ANDES
CENTRALES: PROCESOS RELIGIOSOS. CICLOS Y SUCESIONES RITUALES
POR: JOSE A. GAMARRA AMARO (IEP)
DE: OLINDA CELESTINO (CNRS)
INTRODUCCION
Los estudios
contemporáneos sobre religión, mito, ritual y evangelización en el Perú son
difíciles de presentar en un marco de balance general. Gran parte de los
trabajos realizados están impregnados de una vieja tradición que repite los
hallazgos, las afirmaciones y las conclusiones de algunos especialistas que
trabajaron a principios de este siglo o peor aún de los del siglo pasado. Sin
olvidar que estos últimos compartían, aceptaban y hasta copiaban las mismas
conclusiones y las generalidades de los autores del siglo XVI y XVII. No son
muchos los investigadores que han utilizado los conocimientos etnohistóricos
acumulados en las tres últimas décadas y son todavía más escasos los que
introdujeron tanto esquemas metodológicos renovados como modelos que condujeran
por nuevas rutas los trabajos sobre religión andina. A partir de estas
observaciones, nos hemos orientado a realizar una búsqueda larga pero necesaria
de los hechos etnográficos e históricos 1.
En el transcurso de los
últimos veinte años, a nivel hispanoamericano, se han realizado varios
esfuerzos de publicación de las fuentes primarias tanto del siglo XVI como del
XVII que estaban agotadas o que eran de difícil acceso a la consulta. De esta
manera, los autores de estos dos siglos han sido puestos al alcance tanto del
público en general como de los jóvenes andinistas y de los investigadores
profesionales. En la mayoría de los casos, estas nuevas ediciones gozan de
cuidadosos comentarios y de esmeradas introducciones críticas 2. Para la historia
religiosa prehispánica, las últimas lecturas de los cronistas establecen con
mayor exactitud lo que fueron las sociedades precolombinas en lo que se refiere
al universo religioso y simbólico. Cristóbal de Molina, el Cusqueño,
de manera excepcional dedica amplios capítulos de su obra a describir lo que
eran las creencias y el sistema litúrgico y ritual del Cusco incaico 3. Igualmente Francisco de
Ávila utilizando la mejor tradición de la historia oral andina nos relata los
mitos y rituales de Huarochiri, que explican la historia y las interrelaciones
entre los grupos étnicos serranos y costeños de la región central del
Perú 4. Hernández
Príncipe nos presenta las diferentes prácticas rituales efectuadas en la región
de Recuay y Cajatambo en el norte peruano (contenidas en Duviols 1986).
Cristóbal de Albornoz nos muestra un amplio panorama de lo que fueron los espacios
sagrados de los hombres andinos (su Instrucción para descubrir todas
las Huacas, sus campos y haciendas [1582] fue editado por Pierre
Duviols en 1967 y luego en Historia 16, en 1988). Guamán Poma en su monumental
crónica nos entrega una valiosa información sobre los hechos religiosos
míticos, sin olvidar los diversos rituales andinos tanto prehispánicos como
coloniales (Guamán Poma, 1980 Caracas, 1980 México). Igualmente se cuentan en
este panorama histórico-etnográfico las ediciones de Polo de Ondegardo (1988),
Garcilaso de la Vega (1985 Lima, 1995 México), Cieza de León (1984). Hay que
destacar también dos hallazgos importantes acaecidos a finales de 1980 sobre
historia indígena prehispánica. En la Biblioteca Apostólica Vaticana se
encontraron la segunda y la tercera parte de La Crónica del Perú de
Pedro Cieza de León (1985, 1987) y en la Fundación March de Palma de Mallorca
se descubrió La suma y narración de los Incas de Juan de
Betanzos (1987). En este trabajo utilizaremos estas fuentes así como también
las publicaciones aparecidas en castellano principalmente en el Perú, las
cuales estuvieron a cargo de las universidades, de las casas editoras y sobre
todo de los institutos y centros de investigación. Los estudios sobre la
religión en los Andes contienen amplios panoramas temáticos, de los cuales
destacaremos algunos.
I. Los ciclos míticos
A partir de una lectura
crítica de las fuentes, complementada con una búsqueda de los orígenes sociales
de los cronistas y con una revisión de la bibliografía procedente de la
tradición humanista hispano-europea, en los últimos años, se fueron encontrando
las corrientes literarias y espirituales que nutrieron a los autores del siglo
XVI y XVII, cuando se ocuparon de las edades míticas del mundo andino, las cuales
todavía se siguen citando y repertoriando en ciertos trabajos etnográficos
recientes 5. Como
resultado se obtiene el hallazgo de dos series cronológicas, en la primera
constan datos de la tradición europea-cristiana provenientes del Antiguo
Testamento en la que se narra que el mundo ha pasado por la edad del Padre, que
se está viviendo aún la edad del Hijo y que después vendrá la edad del Espíritu
santo. La etnografía actual nos relata una humanidad constituida por tres
segmentos confundidos: el de los antepasados, el de los hombres actuales y el
de sus descendientes. Influidos por el catolicismo o cristianismo en general,
los andinos continúan elaborando un discurso de carácter popular que se asienta
básicamente en la distribución de las edades del mundo de acuerdo a las tres
personas de la trinidad cristiana. La segunda serie contiene referencias a
nombres de edades preincaicas y prehispánicas en las que el tiempo se
estructuró en una división quinquepartita. Así, los incas creyeron estar
viviendo el quinto mundo. Cada uno de los mundos anteriores había tenido una
duración de mil años, cada mil años perecía un sol luego aparecía otro nuevo y
se reiniciaba el recuento de los años. El pasaje o el instante preciso que
transcurría entre dos edades era denominado pachacuti que quiere decir
inversión del mundo, tiempo de grandes transformaciones, tiempo de destrucción,
de desolación y de restauración, por esta razón la destrucción de las Indias y
la conquista española fue vista por los indígenas como un pachacuti. A
este aspecto temporal del concepto pachacuti también se le encontraron
equivalentes cristianos, de suerte que el anunciado juicio final bíblico es
percibido sin problema como un futuro pachacuti y la explicación que
daban los evangelizadores del diluvio universal fue interpretada de inmediato
como un yacu pachacuti, como un verdadero pachacuti producido por
el agua (Rostworowski 1989, Marzal 1995, Ortiz Rescaniere 1973).
Los trabajos de
explicación de los ciclos míticos de los dioses, como los de las figuras
fundadoras, y también de los héroes y de sus acciones contienen abundante
información alrededor de la idea de la jerarquía que existe dentro de los
ciclos míticos, lo que permite que algunos investigadores destaquen en sus
trabajos un dios o un héroe con la calidad de «ser supremo», «creador»,
«hacedor». La existencia de un «dios creador» está muy bien documentada gracias
a los diferentes cronistas del siglo XVI y XVII, quienes creían y compartían
las concepciones católicas y españolas de la noción cristiana de «crear»
producto de una visión del mundo monoteísta, en donde el dios supremo y
sempiterno es la causa y origen de todo lo visible y lo invisible. Los
investigadores que trabajan con estos argumentos son acusados a veces de
hacerlo por razones de índole filosófica y teológica así como también por el
hecho de no poner en cuestión las afirmaciones de los cronistas. La discusión
sobre el tema no puede estar aislada de las fuentes que sirvieron de fundamento
teológico político a la creencia judeo-cristiana en un Dios creador, redentor y
único. El pensamiento teológico de los siglos XVI y XVII modelado por los
problemas que ocasionó la contrarreforma y basado en las doctrinas del concilio
de Trento, no es ajeno a estas razones. Por tal motivo se hace indispensable
encontrar los universos de referencia o las fuentes de formación de los
cronistas, también es necesario reubicar esta información en un espacio mítico
más amplio, mejor documentado, para poder reflexionar nuevamente acerca de lo
religioso y la instalación colonial española en América. En ambas posiciones
hay también la tendencia a minimizar la influencia católica y misionera en la
existencia y contenido de las divinidades andinas.
Los discursos míticos
andinos recuentan los hechos a su manera, de ellos se desprenden los diferentes
ciclos andinos prehispánicos, coloniales y contemporáneos relativos a los
dioses, héroes, fundadores, jefes de guerra, a los orígenes de los incas y de
los qollas así como del hombre andino en general. Todos estos personajes
son eximios hacedores, constructores pero al mismo tiempo destructores,
deshacedores de las cosas, de los pueblos, de los hombres, de las sociedades y
del universo en general. Un aspecto común en la mitología andina es que estos
personajes recorren pueblos y regiones vestidos pobremente. A ellos, el hombre
prehispánico, luego el del período colonial y finalmente el del período
contemporáneo les atribuyen las acciones de bien y de mal que existían y que
existen en el universo y en la tierra. De la lectura de los libros, de las
antologías y de los artículos referentes a los ciclos míticos estaríamos en la
posición de poder hablar de los héroes o personajes con caracteres humanos pero
que también son considerados como sobrenaturales, aunque la mayoría de los
investigadores escribe sobre un dios o varios dioses, tampoco encontramos
trabajos claros sobre los dioses creadores, sobre los héroes organizadores y
sobre las acciones precisas de las figuras fundadoras y transformadoras.
