierno de Buenos Aires, el único en condiciones de financiar la operación, le negó toda clase de apoyo. Sólo le quedaba un recurso: unir sus fuerzas con las del otro libertador, el venezolano Simón Bolívar.

San Martín tenía cifrada sus esperanzas en la reunión cumbre. En vísperas de Guayaquil, al delegar el mando del gobierno peruano, expresó:

“voy a encontrar en Guayaquil al libertador de Colombia; los intereses generales de ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra entrevista necesaria. El orden de los acontecimientos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa”.1

La famosa entrevista de Guayaquil (Ecuador) se realizó los días 26 y 27 de julio de 1822. Entre San Martín y Bolívar había diferencias políticas y militares. Se ha pretendido llenar de misterio la entrevista, cuando en realidad ha quedado bastante claro lo que pasó en aquellos memorables días. Básicamente había dos temas en discusión. Mientras San Martín era partidario de que cada pueblo decidiera con libertad su futuro, Bolívar, preocupado por el peligro de la anarquía, estaba interesado en controlar personalmente la evolución política de las nuevas repúblicas. El otro tema polémico era quién conduciría el nuevo ejército libertador que resultaría de la unión de las tropas comandadas por ambos. San Martín propuso que lo dirigiera Bolívar y que él estaba en condiciones de ponerse a su orden, pero más estaba el orgullo de Bolívar, que con  ademán burlesco éste dijo que nunca podría tener a un general de la calidad y la capacidad de San Martín como subordinado.

Esta decisión tenía mucho que ver con la enemistad manifiesta de las autoridades porteñas, que habían abandonado a su suerte al Libertador y su ejército. El nuevo hombre fuerte de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, viejo enemigo de San Martín, había dado por concluida la campaña libertadora. Claro que para algunos suena mejor hablar de “misterio” antes que admitir que el Estado argentino –entonces en manos del “más grande hombre civil de la Argentina”, al decir de Mitre– había tomado la férrea decisión de destruir a San Martín, abandonándolo y quitandole toda capacidad de negociación y todo apoyo militar para terminar su gloriosa campaña. El general argentino tuvo que tomar entonces la drástica decisión de retirarse de todos sus cargos, dejarle sus tropas sin pedir nada a Bolívar y regresar a su país.

Así se sinceraba en San Martín en una carta enviada a su amigo el general Bernardo O’Higgins:

“Usted me reconvendrá por no concluir la obra empezada. Usted tiene mucha razón; pero más tengo yo. Créame, amigo, ya estoy cansado de que me llamen tirano, que en todas partes quiero ser rey, emperador y hasta demonio. Por otra parte mi salud está muy deteriorada: el temperamento de este país me lleva a la tumba; en fin, mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles y mi edad media al de mi patria. Creo que tengo el derecho de disponer de mi vejez”. 2

Tras la entrevista de Guayaquil, San Martín regresó a Lima y renunció a su cargo de Protector del Perú en estos términos:

“Presencié la declaración de la independencia de los Estados de Chile y el Perú: existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el imperio de los Incas, y he dejado de ser hombre público; he aquí recompensados con usura diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos; por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del Perú, pero en clase de simple particular y no más”. 3

Partió rumbo a Chile, donde permaneció hasta enero de 1823, cuando se trasladó a Mendoza. Desde allí pidió autorización para entrar en Buenos Aires y ver a su esposa que estaba gravemente enferma. Cuenta su compañero del Ejército de los Andes, Manuel de Olazábal, que al enterarse de que su querido jefe partía hacia Buenos Aires, decidió salir a su encuentro y acompañarlo.

San Martín conocía perfectamente los efectos que había producido entre la clase dirigente porteña su negativa a participar en la represión interna. Unos años antes, el representante chileno en Buenos Aires, Miguel José de Zañartú, ya le advertía a O’Higgins:

“Todos abominan de San Martín y no ven en él más que un enemigo de la sociedad desde que se ha resistido a tomar parte en las guerras civiles y ha impedido la marcha de sus tropas. A él atribuyen la sublevación de los pueblos y si se aumentan las desgracias de este país, creo que lo quemarán en estatua”.4

Rivadavia le negó el permiso argumentando que no estaban dadas las condiciones de seguridad para que entrase a la ciudad. En realidad, el ministro temía que el general se pusiese en contacto con los federales del Litoral y que, con su prestigio, diera un vuelco absoluto a la política local.

