LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL CON BOLIVAR Y EL RETIRO DE SAN MARTÍN DE LA
VIDA PÚBLICA
POR: JOSE
A. GAMARRA AMARO
La
situación del Perú era complicada. Los realistas no habían sido derrotados del
todo y se estaban reorganizando. Por diferencias políticas con San Martín y en
reclamo de sueldos atrasados, Thomas Cochrane –llamado por el Libertador “el
Lord Filibustero”– se retiró de Lima con la escuadra y una importante suma de
los caudales públicos que recibió como pago. Como si esto fuera poco, comenzaban a advertirse signos
de descontento entre la población limeña y el Perú profundo, que no estaban de acuerdo con las ideas de
San Martín. Mientras los acomodados rechazaban a San Martín y a la independencia, los pueblos y la gente humildes pedían a gritos la expulsión de la esclavitud.
El
Libertador pidió ayuda al Río de la Plata. Los caudillos litorales, López y
Ramírez, y el gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, se mostraron
dispuestos a colaborar, pero el gobierno de Buenos Aires, el único en
condiciones de financiar la operación, le negó toda clase de apoyo. Sólo le
quedaba un recurso: unir sus fuerzas con las del otro libertador, el venezolano
Simón Bolívar.
San
Martín tenía cifrada sus esperanzas en la reunión cumbre. En vísperas de
Guayaquil, al delegar el mando del gobierno peruano, expresó:
“voy a
encontrar en Guayaquil al libertador de Colombia; los intereses generales de
ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la
estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra
entrevista necesaria. El orden de los acontecimientos nos ha constituido en
alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa”.1
La famosa entrevista de Guayaquil (Ecuador) se
realizó los días 26 y 27 de julio de 1822. Entre San Martín y Bolívar había
diferencias políticas y militares. Se ha pretendido llenar de misterio la
entrevista, cuando en realidad ha quedado bastante claro lo que pasó en
aquellos memorables días. Básicamente había dos temas en discusión. Mientras
San Martín era partidario de que cada pueblo decidiera con libertad su futuro,
Bolívar, preocupado por el peligro de la anarquía, estaba interesado en
controlar personalmente la evolución política de las nuevas repúblicas. El otro
tema polémico era quién conduciría el nuevo ejército libertador que resultaría
de la unión de las tropas comandadas por ambos. San Martín propuso que lo
dirigiera Bolívar y que él estaba en condiciones de ponerse a su orden, pero
más estaba el orgullo de Bolívar, que con ademán burlesco éste dijo que nunca podría
tener a un general de la calidad y la capacidad de San Martín como subordinado.
Esta decisión tenía mucho que ver con la enemistad
manifiesta de las autoridades porteñas, que habían abandonado a su suerte al
Libertador y su ejército. El nuevo hombre fuerte de Buenos Aires, Bernardino
Rivadavia, viejo enemigo de San Martín, había dado por concluida la campaña
libertadora. Claro que para algunos suena mejor hablar de “misterio” antes que
admitir que el Estado argentino –entonces en manos del “más grande hombre civil
de la Argentina”, al decir de Mitre– había tomado la férrea decisión de
destruir a San Martín, abandonándolo y quitandole toda capacidad de negociación
y todo apoyo militar para terminar su gloriosa campaña. El general argentino
tuvo que tomar entonces la drástica decisión de retirarse de todos sus cargos,
dejarle sus tropas sin pedir nada a Bolívar y regresar a su país.