Basándonos en el material que combina tanto códigos de parentesco como códigos
espaciales en donde los actores están ligados por lazos de parentesco y por los
espacios que ocupan y que recorren, encontramos varios ciclos míticos: el de
Viracocha y de los Ayar, el ciclo de Tunupa o Tonopa, el ciclo de
Illapa-Libiac, el ciclo de Pariacaca-Cuniraya-Tutayquiri-Huallallo
Carhuincho-Pachacamac, el ciclo de Inkarri y el ciclo del Pishtaco o Naqaq.
A partir de los
documentos coloniales, así como también de los diferentes trabajos
bibliográficos y etnográficos, el ciclo mítico de los Viracocha y de los Ayar
divide a los investigadores en dos corrientes: la primera que identifica a
Viracocha como un «dios único», «dios creador», «dios hacedor», «dios único y
verdadero», «ser supremo» y a veces se le presenta como un apóstol (Pease 1973,
Marzal 1988, Rostworowski 1983). La segunda, partiendo de la utilización del
esquema indoeuropeo propone una nueva guía de lectura de los textos en base al
modelo dumeziliano de análisis de la religión (Urbano 1982). Para los cronistas
del siglo XVI como para los evangelizadores y conquistadores, en las nuevas
Indias se planteaba el problema de la existencia de un Dios andino creador y de
su equivalencia con el Dios cristiano. Este problema teológico se resuelve
buscando e investigando en los discursos sobre los espacios simbólicos
prehispánicos y encontrándolo en los héroes Viracocha, quienes fueron reducidos
rápidamente a solo uno, el acomodamiento con las exigencias pastorales de un
Dios único y verdadero, con el fin de justificar la presencia española en los
Andes. En realidad existían varios personajes con ese nombre genérico, quienes
tenían distintas funciones y estaban distribuidos en espacios míticos
diferentes 6. A
partir del período colonial, el nombre Viracocha fue aplicado también a los
españoles y desde el siglo XIX designa a los blancos y a los grandes
propietarios. Igualmente en otros ciclos míticos andinos se refieren a estos
héroes para describir personajes con gestos heroicos semejantes. Cuando se
aplica la concepción trifuncional de Dumezil a la sociedad andina prehispánica,
los Viracocha aparecen asociados con los gestos y las aventuras de los Ayar
(Urbano 1981). Los relatos de los Ayar presentan a cuatro parejas de hermanos
quienes recorren un espacio geográfico amplio dentro del peregrinaje mítico, en
los cuales expresan una organización social, insinúan formas de alianza y
fundan la civilización incaica mediante un complejo juego fraterno. Los
Viracocha como los Ayar ocupan, aparecen y desaparecen en espacios sur-sur,
sur-norte y conjugan en ellos las tres funciones del esquema indoeuropeo:
reproducción, religión y poder político.
El ciclo mítico de
Taguapaca, Taapac, Tarapaca y Tunapa o Tonopa o Tunapu con sus dos mujeres, las
hermanas Quesintuu y Umantuu encierra varias tradiciones míticas del sur del
Perú, de Bolivia y del norte de Chile, también es un nombre que evoca un gran número
de montañas sagradas de la región del lago Titicaca. Este héroe actúa en los
Andes meridionales y sus rutas son sureñas. Es un ciclo enigmático y no está
muy bien documentado, los únicos autores que nos proporcionan informaciones
detalladas acerca de este héroe son los cronistas que conocen los espacios
cercanos al lago Titicaca y por las contemporáneas lecturas iconográficas
efectuadas en las pinturas de muchos templos del sur del Perú y de Bolivia.
Algunos cronistas confunden a este héroe con Viracocha o como enviado de
Viracocha y atribuyen a Tunapa las mismas características de Viracocha. En
otros textos, a su vez, lo confunden con la aparición del apóstol San Bartolomé
o Santo Tomás en tiempos prehispánicos, por lo último es admitido en la
iconografía católica y presentado como un apóstol de Cristo. En los trabajos
recientes, Tunupa, en general es presentado como un dios o héroe aymara, un
héroe relacionado con los fenómenos meteorológicos, con los volcanes y con las
salinas, quien aparentemente logra esconderse y consigue sobrevivir hasta hoy
día acompañado de sirenas y de peces (Urbano 1988 y los trabajos de las
bolivianistas Teresa Gisbert y Thérèse Bouysse).
El ciclo de Illapa,
Chuquilla, Catuilla, Libiac, Uchú Libiac engloba al rayo, al relámpago, al
trueno y al resplandor, entidades todas que se reconocen como hermanos sólo
cambiando de nombre según las regiones y en calidad de hijo aparece Uchú
Libiac, que es conocido como centella; estas mismas entidades se dividen en
mayores o curac y menores o sullca. Estos fenómenos meteorológicos
divinizados eran imaginados como hombres que se desplazaban en el cielo de
oeste a este y de sur a norte, quienes con una honda producían el rayo y el
relámpago y con una porra el trueno. Eran los protectores y destructores de los
animales y de los hombres, la divinidad principal de los pastores y de los
cazadores. Su culto está a cargo sobre todo de los habitantes cordilleranos y
de las familias ganaderas. Los indígenas les ofrecían sacrificios de niños y de
llamas, seguidos de bailes y ceremonias de masticación de coca de la variedad
costeña y animada con abundantes libaciones de chicha. Los elementos
rayo, trueno y relámpago sirvieron a los evangelizadores para explicar el
misterio de la Santísima Trinidad, sin embargo, los indígenas prefirieron integrarlos
al apóstol Santiago. En esa época en España creían que cuando tronaba era el
caballo de Santiago que galopaba por los cielos, aparte que era costumbre entre
los soldados españoles el vocear e invocar al apóstol antes de iniciar los
disparos de sus arcabuces en los combates. Por eso, los indígenas asociaron a
Santiago con el rayo o illapa y al mismo tiempo ellos desarrollaron una
gran superstición en torno a la utilización del nombre Santiago, por lo cual
los extirpadores de idolatrías prohibieron el bautizar a los niños con ese
nombre. Las fiestas principales de estos héroes tenían lugar a partir del
Corpus Christi porque coincidía con las cosechas y la abundancia de los
alimentos recolectados. Después, a partir del siglo XVII, será celebrado durante
todo el mes de julio como la fiesta del ganado o de Santiago (Rostworowski
1983).
El ciclo mítico de
Pariacaca, Pachacamac y los otros héroes de los Andes centrales es uno de los
más conocidos de la literatura andina porque está recopilado en un texto quechua
anónimo que ha sido trabajado pertinentemente en los últimos años tanto a nivel
de la paleografía, como al de la traducción e interpretación (Francisco de
Ávila 1966, 1987). Los mitos comentan los ritos con la presencia pedagógica de
los héroes, las correspondencias simbólicas entre los seres y la naturaleza, y
los espacios que estos héroes recorren van de oeste a este, hasta los Antis
o región amazónica. Las características de estos héroes encuadrados en estos
ciclos míticos se encuentran también encerrados en varias nociones quechuas
empleadas en los textos del siglo XVI y XVII, tales como casca, camac,
callpa, conceptos que se refieren a la fuerza vital invisible que anima el
universo sagrado de los héroes y de los antepasados y que lo trasmiten a los
hombres y a las cosas animadas. Al parecer cada héroe poseía en diversos grados
la capacidad de animar y de dar vida, los beneficiarios podían aumentar la
calidad de su camac proveyéndose a través de varios héroes con el
heredado de sus ancestros y los que más acumulaban podían llegar a ser ancha
camasca, poderosos y capaces de animar, lo que correspondería a los
especialistas es decir a chamán, curandero, adivino, brujo, hechicero. Esta
fuerza o poder de animar está dentro de una lógica de explicación mítica-reciproca
del universo andino porque son los héroes culturales que aparecieron y
existieron los que explicaron el culto, los ritos y las ofrendas que debían
recibir y al mismo tiempo establecieron las costumbres y tradiciones a guardar
y mantener. Estos héroes identificados por un solo vocablo poderosos, segmentaban
su poder en tres vocablos: callpa es la fuerza que se adquiere mediante
el constante esfuerzo físico y mental y los héroes del ciclo lo poseen o lo
pierden. Sinchi es el poder asociado con el coraje físico, la valentía,
la fuerza y el valor del guerrero. Capac es el poder ostensible, visible
casi palpable del que reúne la riqueza material con las otras formas y
dimensiones del poder (Gerard Taylor 1987).