El gobernador de Santa Fe, Estanislao López, le envió una carta al Libertador, advirtiéndole que el gobierno de Buenos Aires esperaba su llegada para someterlo a un juicio por haber desobedecido las órdenes de reprimir a los federales. Incluso le ofrecía marchar con sus tropas sobre Buenos Aires si se producía tan absurdo e injusto juicio:

“Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes, que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que, a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V.E. en El Desmochado, para llevarlo a triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre Ríos hasta Montevideo”.5

El general le agradeció a López su advertencia y declinó su ofrecimiento para evitar “más derramamiento de sangre”. Ante el agravamiento de la salud de Remedios, pese a las amenazas, San Martín decidió viajar igual a Buenos Aires pero lamentablemente llegó tarde: su esposa ya había muerto sin que él pudiera compartir al menos sus últimos momentos. En el Cementerio del Norte hizo colocar una lápida de mármol en la que grabó su frase imperecedera: “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.

Difamado y amenazado por el gobierno unitario, San Martín decidió abandonar Argentina en compañía de su pequeña hija Mercedes, rumbo a Europa.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS:

 Arturo Capdevila, El pensamiento vivo de San Martín, Buenos Aires, Losada, 1945

2 José de San Martín, Epistolario secreto de San Martín, Buenos Aires, Jackson, 1947.

3 Comisión del Centenario, Tomo X, p. 356.

4 Carta de Zañartú a O’Higgins, Buenos Aires, 5 de febrero de 1820, en Archivo Nacional, Archivo de don Bernardo O’Higgins, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1949-1951, t. VI, pág. 193. Citado por Patricia Pasquali, San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Buenos Aires, Emecé, 2004.

5 Capdevila, obra citada.

lunes, 26 de julio de 2021

ANÉCDOTAS DEL GENERAL SAN MARTIN

 

ALGUNAS ANÉCDOTAS DEL GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN

                                                                             POR: JOSE A. GAMARRA AMARO


 

FRAILE REALISTA

Luego de Chacabuco, San Martín se permitió una venganza humorística contra los realistas españoles. Un fanático fraile agustino, haciendo un juego de palabras, había predicado contra él durante el período de la misa: “¡San Martín! ¡Su nombre es una blasfemia!”, había exclamado desde el púlpito sagrado. “No le llaméis San Martín, sino Martín, como a Martín Lutero, el peor y más detestable de los herejes”. El general, llamando a su presencia y con ademán terrible, fulminándolo con su mirada, lo apostrofó: “¡Cómo! ¡Usted me ha comparado a Lutero, quitándome el San! ¡Cómo se llama usted?” “Zapata, señor general”, respondió el fraile, humildemente. “Pues desde hoy le quito el Za, en castigo, y lo fusilo si alguien le llama con su antiguo apellido”. Al salir a la calle un correligionario le llamó por su nombre. El fraile aterrado, le tapó la boca y prorrumpió en voz baja: “¡No! ¡No soy el padre Zapata, sino el padre Pata! ¡Me va en ello la vida!”.

ESTOS LOCOS

Para probar el temple de sus oficiales organizó una corrida de toros y los echó a lidiadores al ruedo, en celebración del aniversario del 25 de mayo: Al observar y aplaudir el temerario arrojo con que se portaron, dijo a Bernardo O´Higgins, que estaba a su lado: “Estos locos son los que necesitamos para derrotar a los españoles”.

LOS VINOS DE MENDOZA

Manuel de Olazábal, jefe de escolta del Ejército de los Andes, cuenta que el General lo había invitado a comer junto con Mosquera un amigo colombiano y Antonio Arcos, jefe del Ejército de los Andes. “-Usted verá como somos los americanos que en todo preferimos lo extranjero-“ le comentó. Al momento San Martín encargó unas botellas de vino mendocino y luego uno de Málaga. Cuando pidió la opinión a sus invitados, manifestaron su preferencia por el vino español, entonces riéndose, el anfitrión contó deliberadamente que había mandado a cambiar las etiquetas.