Así se sinceraba en San Martín en una carta enviada
a su amigo el general Bernardo O’Higgins:
“Usted me reconvendrá por no
concluir la obra empezada. Usted tiene mucha razón; pero más tengo yo. Créame,
amigo, ya estoy cansado de que me llamen tirano, que en todas partes quiero ser
rey, emperador y hasta demonio. Por otra parte mi salud está muy deteriorada:
el temperamento de este país me lleva a la tumba; en fin, mi juventud fue
sacrificada al servicio de los españoles y mi edad media al de mi patria. Creo
que tengo el derecho de disponer de mi vejez”. 2
Tras la entrevista de Guayaquil, San Martín regresó
a Lima y renunció a su cargo de Protector del Perú en estos términos:
“Presencié la declaración de la
independencia de los Estados de Chile y el Perú: existe en mi poder el
estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el imperio de los Incas, y he
dejado de ser hombre público; he aquí recompensados con usura diez años de
revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la
guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la
elección de sus gobiernos; por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que
quiero hacerme soberano. Sin embargo siempre estaré pronto a hacer el último
sacrificio por la libertad del Perú, pero en clase de simple particular y no
más”. 3
Partió
rumbo a Chile, donde permaneció hasta enero de 1823, cuando se trasladó a
Mendoza. Desde allí pidió autorización para entrar en Buenos Aires y ver a su
esposa que estaba gravemente enferma. Cuenta su compañero del Ejército de los
Andes, Manuel de Olazábal, que al enterarse de que su querido jefe partía hacia
Buenos Aires, decidió salir a su encuentro y acompañarlo.
San
Martín conocía perfectamente los efectos que había producido entre la clase
dirigente porteña su negativa a participar en la represión interna. Unos años
antes, el representante chileno en Buenos Aires, Miguel José de Zañartú, ya le
advertía a O’Higgins:
“Todos
abominan de San Martín y no ven en él más que un enemigo de la sociedad desde
que se ha resistido a tomar parte en las guerras civiles y ha impedido la
marcha de sus tropas. A él atribuyen la sublevación de los pueblos y si se
aumentan las desgracias de este país, creo que lo quemarán en estatua”.4
Rivadavia
le negó el permiso argumentando que no estaban dadas las condiciones de
seguridad para que entrase a la ciudad. En realidad, el ministro temía que el
general se pusiese en contacto con los federales del Litoral y que, con su
prestigio, diera un vuelco absoluto a la política local.
El
gobernador de Santa Fe, Estanislao López, le envió una carta al Libertador,
advirtiéndole que el gobierno de Buenos Aires esperaba su llegada para
someterlo a un juicio por haber desobedecido las órdenes de reprimir a los
federales. Incluso le ofrecía marchar con sus tropas sobre Buenos Aires si se
producía tan absurdo e injusto juicio:
“Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y
del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a
concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los
Andes, que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a
V.E. que, a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V.E. en
El Desmochado, para llevarlo a triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E.
no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre
Ríos hasta Montevideo”.5
El
general le agradeció a López su advertencia y declinó su ofrecimiento para
evitar “más derramamiento de sangre”. Ante el agravamiento de la salud de
Remedios, pese a las amenazas, San Martín decidió viajar igual a Buenos Aires
pero lamentablemente llegó tarde: su esposa ya había muerto sin que él pudiera
compartir al menos sus últimos momentos. En el Cementerio del Norte hizo
colocar una lápida de mármol en la que grabó su frase imperecedera: “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa
y amiga del general San Martín”.
Difamado
y amenazado por el gobierno unitario, San Martín decidió abandonar Argentina en
compañía de su pequeña hija Mercedes, rumbo a Europa.
1 Arturo Capdevila, El pensamiento vivo de
San Martín, Buenos Aires, Losada, 1945
2 José de
San Martín, Epistolario secreto de San Martín, Buenos Aires,
Jackson, 1947.
3 Comisión
del Centenario, Tomo X, p. 356.
4 Carta de
Zañartú a O’Higgins, Buenos Aires, 5 de febrero de 1820, en Archivo
Nacional, Archivo de don Bernardo O’Higgins, Santiago de Chile,
Imprenta Universitaria, 1949-1951, t. VI, pág. 193. Citado por Patricia
Pasquali, San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria,
Buenos Aires, Emecé, 2004.
5 Capdevila,
obra citada.