A través de la
etnohistoria, se puede seguir la trayectoria milenaria de Pachacamac, divinidad
muy venerada del panteón autóctono costeño, que encontró refugio en el actual
Señor de los Milagros, el Cristo más popular del catolicismo peruano, en cuyo
honor se celebra durante tres días del mes de octubre, la procesión más grande
del mundo católico de los Andes. La información arqueológica, etnohistórica y
mítica del culto a Pachacamac nos indica que, en este centro religioso de la
costa, se veneraba al dios de las profundidades y abismos de la tierra, que
controlaba los movimientos de la misma, y gran parte de su prestigio obedecía
también a sus oráculos y vaticinios consultados muy frecuentemente por los
habitantes y para ello, venían desde tierras muy lejanas. Por tal motivo, a
este lugar sagrado acudían los indios cuando se producían los movimientos
telúricos, y a partir del período colonial temprano esta devoción se transfiere
al culto del Señor de Pachacamilla o de los Milagros, asociado también a los
temblores, terremotos y maremotos (Rostworowski 1992). Actualmente, la fiesta
del Señor de los Temblores en el Cusco refleja casi los mismos atributos y
funciones de Pachacamac y del Señor de los Milagros de Lima (véanse los números
de la revista Allpanchis dedicados a fiestas y ritos). Últimamente, los
etnólogos han desarrollado una aproximación estructuralista utilizando el
dualismo del espacio social y geográfico de los Andes prehispánicos al espacio
de los héroes de este ciclo. Hanan sería las alturas, la sierra y la
divinidad Pariacaca y sus hermanos personificados en los nevados, en las
lluvias torrenciales y en los temibles huaycos que producen. Hurin
sería los llanos, la costa donde se encuentra el dios Pachacamac asociado a las
tinieblas, la noche, las profundidades (Ortiz Rescaniere 1980).
Entre los temas más
populares del discurso mítico contemporáneo, el ciclo mítico de Inkarri es el
que más investigadores atrajo. Con el entusiasmo de encontrar en el Perú un
movimiento mesiánico, o respuestas de carácter sociopolítico en el mundo campesino,
se cruzan y se encuentran varias ideas de base en los trabajos y en las
publicaciones: «la existencia de un mesías o cristo andino», referencias a «un
héroe andino», «el personaje principal en algunas acciones», «la divinidad
andina contemporánea», «la figura de un principio unitario que debe restaurar
el orden destruido por la conquista». Hay una enorme confusión en los textos
publicados hasta ahora por la interferencia de los relatos míticos cristianos
en la elaboración del ciclo mítico de Inkarri. Inkarri es un héroe que
representa las fuerzas contrarias al Dios cristiano, es definido como el
personaje de las edades anteriores a la llegada del Sol, anterior a Huayna
Capac penúltimo Inca y al Taytacha o papacito cristiano. A partir de los
datos disponibles, el héroe se transforma en el representante de las potencias
oscuras, de los demonios que se adueñan del mundo de los gentiles. Este Inkarri
puede ser el resultado de la catequesis cristiana que difundió en los Andes la
idea de lo pagano, de lo que precede la llegada o el anuncio del evangelio, de
lo que es definido antes del catolicismo como malo y que debe ser rechazado
(Ossio y otros 1973).
Algunos hablan de la
existencia de Inkarri en el momento mismo de la conquista y se afirma además
que el mito surge inmediatamente después de la muerte de Atahualpa. En los
relatos recogidos por los etnólogos, Inkarri se reconstituía porque después de
la muerte de Atahualpa, se le degolló y separo la cabeza, la misma que fue
llevada y enterrada en el Cusco, se cree que a partir de ella se va a
reconstituir un cuerpo y cuando este haya finalizado completamente su
reconstitución, el Inkarri renacerá, saldrá de la tierra, los españoles serán
perseguidos y el antiguo imperio será restablecido. Se considera también que
hay un orden latente que yace en el mundo subterráneo y que emergerá a la
superficie con el Inkarri 7.
Este discurso popular del «retorno de Inkarri», héroe que se confunde con
divinidad andina entronca en los temas de la destrucción/restauración de las
Indias, corriente que elaboro el discurso milenarista y mesiánico tanto en la
península ibérica como en América en el siglo XV y XVI. En aquella época, la
idea del retorno del Rey, de un Mesías, o de un Salvador era muy popular en
todo el mundo ibérico y también en Europa. Con estas ideas, actualmente se le
asocia a los hechos sociopolíticos que anunciarían una reconstrucción de los
tiempos prehispánicos. El mito del «retorno de Inkarri» ofrece la promesa de
que el antiguo orden podrá ser restablecido, porque se espera que el mundo pueda
dar todavía otra vuelta, que de nuevo tenga un pachacuti que
permita regresar al tiempo del Inca. Hay que insistir en que el concepto Inca
básicamente significa principio de orden y cuando se invoca el retorno al
tiempo del Inca se invoca el retorno al orden. Sin embargo, esa reconstrucción
del pasado en el discurso relativo a Inkarri aparece con características muy
ambiguas y no se pueden sacar los elementos más sobresalientes de los relatos.
La siguiente frase nos ilustra esta situación: «Inkarri vuelve y no podemos
menos que sentir temor ante su posible impotencia por ensamblar individualismos
quizás irremediablemente desarrollados» 8. Algunos de los gestos de Inkarri se confunden en la
tradición andina contemporánea con algunos de los atributos del Cristo de la
catequesis católica implementada en los Andes. En este sentido se ha demostrado
que la imagen del Inkarri no es del todo extraña a las representaciones
judeocristianas del cuerpo de Cristo que se forma a partir de la cabeza que es
el Cristo mismo y enseguida se extiende a todos los miembros. Un trabajo
realizado en el sur del Cusco sobre la peregrinación al santuario del Señor de
Qoyllor Riti aproxima al Cristo crucificado con Inkarri por dos razones: ambos
son identificados con la justicia social y con el color blanco de la nieve que
es eterno 9.
Inkarri es un héroe
andino muy conocido sobre todo en el sur del Perú. A mediados del siglo XVII un
descendiente de los Incas fue nombrado corregidor de Ibarra en la audiencia de
Quito. En el camino hacia la sede de su cargo comenzaron a producirse
acontecimientos singulares, fue proclamado Rey de los indios, le ofrecieron
antiguas ceremonias y le rindieron culto como si se tratara de un autentico
Inca (Flores Ochoa 1992). Más tarde, Juan Santos Atahualpa, dirigente de una
sublevación indígena a mediados del siglo XVIII, convoca a los indios de
tierras bajas como a los de las alturas de la sierra diciendo que es un Apu Inca
descendiente del Inca Atahualpa, durante 10 años no fue derrotado y finalmente
su cuerpo desapareció echando humo y se fue al Cusco (Zarzar 1989). Antes de la
gran rebelión indígena encabezada por Tupac Amaru II, el nombre de Inkarri
conllevaba la idea de una afirmación del pasado prehispánico, de rebelión, de
«mesías». Servía de inspiración ideológica para congregar a los indios,
motivarlos y conducirlos con facilidad a protestas y rebeliones. En el acta en
que se afirma la condena de Tupac Amaru, la descripción del rebelde dirigente
andino presupone la existencia de una afirmación anterior del carácter real de
la persona, lo que en quechua sólamente puede traducirse, sin duda alguna, por
la palabra Inkarri. El uso del título de Inca, de las insignias reales y del
mismo nombre eran legítimos, Tupac Amaru II era descendiente directo de Tupac
Amaru I, el último Inca del Cusco decapitado en 1572 en la plaza mayor (Urbano
1982). En algunos casos, este héroe andino se opone a los personajes que
designan regiones sin las características geográficas que definen los valles
del Cusco. Casi en todos los casos, Inkarri es el héroe del valle del Vilcanota
o de la ciudad del Cusco que vence a sus adversarios, que vuelve después de una
apuesta, que escoge residir en el valle por sus productos agrícolas obtenidos.
Inkarri en el sur del Perú representa a la gente de los valles interandinos y
se opone a Qollari que representa a la gente de las alturas
del altiplano. También, la palabra Inka actualmente es un
nombre genérico que designa a los jóvenes que aparentan buena condición física
y son pretendidos por las doncellas en edad de matrimonio. Finalmente, a través
de los relatos, diríamos que Inkarri no tiene nada de mesiánico, no es tampoco
Dios y en las poblaciones andinas condensa una racionalidad llena de esperanza.
Inkarri aparece en el relato andino como un héroe con múltiples funciones y
como todos los héroes ejecuta obras extraordinarias, posee una fuerza física
excepcional, lucha y combate con ardor y resulta victorioso en las
competiciones.
El ciclo mítico
del Pishtaco o Naqaq acompaña períodos
rituales y de grandes transformaciones de la sociedad andina. Estos personajes
fueron especialistas de cultos oficiales en el período prehispánico, encargados
de proveer de hombres y animales a los templos con el fin de obtener, sangre,
grasa y carne para llevar a efecto los rituales; a partir del período colonial
y en el último siglo, esta especialización se mitifica y el personaje adquiere
una dimensión dudosa ya que posee cierto carácter sagrado pero al mismo tiempo
es temido (Millones 1990, Ossio 1973). Documentalmente aparece identificado
como una de las causas del movimiento del Taqui Onkoy. Identificado
generalmente como un personaje extranjero: español, blanco o gringo, pocas
veces como mestizo o indígena aculturado. Según el momento histórico que evoca
el relato, este personaje aparece vestido de monje, soldado, mayordomo de
hacienda, ingeniero, explorador, arqueólogo, maestro, antropólogo, guerrillero,
militar. Siempre anda armado sea con lazo, machete, cuchillo, puñal, carabina,
fusil, pistola, metralleta. Ataca sólo de noche y preferentemente en lugares
aislados. Su función esencial es asesinar a los indígenas para extraer la
substancia vital de cada cuerpo, la grasa, la cual será utilizada para
beneficiar a los blancos en la composición de los medicamentos, para mejorar la
aleación de los metales, para fabricar las campanas, para dar mayor firmeza a
la estructura de las Iglesias, de los puentes, de los edificios, luego sirve
también como lubricante para los camiones, los tractores, los aviones, los
armamentos, los ordenadores y en los últimos años el rumor afirma que es un
producto que se vende para pagar las deudas al FMI 10.