SAN MARTIN EL ABUELO

Merceditas entró llorando en la habitación donde se encontraba el abuelo, lamentándose de que le habían roto su muñeca preferida y de que ésta tenía frío. San Martín se levantó, sacó del cajón de un mueble una medalla que pendía de una cinta amarilla y, dándosela a la nieta, le dijo: − Toma, ponle esto a tu muñeca para que se le quite el frío. La niña dejó de llorar y salió de la habitación. Un rato después entró la hija del prócer, madre de Merceditas, y dijo a San Martín: − Padre, ¿no se ha fijado usted en lo que le dio a la niña? Es la condecoración que el gobierno de España le dió a usted cuando vencieron a los franceses en Bailén. San Martín sonrió con aire bonachón y replicó:

− ¿Y qué? ¿Cuál es el valor de todas las cintas y condecoraciones si no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?

PREMIO POR OBEDIENCIA

También es conocida su anécdota con el centinela de guardia que tenía orden de no dejar pasar al polvorín del regimiento con botas herradas y espuelas por motivos de seguridad. Para probarlo, el mismo San Martín fue dos veces con ese calzado y fue detenido por el cabo. Tras ello, se presentó con alpargatas (calzado de lona, con suelas de esparto, cáñamo o goma que se sujeta al pie por presión o con unas cintas que se atan al tobillo) y le dio una onza de oro al soldado, quien había puesto a una instrucción suya como ley del lugar por encima de cualquier persona.

MANO BLANCA

Álvarez Condarco había sido enviado por San Martín a explorar los pasos cordilleranos de Uspallata, los Patos y principalmente el campo de Chacabuco. Este fue detenido luego de obtener la información y el general español Marcó lo envió de regreso con una nota en la que decía: “Firmo con mano blanca, no como la de su jefe que es negra”. Esto quería decir que San Martín, según el general realista, había traicionado a España volviendo a América para darle la independencia. Después de la batalla de Chacabuco, el derrotado Marcó fue llevado ante la presencia de San Martín, que irónicamente lo saludó diciéndole: “General, venga esa mano blanca”.

ENCUENTRO CON NAPOLEON

Es conocida la destacada actuación de San Martín en la batalla de Bailén en las inmediaciones de Andalucía, tal mérito le valió no sólo una condecoración, sino también su ascenso a Teniente Coronel. Más allá de dicha victoria Francia logra tomar posesión de toda España y cuenta la historia que ingresando Napoleón Bonaparte a una de las ciudades donde se encontraba San Martín, Napoleón ve el uniforme que vestía el futuro libertador y con una mirada penetrante y tocándolo con el dedo índice le dice “Bailen” reconociendo la bravía del batallón y por otra parte doliéndole el triunfo que las tropas de San Martín le habían propiciado a sus granaderos.

¡QUIERO HABLAR CON EL SEÑOR SAN MARTIN!

El capitán Toribio Reyes, pagador de los sueldos del regimiento, llega a la casa de San Martín, para contarle que se ha gastado el dinero que tenía para pagar a los soldados. Le explica que acude al Señor San Martín, porque no quiere que se entere el general San Martín, de una acción tan vil que ha cometido y para expresarle su arrepentimiento. El libertador le pregunta si el general lo sabe y Toribio le responde que no, entonces le dice: – ¿Cuánto dinero necesita? − 20 onzas, que pienso devolver en cuanto me sea posible – respondió el pagador. San Martín le da el dinero y le recomienda, que no se entere el General San Martín porque sería capaz de pasarlo por las armas.