La grasa que busca este
personaje ocupa un lugar privilegiado dentro de las representaciones andinas.
Esta substancia se encuentra presente como ofrenda en todos los ritos, sólo que
en el período prehispánico se trataba de la grasa de animales, a partir de la
conquista española la grasa buscada se permuta por la grasa de los indios y
para la sociedad indígena esto significó y significa no solamente la muerte
sino también la captura del alma así como la manipulación de la vitalidad
inherente a ella. Los negros esclavos igualmente son víctimas de este miedo de
perder la vida a causa de la grasa que buscan los españoles. Una parte de ellos
piensan que les llevan a América con el fin de matarlos, extraerles la sangre
para carenar los barcos y sacarles la grasa para comerciar con ella. El terror
de los indígenas y el miedo de los negros, atraviesa rápidamente pueblos y
regiones como una epidemia. En las prácticas medicinales que se desarrollan en
Europa en el siglo XVI, los médicos hablan de las virtudes curativas y los
benéficos efectos de la sangre, del cerebro, de la médula y de la grasa humana.
Estas sustancias preciosas se vendían en tiendas exclusivas y tenían una enorme
variedad de usos y aplicaciones: aparentemente fortificaba, disolvía
congestiones, calmaba dolores, espaciaba las contracciones, ayudaba a las
cicatrizaciones, servía como ungüento milagroso a los paralíticos y
epilépticos. En el caso preciso de la grasa mezclada a otros ingredientes era
más penetrante y permitía movilizar las articulaciones y otras partes
deterioradas del cuerpo. Los españoles al llegar a América no se olvidaron de
estas prácticas tradicionales europeas, utilizaron intensamente la grasa de los
indígenas, sobre todo la de los obesos con el fin de aliviar y curar las
heridas tanto de los mismos conquistadores como también las de los caballos.
Lentamente se construye y se fija en la memoria colectiva indígena un personaje
enigmático con características de un siniestro carnicero que mata a los indios,
los mutila y los corta en pedazos buscando la grasa, es un auténtico «comedor
de hombres». Algunos estudiosos sugieren una relación con Viracocha, porque el
nombre de este, tiene una faceta que significa mar de grasa.
El Pishtaco en
el período colonial entra en las formulaciones y en las representaciones
andinas, pero la elaboración se hace a partir de la presencia de los españoles;
se trata siempre de un personaje blanco, feroz y agresivo. Se dice que es
protegido por las órdenes religiosas, porque los hospitales y conventos son
lugares donde se almacena la grasa. Los eclesiásticos protegen al Pishtaco
dándole un carácter sagrado a los escogidos como víctimas. Así, los gordos y
fuertes sirven de pilares de las estructuras de iglesias, capillas y
hospitales. La grasa que buscan para incorporar al metal que servirá para
fabricar las campanas, debe venir de víctimas seleccionadas por la belleza del
timbre de su voz, así la campana tendrá una sonoridad más intensa y mucho más
armoniosa. De esta manera, el blanco se integra en el circuito sacrificial en
tanto que sacrificante. El indio sacrificado es la víctima, la tierra la
destinataria y el Pishtaco el sacrificador. Mientras en el período colonial, el
Pishtaco es concebido y protegido por los eclesiásticos, por los hacendados y
por las autoridades civiles, en el período contemporáneo es enviado y protegido
por un gran propietario, por los administradores de minas, por los ingenieros
de caminos, por el gobierno peruano, inclusive por universidades y centros de
investigación como el CNRS, a través del etnólogo que hace su trabajo de campo.
En los últimos años, varios de los ciudadanos extranjeros trabajando en el
mundo indígena ya sean médicos, ingenieros, etnólogos han sido acusados de
Pishtacos. En realidad es la economía de mercado que da otro aspecto al actual
personaje del Pishtaco o naqaq. La grasa antes sólo se usaba sin
fines lucrativos, ahora se comercia; antes servía para darle mejor sonoridad a
las campanas, solidez a capillas e iglesias, curaba las heridas de los
españoles y de sus animales, hoy sirve para pagar las deudas con el exterior,
incluso se dice que el gobierno peruano vende al extranjero la grasa que extrae
utilizando metralletas bajo el pretexto de luchar contra la guerrilla.
Últimamente, el Pishtaco si aún conserva su rol de sacagrasa en el mundo rural,
en las ciudades se interesa en un tráfico mucho más lucrativo y devastador:
extrae ciertos órganos como corazón, riñón y ojos a sus víctimas y los vende al
extranjero a precios fuertes. Han aparecido también, en versiones recientes,
Pishtacos «sacasangre» 11.
Existen otros ciclos
míticos olvidados en los estudios recientes, en que los héroes son los cerros,
las montañas, los ríos, los lagos, las lagunas y otros espacios andinos
conocidos como espacios de Apus y Wamanis, espacios de vientos, nubes, lluvias,
granizos, arcoíris; todos ellos pueden tomar también formas humanas y animales.
En los relatos, estos espacios vivos de los Andes en algunos casos son más
importantes para lo que llamamos ciclos míticos que los héroes o personajes
descritos como personas. Estos espacios andinos están presentes en la
cotidianidad de las sociedades andinas y se presentan por ejemplo bajo la
apariencia de cerros que caminan, que vigilan, que hablan, que comen, que
beben, que castigan, que protegen, que mantienen relaciones de parentesco y de
alianza entre ellos, que tienen mujer e hijos, etc. Cada comunidad está bajo la
protección de la elevación más cercana y actualmente es a través de los yachaq o
curanderos, pongos o servidores como estas montañas están en
relación con los indígenas. También son particularmente importantes los ciclos
relacionados con los orígenes de los pueblos o de las comunidades andinas,
construidos con material de origen diferente y que permitió una elaboración
simbólica, un razonamiento colectivo tomando como punto de partida la
experiencia histórica, la vida religiosa y los elementos necesarios para una
visión global de la sociedad y el mundo.
Sobre el rol que tenían
las mujeres en los ciclos míticos, existen pocos trabajos específicos.
Únicamente se señala la relación estrecha que tienen con la agricultura y con
la fauna. Entre las más frecuentemente mencionadas en los ciclos y en los ritos
tanto antiguos como actuales, desempeñando el papel de ancestros fundadores, aparecen
la Pachamama que es la tierra, hermana y a veces mujer de Pachacamac; la
Mamacocha que es el mar, la Mamaacxo la papa, la Mamacoca la coca. La
Mamaquilla que es la Luna, hermana y mujer del Sol, creadora de los seres de
sexo femenino, su culto sólo estaba a cargo de las mujeres, se decía que la
Luna era más poderosa que el Sol porque aparecía igualmente tanto de noche como
de día. El primer día de luna nueva era esperado por ser propicio y entonces le
ofrecían mayores sacrificios de comida, chicha, animales vivos, aves y niños de
cinco años, su culto está relacionado con el período de lluvias y es
transmitido y conservado hasta hoy a través de la Virgen de la Guadalupe
(Rostworowski 1983). La Mama Raiguana ligada al origen de las plantas
cultivables de la sierra y de la costa, anunciaba las posibles y luego seguras
guerras. La Mama Huaco o Mama Sara, mujer fuerte, guerrera y varonil,
conquistadora de las tierras fértiles, es ella quien cultiva el primer maíz
pero también es caníbal, gran hechicera, se la celebraba con abundantes
libaciones de chicha en el mes de abril; en su recorrido se
desplaza de sur a norte. En la región de Huarochiri, Chaupinamca, la mayor de
cuatro hermanas, ella misma hermana de un héroe fundador, diosa de la
fertilidad, preside las fiestas de la cosecha en la región del ciclo mítico
Pariacaca y Pachacamac, se ocupaba de animar el camac de las
mujeres de la misma manera que Pariacaca lo hacía con los hombres. Su fiesta
integrada al calendario católico se celebraba y duraba cinco días hasta las
vísperas de Corpus Christi. En su recorrido se desplaza de este a oeste 12. Urpayhuachac, mujer de
Pachacamac, madre de los peces y de las aves marinas, la representaban bajo la
forma de una paloma. Su fiesta se realizaba cuando sembraban y hacían las cementeras;
en su recorrido se desplaza de oeste a este. Todas estas mujeres tienen un hijo
o dos o tienen mellizos, algunas veces se menciona al padre de los niños pero
en la mayoría de los casos es notable la ausencia de éste; en un solo caso se
habla de viudez porque el padre muere, y en otros desaparece simplemente y la
montaña que representa a la diosa en la sierra central tiene ese nombre:
cordillera de la viuda. En todos los casos, estamos frente a un binomio
madre-hijo o hijos. Nos da la impresión de que, en los Andes, el elemento
femenino es autónomo e importante que no tiene necesidad del elemento masculino
para existir. Estas mujeres tienen y gozan de la capacidad de alentar y
vitalizar a la humanidad tanto como los dioses o héroes (Rostworowski 1983).