EL CORREO INDIO DE SAN MARTIN

Esperando el momento propicio para entrar a Lima, San Martín estableció su campamento en Huaral. En Lima contaba con numerosos partidarios de la Independencia; pero no podía comunicarse con ellos porque las tropas del general José de la Serna, jefe realista, detenían a los mensajeros. Una mañana, el general San Martín encontró a un indio alfarero. Se quedó mirándolo un largo rato. Luego lo llamó aparte y le dijo; -¿Quieres ser libre y que tus hermanos también lo sean? -Sí, usía… ¡cómo no he de quererlo! – respondió, sumiso, el indio. -¿Te animas a fabricar doce ollas, en las cuales pueden esconderse doce mensajes? -Sí, mi general, ¡cómo no he de animarme! Poco tiempo después Díaz, el indio alfarero, partía para Lima con sus doce ollas mensajeras disimuladas entre el resto de la mercancía. Llevaba el encargo de San Martín de vendérselas al sacerdote Luna Pizarro, decidido patriota. La contraseña que había combinado hacía tiempo era: “un cortado de cuatro reales”. Grande fue la sorpresa del sacerdote, que ignoraba cómo llegarían los mensajes, al ver cómo el indio quería venderle las doce ollas en las que él no tenía ningún interés. Díaz tiró una de ellas al suelo, disimuladamente, y el sacerdote pudo ver un diminuto papel escondido en el barro. -¿Cuánto quieres por todas? Preguntó al indio. Un cortado de cuatro reales – respondió Díaz, usando la contraseña convenida. Poco después, el ejército libertador, usaba esta nueva frase de reconocimiento. -Con días y ollas… ¡venceremos!

sábado, 3 de julio de 2021

¿QUÉ DECÍAN SOBRE EL GRAL. SAN MARTÍN QUIENES LO CONOCIERON?

 

¿QUÉ DECÍAN SOBRE SAN MARTÍN QUIENES LO CONOCIERON Y TRATARON?

POR: JOSE A. GAMARRA AMARO


     Los extractos de testimonios que se reproducen aquí fueron compilados en su mayoría por José Luis Busaniche en el libro – lamentablemente agotado -San Martín visto por sus contemporáneos. El informe de Bowles al Almirantazgo británico fue publicado por Ricardo Piccirilli en San Martín y la política de los pueblos (Ed. Cure, 1957).

INFORME AL ALMIRANTAZGO BRITÁNICO DEL COMODORO WILLIAM BOWLES, COMANDANTE EN JEFE DE LA ESTACIÓN SUDAMERICANA DE LA ARMADA REAL (AÑO 1818).

“Quizás no carezca de interés si concluyo este despacho con un pequeño boceto de la persona que ha sido su principal sujeto y que ciertamente no tiene igual al presente, en esta parte de América del Sur, sea por su influencia o por su talento. […].

El general San Martín tiene como cuarenta y cinco años; alto, reciamente constituido, de tez obscura y notable porte. Es perfecta su buena crianza y extremadamente placentero en sus modales y conversación. Su modo de vida es en sumo grado simple y austero y raramente se sienta siquiera a la mesa, comiendo en pocos minutos cualquier vianda que acontece estar lista cuando se siente con hambre. Se dedica laboriosamente a los asuntos, no tolerando que nada escape a su personal atención y llevando toda la correspondencia oficial sin ayuda de terceros.

Su única diversión es la práctica de tiro; de lo cual se paga mucho, declarando siempre su intención de retirarse de los negocios públicos en cuanto se concluya la guerra. Desdeña el dinero, y creo que está muy poco más rico que cuando yo vine a este país, aunque, si sus miras hubieran sido interesadas o personales, hubiese podido fácilmente amasar una voluminosa fortuna desde su entrada a Chile. Es ilustrado, lee mucho y posee mucha información general. Su concepción política es amplia y liberal, y lo es particularmente respecto del comercio, que entiende bien (…)

San Martín es extremadamente bien querido por todas las clases de su ejército, como que, con ser rigurosa su disciplina, sabe conciliar su respeto así como obtener su obediencia. […] Su salud es mala y está sujeto a violentas hemorragias pulmonares, lo que es consecuencia de una caída del caballo hace algunos años. Sólo es de esperar que la pacificación de este país tenga efecto antes de que pierda el único hombre en cuya integridad y desinterés se puede depositar confianza y cuya muerte sería seguida probablemente por nuevas escenas de anarquía y confusión […]”.

TESTIMONIO DEL CAPITÁN BASILIO HALL, "VIAJERO" INGLÉS, PROBABLEMENTE ESPÍA (AÑO 1920).

“A primera vista había poco que llamara la atención en su aspecto, pero cuando se puso de pie y empezó a hablar, su superioridad fue evidente. Es hombre hermoso, alto, erguido, bien proporcionado. Es sumamente cortés y sencillo, sin afectación en sus maneras, excesivamente cordial e insinuante y poseído evidentemente de gran bondad de carácter; en suma, nunca he visto persona cuyo trato seductor fuese más irresistible. En la conversación abordaba inmediatamente los tópicos sustanciales, desdeñando perder el tiempo en detalles; (…) mostraba admirables recursos en la argumentación… pero su manera tranquila era no menos sorprendente y reveladora de una inteligencia poco común”.

 

RETRATO DE SAN MARTÍN, POR SAMUEL HAIGH, VIAJERO INGLÉS  (AÑO 1817).

“Esa noche [N. de la E.: de mayo de 1817, en Santiago de Chile, durante un agasajo al comodoro Bowles, de la armada inglesa, cuya fragata estaba anclada en Valparaíso] fui presentado al general San Martín por míster Ricardo Price y me impresionó mucho el aspecto de este Aníbal de Los Andes. Es de elevada estatura y bien formado, y todo su aspecto sumamente militar: su semblante es muy expresivo, color aceitunado obscuro, cabello negro, y grandes patillas sin bigote; sus ojos grandes y negros tienen un fuego y animación que se harían notables en cualesquiera circunstancias. Es muy caballeresco en su porte, y cuando le vi conversaba con la mayor soltura y afabilidad con los que le rodeaban; me recibió con mucha cordialidad, pues es muy partidario de la nación inglesa. (…)

Muchos de mis compatriotas estaban en el ejército patriota y entre los presentes a la reunión se contaban el capitán O'Brien y los tenientes Bownes y Lebas; estos habían estado en la batalla de Chacabuco. [Extractado de Bosquejos de Buenos Aires, Chile y el Perú]”.


SAN MARTÍN VISTO POR UN AGENTE NORTEAMERICANO– W.G.D. WORTHINGTON (ENVÍA UN INFORME A SU MINISTRO EN WASHINGTON; ESTE DOCUMENTO SE ENCUENTRA EN LOS ARCHIVOS DE LA DIPLOMACIA ESTADOUNIDENSE)

“San Martín es una personalidad sobre la cual es necesario que usted tenga todos los datos que estoy en condiciones de hacerle conocer, aunque no sean muy prolijos y nada parecido a una biografía regular. Sin embargo, trataré de esbozar algunos de sus rasgos más salientes. Es nativo de la región del Virreinato de Buenos Aires colonizada en forma tan original por los jesuitas y que se llama el territorio de Misiones. San Martín vio la luz en un pueblo denominado Yapeyú. Tiene, según creo, 39 años; es hombre muy bien proporcionado, ni muy robusto ni tampoco delgado, más bien enjuto; su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquilina; el mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren una expresión singularmente simpática. Tiene maneras distinguidas y cultas y la réplica tan viva como el pensamiento.

Es valiente, desprendido en cuestiones de dinero, sobrio en el comer y el beber (…). Es sencillo y enemigo de la ostentación en el vestir, decididamente retraído y no le tienta la pompa ni el fausto. Aunque un tanto receloso y suspicaz, creo que esta personalidad sobrepasa las circunstancias de tiempo en que le ha tocado actuar y las personalidades con quienes colabora. Habla francés y español y fue ayudante del Marqués de la Solana en la guerra peninsular. (…)

Confía mucho, según creo, en sus cualidades de estratega como militar y en su sagacidad y fineza en materia de partidos y de política; sin embargo parece haber encontrado en sus cualidades militares los mejores y más eficaces medios para seguir adelante. Me temo que si lo hacen Director, en Buenos Aires no tardará en descubrir algún complot y si ocupa el sillón de gobernante aunque sea por un año, su salud, lo mismo que su fama, sufrirán mucho, si no resultan destruidas para siempre. Cuando se concentra demasiado en asuntos políticos y diplomáticos, suele sufrir hemorragia de los pulmones y es de natural predispuesto a la melancolía, con alguna sombra de superstición. (…)

Mi primera entrevista con él tuvo lugar después del desastre de Talca (Cancha Rayada). Me pareció que lo había conmovido mucho, pero lo soportaba como un hombre. (…)

Vi a San Martín después de la batalla de Maipú, porque estuve por la noche a congratular al Director (Bernardo de O'Higgins). San Martín estaba sentado a su derecha. Me pareció despreocupado y tranquilo. Vestía un sencillo levitón azul. Al felicitarlo muy particularmente por el reciente suceso, sonriendo con modestia, me contestó: -Es la suerte de la guerra, nada más.