II. La ritualidad andina
Los estudios sobre el
rito andino son más abundantes en cuanto a la producción etnográfica, sin duda
porque el investigador puede describir con minuciosa atención y con todos los
detalles que los métodos exigen. El rito que se trabaja es lo que se observa,
por lo tanto se puede medir, se puede incluso participar y se puede compilar
fácilmente. Hay verdaderas antologías que describen ritos y rituales, de tal
manera que se puede hablar de tratados de ritología andina con sus
características propias y con los elementos que distinguen a los Andes de otras
tradiciones rituales. La mayoría de los investigadores contemporáneos utilizan
datos prehispánicos para comprender materiales etnográficos, olvidando que el
rito y el ritual andino evoluciona y tiene una historia, que en su mayoría no
son expresiones de una concepción religiosa que pueda remontar a los tiempos
prehispánicos. Muchos de ellos no analizan detenidamente los antiguos gestos
litúrgicos así como las adaptaciones, las adecuaciones y las repercusiones que
se han efectuado con la introducción del sistema litúrgico romano, sin dejar de
lado el aporte cultural y político español. La tradición católica, el trabajo
del clero secular y regular, las represiones y extirpaciones durante todo el
período colonial han sido suficientemente intensas y repetitivas como para
imponer esquemas rituales a las tradicionales celebraciones litúrgicas así como
para recrear una lógica ritual especifica en los Andes. Por este motivo es necesario
tener en cuenta la larga y enorme experiencia religiosa de los Andes y lo que
ella utiliza para expresarse y para emitir las razones que la justifican.
Los gestos y actos
rituales andinos contemporáneos pasaron por los esquemas litúrgicos católicos y
por la persecución de los extirpadores de idolatrías que recluyeron a los
hechiceros o depositarios de los cultos prehispánicos. Por muy tradicionales
que sean los gestos y los actos litúrgicos andinos contemporáneos se puede
afirmar que todos o casi todos están atravesados por la simbología cristiana,
aparte de que utilizan símbolos católicos y se desarrollan en un contexto
relativo a muchos de los principios litúrgicos cristianos. Es cierto que muchos
de los gestos y los actos rituales se conservan y continúan con las tradiciones
de origen precolombino como la utilización de las hojas de la coca, la grasa de
la llama, el sango del maíz, la chicha y otros elementos materiales del rito
andino popular; pero al lado de éstos se encuentran también simbióticamente
presentes la cruz, la devoción a los santos, las oraciones, las plegarias, las
palabras, los conjuros, las formulas sagradas introducidas por el catolicismo.
Habría que decir que el rito andino viene marcado desde mediados del siglo XVII
cuando las doctrinas estaban provistas y equipadas, cuando las cofradías
empezaron un trabajo absolutamente activo, cuando hubo una predicación
intensiva de los misioneros para difundir la fe cristiana, cuando las visitas y
revisitas de los templos, de las villas y pueblos atraen y mantienen a la
población indígena dentro de los cuadros de la Iglesia. También, habría que
destacar el rol de intermediarios que desempeñan los caciques quienes eran los
depositarios de las tradiciones andinas y por otro lado se encargaban de alentar
una síntesis religiosa que materializaban y daban el ejemplo sufragando los
gastos en la construcción de iglesias, encomendando lienzos y pinturas murales
sagradas, creando y fundando cofradías y haciendo respetar el ritmo anual de la
vida agropecuaria en dos grandes períodos: el de abril a agosto seco, de
cosecha y de buena salud, y el de septiembre a marzo lluvioso, de siembra, de
enfermedad y de muerte.
En cuanto a los sistemas
calendáricos y litúrgicos en los Andes, algunos cronistas sobresalen por
presentar descripciones detalladas sobre el período prehispánico. Igualmente
los calendarios litúrgicos actuales en los Andes definidos en función del
nacimiento, de la muerte y de la resurrección de Cristo tienen muy poca
vigencia simbólica en los Andes, más bien los acontecimientos rituales siguen
los momentos más importantes del ciclo santoral católico dominado por las
advocaciones de las diferentes vírgenes, de los santos, de las cruces, de los
señores jesuses, cristos y jesucristos, los cuales engloban todavía algunos
rituales fundamentales del calendario prehispánico y colonial sobre los que ha
habido un enorme trabajo de condensación, de reinterpretación de la relación
del hombre con la naturaleza y con los dioses. Analizando los diferentes materiales
existentes sobre los rituales podemos distinguir una concepción, una síntesis y
una actividad andina-católica que ofrece como resultado un primer e importante
período de cosechas-estación de sequía, un segundo momento que es la estación
definida de lluvias-período de sembríos, existiendo entre los dos un período de
separación o de transición. Las fiestas del calendario litúrgico temporal no
corresponden a las fiestas contemporáneas de gran relieve, más bien, como ya
dijimos antes y lo reiteramos, los períodos son tres, empiezan y van de abril a
julio, luego viene agosto, se reinicia en septiembre y termina en marzo.
A. Tiempo
solar-masculino, de cosecha, alumbramiento, sequía, armonía
La reconstrucción del
calendario incaico es un juicio de valor y una verdadera contribución para la
etnología andina, porque el tema no sólo repercute para conocer mejor los
aspectos agrícolas de la región andina sino también para acercarnos con más
precisión al ciclo ritual precolombino, colonial y contemporáneo. De ahí se
desprende la importancia que tiene el estudio de los calendarios de ayer y de
hoy para evaluar la justa repartición de las fases rituales. En los últimos 20
años se observa una renovación en los estudios de este tema. Las
investigaciones sobre astronomía prehispánica andina constituyen los
fundamentos de lo que podría llamarse una ciencia andina prehispánica. A partir
de las observaciones y de los materiales codificados por los diferentes
cronistas, igualmente a través de una serie de estudios que cruzan etnohistoria
y etnografía andina y también de un acercamiento entre el análisis mítico y
astronómico, se investiga la definición del espacio sideral, la función
astronómica y simbólica del Sol y de la Luna, los fenómenos meteorológicos, así
como las estrellas y las constelaciones con el fin de determinar los períodos
de actividades rituales intensas que fijan los calendarios agrícolas y de
pastoreo andino así como los diferentes ritos de paso, de propiciación y de
protección de los dioses.
CEQUE EN FUNCION AL TAHUANTINSUYU
El sistema astronómico
inca cubre lo siguientes estudios. El sistema de ceques que
es una descripción ideal del Cusco y sus alrededores repertoriado por los
cronistas Cobo, Molina y Polo, quienes describen 328 lugares sagrados o huacas que
tenían una significación particular en la historia de los Incas. Cada ceque era
un santuario, un hito geográfico, un conjunto de espacios sagrados que estaban
dispuestos en una línea imaginaria en forma de rayos, estas líneas totalizaban
41, partían y a la vez convergían en el centro del Cusco. El culto de
cada ceque o huaca como su mantenimiento
estaba asignado a determinados grupos sociales o ayllos, y a
los linajes o panacas. Estos ceques servían
también para efectuar observaciones astronómicas y para fijar casi de manera
cartográfica, el sitio exacto donde se encontraban los puntos, los pozos, las
vertientes o los ojos de agua utilizados en el sistema de irrigación. Los ceques representan
un mapa en el cual se ubican las aguas y los terrenos que pertenecían a cada panaca y ayllu.
El estudio pormenorizado de los ceques ha permitido descubrir
los principios de la organización social incaica, tales como la tripartición,
la cuatripartición y la decipartición, así como ha posibilitado el reconstruir
el calendario inca de 13 meses, las ceremonias ligadas a ellas y los
sacrificios respectivos. Los Incas, observaban en el mes de octubre la salida
del Sol, su ascensión y su paso por el zenit; a partir de ello podían anunciar
la estación de lluvias y el inicio de las celebraciones de sembríos. En las
noches, igualmente observaban la constelación de las Pléyades, su desaparición
en abril marcaba el inicio de la estación seca; su reaparición en los primeros
días de junio marcaba la fiesta de las cosechas y también el inicio del
calendario inca (Zuidema 1989, Sherbondy 1986). Las otras observaciones
astronómicas las presentaremos integradas a los ritos y fiestas patronales
andinas.
CEQUE EN FUNCION AL CUZCO
El ritual de la Capacocha o de la Capac
Hucha que se efectuaba durante el mes del Armuray estaba dedicado a la cosecha,
una vez finalizados los trabajos agrícolas. Entre abril y julio se realizaban
fiestas de reconocimiento y de gratitud, muchas de ellas asociadas al ancestro
inca Mama Huaco, que les había dado el primer maíz. Hasta hoy día, Mama Huaco
es la diosa de la cosecha del maíz en el Cusco y la protectora de la papa en
los pueblos del lago Titicaca y en otras regiones de los
CAPAC COCHA EN GRABADO DE GUAMAN POMA DE AYALA
Andes. Capac Hucha
significa obligación, culpa, pecado del soberano, pero de manera más extensa y
en un sentido profundo que va más allá del rito es la «cosa secreta del Inca»,
el privilegio que tiene solo el Inca de beber con su padre el Sol en nombre de
todos, es el mensaje que él envía a través de la libación a otros señores, a
otros santuarios, a otros lugares sagrados, es la alianza entre el Inca y las
demás autoridades andinas en el mejor tiempo del año, el tiempo de cosechas. En
este período numerosos sacrificios no solamente de llamas sino también de niños
acompañaban las festividades. Por el estudio de este ritual tanto en el Cusco
como en otros pueblos andinos casi se llega a la conclusión de que el período
de la cosecha corresponde al período de sacrificios humanos. A partir del
período colonial, para perpetuar la intensidad de la fiesta de la cosecha, la
sociedad indígena, a través de decisiones de los curacas y los Incas, adoptó y
fijó el inicio de la cosecha haciéndola coincidir con la Semana Santa. Luego
celebraron y mantuvieron el culto a las Pléyades realizando algunas
peregrinaciones importantes a sitios sagrados como el Qoyllor Riti. Los otros
ritos y cultos trataron de integrarlos durante la celebración de la fiesta
católica de las cruces, del Corpus Christi, 60 días después de Pascua de
Resurrección. Sin embargo, hay que advertir que a la celebración colonial de
Corpus se integraron más elementos de procedencia española que indígena y estos
elementos llegaron a tener un valor prehispánico en la imagen colonial de la
fiesta inca de la cosecha que originalmente no le correspondió. La cosecha fue
considerada una fiesta de mayor categoría en el calendario inca, mientras que
la fiesta de Corpus fue igualmente la más importante de las fiestas públicas de
los españoles. El Inca Raymi, fiesta de los incas o del Inca esta registrado en
abril por Guamán Poma (1615) y por Pérez Bocanegra (1631). Estos cronistas, al
registrarlas, están constatando un ejemplo de integración de las culturas inca
y española dentro de la sociedad colonial. Luego la fiesta del Inca Raymi
tomará el nombre de Inti Raymi (1944) y será celebrado el 24 de junio, sin
olvidar por tanto que, a partir del siglo XVII, el drama de la captura y de la
muerte del Inca Atahualpa comienza a ser representado en las fiestas votivas
urbanas como en el mundo indígena (ver los trabajos de J. P. Husson).
Durante la época de
cosecha todo es armonía y felicidad, al son de la música y siguiendo su ritmo
los hombres remueven la tierra, cortan los tallos en tanto que las mujeres
arrancan y recogen los frutos maduros y repiten en coro los cantos de alegría
triunfal, el harawi de las cosechas que son loas dedicadas al
acto de hacer parir la tierra. Con cantos, danzas y risas, pero también con
plegarias se honra a la Tierra, al Señor, a los santos y espíritus protectores
del lugar. Una vez realizada la cosecha y finalizada la selección de las
semillas, viene el almacenamiento de los productos igualmente en un ambiente
festivo. Actualmente la fiesta de las cruces y otras advocaciones se realizan
durante la cosecha del maíz, papa, trigo, cebada y bajo la denominación de
Hatun Cruz, Qolqa Cruz, Mal Agüero Cruz, Cruz Calvario (Pentecostés) pero todas
están ligadas a la constelación de las Pléyades y del Escorpión, a la Cruz del
Sur, al solsticio de junio. Coincidiendo con la época de las cosechas, estas
fiestas se celebran durante todo el mes de mayo, siendo también reconocidas
como fiestas de agradecimiento.
Los ritos ligados al
pastoralismo, celebrados por los pastores y los ganaderos también se enmarcan
en el período de la cosecha y son los que cierran el primer período festivo
agropecuario andino. En este sentido hay varios ensayos sugestivos sobre
Santiago, Wamani o Illapa. Bajo la denominación española de «rodeo», marca,
herranza o senalakuy asociado a las fiestas de san Juan, del
apóstol Santiago, de la Virgen del Carmen, se reúne, se contabiliza y se marca
el ganado, desde finales de junio y durante todo el mes de julio. Una serie de
ceremonias propiciatorias rodean la actividad ganadera y los ritos se realizan
con el fin de obtener sea la fertilidad, sea la fecundidad y el incremento del
ganado, las ofrendas rituales en estos períodos son enormes y variadas.
Igualmente con el fin de atraer la bondad divina, se practica el sacrificio de
animales para ofrecer a los dioses el corazón y la sangre del ganado
sacrificado. Según la importancia que tenga la ganadería en la localidad, puede
haber una fiesta ceremonial para cada tipo de animal, es decir, una para los
bovinos, otra para los ovinos, también para los camélidos, asnos y caballos y
en algunos lugares para los porcinos, todas ellas acompañadas de música,
danzas, cantos, comidas y bebidas.
B. Tiempo de transición
Durante la estación
seca, en los meses de julio y agosto, entre el período que va desde el fin de
la cosecha a la siembra, sobresale el culto a las montañas con nevados, a las
lagunas y a los lagos donde nacen los ríos y distribuyen el agua. También en esta
etapa del año se realizan los enormes trabajos físicos y actos rituales de
mantenimiento anual de los canales de irrigación, lo que implica una serie de
responsabilidades, de obligaciones sociales como también un período de
sacrificios. La etnografía de los ritos de la limpieza de las acequias, los
estudios arqueológicos de los diferentes templos dedicados a los héroes míticos
ligados a fenómenos meteorológicos o a lugares dispensadores de agua como
Wallallo, Viracocha, Pariacaca, Illapa, nos permiten tener una aproximación de
los problemas de irrigación prehispánicos pero también actuales, para destacar
así algunos aspectos importantes de los contenidos y del comportamiento ritual.
El agua, sea del mar, de las lagunas, de los ríos, de las vertientes subterráneas,
de las lluvias, está considerada como yacumama o madre agua,
es el principio de vida, es una fuerza vital. Es una fuerza masculina cuando
proviene de las montañas y de los ríos, transformada en el semen fertilizador
de la tierra y asociada entonces a la vida. Es considerada principio femenino
cuando se trata del agua del mar, de las lagunas, de toda esa cantidad de agua
estancada, ligada entonces a la muerte y asociada al mismo lugar de origen
común de los antepasados. Las divinidades que controlan el agua son los Wamanis
o Apus locales, la Pachamama y los antepasados. Estas entidades son
propiciadas a través de ciertas ceremonias y de mesas; éstas
últimas tienen sus orígenes en la utilización de altares portátiles por parte
de los sacerdotes católicos en la época colonial, que se realizan al momento de
la limpieza de los canales de irrigación durante la cual se toma las decisiones
necesarias sobre la distribución del agua para la irrigación y se planifica el
segundo ciclo del calendario agrícola de siembras y de crecimiento de los
cultivos. Mientras se realiza la ceremonia son depositados en lugares
estratégicos o pueden ser vertidos en los ríos o lagunas los objetos ofrecidos
como regalos: coca, grasa animal y feto de llama, productos agrícolas seleccionados,
ropa, flores, vino, aguardiente, chicha, sangre de los animales sacrificados,
cenizas, hierbas aromáticas, etc. El ingrediente fundamental y obligatorio en
todos los rituales andinos es la concha de mar o mullu. Así se
evidencia permanentemente la veneración dada al mar o Mamacocha y
se resalta el rol que tienen las conchas como intermediarias entre el mar y el
agua de riego. Desde el período prehispánico, el mar, los lagos importantes, y
las fuentes de agua fueron concebidas y tenidas como pacarinas,
lugares especiales en los cuales tuvieron su origen los antepasados. En este
sentido los rituales del período de la situa están ligados
también a los rituales de los ancestros o a la fiesta de los muertos (Sherbondy
1982, Greslou 1989, Valiente 1986).
Una vez finalizadas las
cosechas, realizado el almacenamiento de los productos agrícolas y la
contabilidad del ganado, hay necesidad urgente de renovar la fertilidad de la
tierra y prepararla para su nuevo período de embarazo. En cualquier caso la
fertilidad y la maternidad tiene un precio y por eso es necesario el «pago» a
la tierra que es la devoción y el respeto constantes por la Pachamama. Los
estudios andinos referentes a los cultos de la Pachamama, los símbolos que la
expresan y los diversos actos y gestos rituales que la acompañan cubren
diferentes momentos del año, pero la mayor parte de las obligaciones rituales
se realizan fundamentalmente en el mes de agosto. En los Andes centrales se da
mucha importancia y se resalta insistentemente su totalidad femenina y
maternal, bondadosa y exigente; además la población hace una íntima relación
entre el culto a la Pachamama y el culto a la Virgen María a través del
carácter bondadoso y maternal que reconocen en ambas. La Pachamama hace por el
campesino aproximadamente lo mismo que, según la mariología tradicional, la
Madre Virgen hace por sus hijos. Generalmente es representada como una mujer
vigorosa, bondadosa, dueña del espacio doméstico, del territorio comunal y de
la fecundidad del universo y con ella se debe brindar y beber en cada actividad
agraria y además se le debe entregar ofrendas en el mes de agosto, cuando ella,
una vez finalizado el alumbramiento o la cosecha, está sedienta, hambrienta y
debilitada. La fiesta de la Asunción de la Virgen, llamada comúnmente Virgen
Asunta y familiarmente Mamacha Asunta, se celebra fastuosamente realizando el
«pago a la tierra» para la Pachamama y pidiendo la fecundidad a la Virgen. Las
festividades de san Lorenzo, santo Domingo, san Jerónimo, celebrados en agosto
en muchas comunidades de los Andes, igualmente sintetizan, a través de varios
días festivos, este doble homenaje.