Acompaño a Usted la proclama que dio después de la derrota de Cancha Rayada; me parece que es una muestra de sinceridad, no diferente al reconocimiento que hizo Napoleón de su desastre en la Campaña de Rusia. (…).

Con lo que dejo escrito estará usted en condiciones de formar una opinión sobre el Héroe de los Andes, a quien considero el hombre más grande de los que he visto en la América del Sur; creo que, de haber nacido entre nosotros, se hubiera distinguido entre los republicanos; creo también que, si se dirige al Perú, habrá de emanciparlo y que será el jefe de la Gran Confederación.

 


RETRATO FÍSICO Y MORAL DEL GENERAL SAN MARTÍN, POR JERÓNIMO ESPEJO  (SUBORDINADO DEL LIBERTADOR EN LAS CAMPAÑAS DE CHILE Y PERÚ).

“El general San Martín era de una estatura más que regular; su color, moreno, tostado por las intemperies; nariz aguileña, grande y curva; ojos negros grandes y pestañas largas; su mirada era vivísima; ni un solo momento estaban quietos aquellos ojos; era una vibración continua la de aquella vista de águila: recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo, y hacía un rápido examen de las personas, sin que se le escaparan aún los pormenores más menudos. Este conjunto era armonizado por cierto aire risueño, que le captaba muchas simpatías. El grueso de su cuerpo era proporcional a su estatura, y además muy derecho, garboso, de pecho saliente; tenía cierta estructura que revelaba al hombre robusto, al soldado de campaña. Su cabeza no era grande, más bien era pequeña, pero bien formada; sus orejas medianas, redondas y asentadas a la cabeza; esta figura se descubría por entero por el poco pelo que usaba, negro, lacio, corto y peinado a la izquierda, como lo llevaban todos los patriotas de los primeros tiempos de la revolución.

Su boca era pequeña: sus labios algo acarminados, con una dentadura blanca y pareja; (…) Lo más pronunciado de su rostro eran unas cejas arqueadas, renegridas y bien pobladas. (…)

Su voz era entonada, de un timbre claro y varonil, pero suave y penetrante, y su pronunciación precisa y cadenciosa. Hablaba muy bien el español y también el francés (dice Pueyrredón) aunque con un si es no es de balbuciente. Cuando hablaba, era siempre con atractiva afabilidad, aun en los casos en que tuviera que revestirse de autoridad. Su trato era fácil, franco y sin afectación, pero siempre dejándose percibir ese espíritu de superioridad que ha guiado todas las acciones de su vida. Tanto en sus conversaciones familiares cuanto en los casos de corrección, cargo o reconversión a cualquier subalterno suyo, jamás se le escapaba una palabra descomedida o que pudiese humillar el amor propio individual; elegía siempre el estilo persuasivo aunque con frases enérgicas, de lo que resultaba que el oficial salía de su presencia convencido y satisfecho y con un grado más de afección hacia su persona.

Jamás prometía alguna cosa que no cumpliera con exactitud y religiosidad. Su palabra era sagrada. Así todos, jefes, oficiales y tropa, teníamos una fe ciega en sus promesas. (…)

El general San Martín era de una inteligencia perspicaz, discreta y privilegiada. Como militar era tan diestro como experimentado en el servicio de campaña: estratégico como pocos; matemático hasta para las trivialidades; y previsor sin igual. (…) Como político, era observador, creador, administrador, con una pureza y tacto exquisitos. De una laboriosidad infatigable, y popular en sumo grado. Estas eran las cualidades que lo hacían apto para el mando”.