Tanto en el discurso
como en la práctica ritual andina, la challa u ofrenda
a la Pachamama va a la par con la invocación a la Virgen María. En los rituales
realizados con el fin de proteger todos los actos y circunstancias que
acompañan la vida agrícola y ganadera, luego de pronunciar las plegarias y las
fórmulas rituales específicas, a veces en silencio o a veces en voz alta y de
acuerdo a las necesidades, se challa es decir se ofrenda la
coca y una bebida alcohólica: chicha, cerveza, aguardiente, pisco,
ron, vino. La Pachamama recibe la coca y absorbe la bebida arrojada sobre ella
y luego, de inmediato, siguiendo su ejemplo beben y mastican la coca todos los
presentes. Esta challa se ha incorporado a otros sectores de
la vida moderna. Es el caso del sector comercial, se challa antes
de establecer un contrato de compra o venta, también al momento de bendecir un
local o un camión, se demuestra así que la vida no solamente proviene de la
Pachamama sino de la pluralidad con otras fuerzas socioeconómicas, pero que no
pueden existir independientemente. Tanto a la Virgen como a la Pachamama se les
ora, se les ruega, se les pide gracias y favores, para conseguirlo se les
ofrenda velas. La vela es un símbolo propicio, cálido, evocador, convocante.
Significa varias cosas al mismo tiempo: pedidos, angustias, lágrimas,
expectativas, agradecimientos, gozo. Este rito efectuado con las velas, se
realiza sobre todo en los templos, en las casas, en las capillas, en las grutas
donde hay una representación de la Virgen María. Mientras la challa a
la Pachamama se hace en campos abiertos, el de la Virgen María se realiza en
espacios cerrados y construidos. La challa es colectiva,
familiar, grupal; el rito de la vela contiene más bien un acto y un gesto
individual. Muchos de estos gestos y prácticas se amalgaman, aunque parecerían
órdenes rituales diferenciados.
C. Tiempo
lunar-femenino, de lluvias, enfermedades, gestación, batallas y muerte
La tercera fase del
calendario ritual empieza en el mes de septiembre, mes de Coya Raymi, cuando se
realiza el ritual de la situa. Es el inicio de los sembríos
mediante la irrigación, la tierra está labrada y abierta; entonces empieza el
período de su fecundación. Con el ritual de la situa se trata
de alejar y de conjurar las enfermedades, los males, las pestes y los
infortunios que aparecían cuando se terminaba el período de sequía y empezaban
las lluvias. Se relaciona la enfermedad con las lluvias y entre septiembre y
marzo se suceden el mal ánimo, las enfermedades y la muerte. Por tal motivo, en
este período crítico se realizaban actos purificatorios y ritualmente se
conjuraba para alejar las influencias nefastas y los males, sobre todo en las
ciudades y en la capital que era el Cusco. La limpieza, que había empezado en
el mes de agosto con la preparación y reparación de los canales de irrigación,
se intensifica en este período, dirigido al buen funcionamiento del cuerpo y a
la conservación de la salud. Las mujeres preparaban el sango, masa
elaborada con harina de maíz y mezclada con la sangre caliente de una llama
recién sacrificada. Con este yaguarsango, respetuosa y ritualmente
se ungía la cara, las extremidades y el cuerpo, y se cubría las puertas y el
interior de las casas, así como algunas de las provisiones almacenadas. Luego,
arrojaban una parte de esta masa a los ríos para purificar el agua. También
consumían colectivamente el sango con el propósito de renovar
un pacto entre los originarios y los extranjeros y además con el fin de
asegurar mejor el período de la siembra. En los pueblos estos ritos de
purificación se realizaban a la llegada de las primeras aguas de las lluvias
esperadas, que eran consideradas excelentes tanto para el inicio de las
siembras y por tal razón se ofrendaba, y se creía también que estas aguas de la
primera lluvia se llevaban con ellas las enfermedades, los males y los pecados
arrastrándolos muy lejos. Los homenajes a san Miguel Arcángel, san Rafael, Señor
de la Exaltación de la Cruz, Mamacha Rosario, san Francisco se enmarcan en este
período con muchas ceremonias y fiestas alusivas 13.
Todo este período se
encuentra asociado con el agua pero también con una lectura astronómica del
cielo. En estos meses de intensas lluvias, se cree que el agua llega hasta la
Vía Láctea, la cual es percibida como un mayu o río en el cual
se encuentra la constelación Yacana que tiene la forma de una enorme llama
negra sedienta que bebe el agua de los manantiales y del mar cada noche para
evitar los desagües y desbordes de los ríos. Los ojos de la Yacana, o sea las
estrellas Alfa y Beta de la constelación del Centauro, tiene su posición baja
en el mes de octubre y la cabeza de la Yacana está en su punto más bajo en el
horizonte cuando bebe las aguas del océano y luego tiene que orinar para
fecundar y nutrir el universo con el fin de que las lluvias circulen
nuevamente. También el arco iris interviene en el balance hidrológico porque es
el que absorbe el agua de la tierra y la conduce al cielo para convertirse de
nuevo en lluvia. Los ritos de las ofrendas y celebraciones al arco iris y a la
Yacana son intensas sobre todo en las noches (Zuidema 1989).
En este rubro,
igualmente están asociados los ángeles, cuyo culto y devoción es uno de los más
característicos a lo largo de los Andes. Desde los inicios del período colonial
tanto en la pintura mural como en los lienzos, en la escultura virreinal andina
así como en el calendario de fiestas, el tema de los ángeles se impuso fácil y
rápidamente. Los cuadros de la escuela sevillana y el libro apócrifo de Enoc
llegan a América y a partir de los talleres de pintura y escultura de Lima y
del Cusco. Una serie ilimitada de ángeles invaden y cubren las paredes de
iglesias y capillas de los pueblos andinos. En estas series, con gran derroche
de inspiración e imaginación, encontramos en primer lugar a los arcángeles,
luego a los ángeles guerreros con características militares de la época, que
son conocidos como arcabuceros/ alabarderos/abanderados; enseguida aparecen los
ángeles pacíficos o de la guarda, y finalmente con mucha importancia los
ángeles músicos y los serafines. De alguna manera, en estas series angelicales,
los artistas andinos plasmaron el conocimiento que tenían del universo, de los
astros, de las estrellas así como también de los fenómenos meteorológicos,
geológicos y naturales. De tal manera que, a partir de los ángeles de Enoc que
tienen una multitud de funciones, se desarrolló la estrecha devoción de los
pueblos andinos. Así, Baradiel es el ángel príncipe del granizo, Barahiel del
rayo, Calgaliel del sol, Kokbiel de las estrellas, Laylahel de la noche,
Matariel de la lluvia, Ofaniel de la luna, Raamiel del trueno, Raasiel de los
terremotos, Rathiel de los planetas, Tuhtiel del viento, Salgiel de la nieve,
Samsiel del día, Zaamel de la tempestad, Zaafiel del huracán, Zawael del
torbellino, Ziquiel de los cometas. Tampoco deja de estar presente en el
calendario de ritos y creencias, el ángel caído Lucifer, que es identificado en
el cielo como el Lucero del anochecer y del amanecer, del crepúsculo y de la
aurora. En realidad se trata del planeta Venus, identificado por los andinos
como la estrella Venus, la única estrella que no tiene lugar fijo en el
firmamento por ser un planeta y por lo tanto en su movilidad aparenta una
enorme caída (Gisbert 1980, Zuidema 1989). Durante los meses de septiembre y
octubre, a lo largo de los Andes se rinde homenaje a los ángeles, al momento de
celebrarse la fiesta de san Miguel, de san Rafael, del Ángel de la Guarda; y en
las fiestas de las Vírgenes de la Merced y del Rosario, los angeles acompañan y
resguardan a las vírgenes en las procesiones. Cuando los campesinos se dirigen
a los ángeles, en la mayoría de casos se trata de rogativas con el fin de
solicitar la protección de los primeros sembríos y el buen crecimiento de los
cultivos, pero también se cree que los ángeles cuidan el cuerpo del individuo
contra las acechanzas malignas y protegen de las malas amistades.
Durante la primera
estación de lluvias y de sembríos, las divinidades suelen mostrar mucho celo e
irritación, la ira divina puede manifestarse a través de las alteraciones
pluviales, de pestes y enfermedades que de esta manera ponen en peligro el
crecimiento de las plantas, el desarrollo y maduración de los frutos y la
futura cosecha (Ortiz Rescaniere 1995). Por tal motivo, en octubre y noviembre,
entre la siembra de la papa y del maíz, en algunas regiones se han conservado
los antiguos takis, danzas rituales tradicionales, acompañadas de
cantos, en que se enfrentan dos grupos de danzantes: los Huaris,
agricultores originarios de los valles interandinos y de la costa, contra
los Llacuaces, pastores guerreros que bajaron de la puna y de las
cordilleras. En algunos casos, se trata de un encuentro entre dos mitades,
entre barrios o entre comunidades como una repetición de un acto primordial en
que se afrontaron dos antiguos grupos especializados, y en otros se trataría
tal vez de una fiesta con la función de integrar a los foráneos. En este
sentido, esta fiesta aún hoy vehicula la crisis y la fragmentación de las
identidades andinas porque, jugando sobre la oposición Huari-Llacuaz y a través
de estas disimuladas batallas rituales, se aseguraba la aceptación e
integración de los inmigrantes. Al mismo tiempo, en este período de siembras,
en el campo, en cada familia, las nueras enfrentan a los suegros, los dueños de
las chacras acostumbran a arrastrar a una joven por encima de los surcos en
donde se siembra, lo hacen con la intención de propiciar la fertilidad del
campo. Terminadas las faenas, tomados de la mano, formando largas cadenas
danzan la qhachua que propicia la fertilidad y luego se aman
al borde de los campos por ellos surcados.
En noviembre, a la par
que germinan los cultivos, también los muertos emergen de las entrañas de la
tierra o bajan del cielo. Los ritos ligados al culto a los ancestros y al culto
a los muertos, que recientemente fueron objeto de investigaciones sobre el tema
de la muerte en los Andes, tratan sobre los gentiles y el origen de la muerte,
los presagios y los sueños que anuncian la muerte; entre las prácticas
funerarias: los juegos y rituales de velorio, los cantos y llanto de las
mujeres, la intervención de los rezadores de responsos, las comidas colectivas,
las bandas y orquestas de música, el entierro y despedida del muerto, el
lavatorio de la ropa del difunto, la visión de los muertos con el viaje y las
peripecias del alma para llegar a su lugar de reposo o de nueva vida en el más
allá, para lo cual el muerto es enterrado con los objetos que más utilizaba en
vida, el papel de los animales, sobre todo el sacrificio del perro para
acompañar al alma del fallecido. La descripción del día de finados o fiesta de
las almas incluye el regreso de los difuntos, las ofrendas a los muertos, el
rol que desempeñan las velas para dar calor y claridad a las almas, el segundo
funeral o exhumación del cadáver. Los rituales de los difuntos ocupan una gran
cantidad de días con sus noches y son de una intensidad social extraordinaria.
Se bebe, se come, se baila, se reza, se juega, se acompaña intensamente al
difunto durante el velorio y el entierro se hace con música, simbolizando la
vida nueva que espera a la persona que muere (amplia información etnográfica,
en Rojas Zolessi 1995).
El culto a los
antepasados o malquis ocupaba un lugar esencial en el período
prehispánico. Se les rendía un culto mezclado con reverencia y temor a las
represalias, si estos quedaban insatisfechos de las ofrendas. Este culto se ha
prolongado de alguna manera hasta hoy y se manifiesta a través de una estrecha
relación con los espíritus de los muertos, una creencia firme en la
supervivencia de las almas. Estos espíritus o almas tienen todos los atributos
humanos menos la corporalidad que ellos han abandonado, pero poseen mucho más
que el ser humano normal porque no mueren jamás. En los Andes, se desarrolla
una expectativa de espera y una fraternidad enorme durante el regreso de estas
almas en el mes de noviembre, mes en el que hay que recibir a las ánimas de los
familiares, ofrecerles un banquete, colmarlos con los potajes y los platos
preferidos que les gustaban cuando estaban con vida, darles calor con las velas
y también embriagarlos con bebidas. Una vez finalizados estos ritos y
satisfechos, los muertos retornan a su mundo. Cuanto mejor haya sido la
recepción, con más fervor ayudarán éstos a que las semillas germinen, crezcan,
se logren, y el próximo año regresarán más dispuestos hacia sus deudos. Los
espíritus de los muertos tienen la obligación y la responsabilidad de
preocuparse del bienestar de su grupo de descendencia en el mundo de los vivos
y éstos a su vez tienen la obligación de venerarlos, recordarlos y esperarlos
cada año 14.
Entre diciembre y marzo,
época en la cual los campos cultivados se cubren de plantas y de flores, en
numerosas regiones se inicia un período intensivo de batallas rituales,
denominadas chiaraje, tocto, tinkuy. Se trata de
combates festivo-rituales efectuados a fin de asegurar el ciclo productivo, una
cosecha abundante, así como también la procreación y el incremento del ganado.
Son verdaderas batallas campales entre pueblos vecinos, cuyos hombres se
enfrentan a caballo y a pie; algunas veces también toman parte las mujeres.
Hombres y mujeres ofrecen y entregan sus cuerpos a sus respectivos adversarios,
que son sometidos a un enfrentamiento a base de golpes que producen heridas.
Una muerte en estas batallas es considerada como la señal de que la tierra ha
aceptado la ofrenda, la Pachamama necesitaba esta vida. Significa hacer un pago
concreto a la tierra por los bienes recibidos o por recibir. La muerte unida a
los sudores, a las lesiones, a la sangre y al dolor de los heridos alimenta y
nutre a la tierra que está preñada; sin olvidar que también estos combates
agradan a los espíritus tutelares de la comarca. Se trata, al mismo tiempo, de
un sacrificio de sangre a la tierra que está fecundada y de la afirmación
identitaria de los pueblos a través de una competición dual. En algunos
lugares, las hermanas de los vencidos se convierten en los trofeos y en este
caso se trataría también de ceremonias bélicas entre potenciales parientes
políticos. Este período de batallas rituales, engloba el tiempo de carnaval,
que es tiempo de juegos, diversión y aventuras, como una continuación y variante
de las batallas rituales, porque se baila y se canta, se come y se bebe hasta
la embriaguez. Y en todos estos momentos compiten y se agreden entre grupos,
barrios, bandas por sexo. Es el período de los jala-pato o de
la fiesta del arrancamiento de la cabeza y del desangramiento de los patos que
se realizan a través de las carreras de jinetes a caballo, y el período de
los cortamontes o del sacrificio de los mejores árboles que
posee cada localidad. Estamos en la época en que los amores suelen tomar un carácter
inesperado y turbulento, como las lluvias de fin de temporada. Actualmente, las
confrontaciones deportivas y los bailes han ido sustituyendo, poco a poco, a
las confrontaciones bélicas y los combates festivos (ver las revistas
especializadas en folclore, Ortiz Rescaniere 1994).
Notas
* Este artículo es un
homenaje a María Rostworowski.
1. En este trabajo hemos
intentado presentar nuestra reflexión sobre la construcción y los procesos del
fenómeno religioso en los Andes. Presentamos, de manera somera, el texto de un
libro que estamos terminando. Hasta ahora los balances sobre temas religiosos,
míticos y rituales han sido realizados a través de temas socioeconómicos o
políticos y aparecen inventariados en los balances sobre estudios
etnohistóricos. Sin embargo, hay tres esfuerzos últimos y estos son: Urbano
1982, Klaiber 1995, Marzal 1996.
2. No sólo se actualizó
y cuidó las viejas ediciones sino también se integró el hallazgo de crónicas,
como la de Betanzos en Mallorca y la de Cieza de León en Roma. Merecen especial
mención las casas de edición y sería útil en el futuro hacer un comentario de
ellas. En el Perú destacan principalmente la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, la Pontificia Universidad Católica de Lima, el Instituto de Estudios
Peruanos, el Centro Bartolomé de Las Casas, la Pastoral Andina, el Institut
Français d'Etudes Andines.
3. Editado por primera
vez en 1916, en la colección de libros y documentos referentes a la historia
del Perú, por Horacio Urteaga, en 1989 aparece en Historia 16, con una
introducción de Henrique Urbano y Pierre Duviols.
4. Las ediciones más
conocidas son las de Trimborn, Arguedas 1966, Taylor 1980, en francés, y 1987,
y la última de Salomón 1991.
5. Destacan los trabajos
publicados por el Centro Bartolomé de Las Casas, el Instituto Pastoral Andino y
la Pontificia Universidad Católica de Lima.
6. Los nombres más
mencionados: Ymaymana Viracocha, Ticsi Viracocha, Con Ticsi Viracocha, Tonapa
Viracocha, Tocapa Viracocha, Pachayachachi Viracocha. F. Aliaga está preparando
un libro sobre 11 nombres que se le atribuyen a Viracocha.
7. Se encuentra en casi
todos los registros etnográficos que abordan este tema.
8. Algunos grupos
políticos y la izquierda peruana han utilizado el contenido de este mito y sus
ambigüedades. Ver también Flores Ochoa 1973, 1992.
9. La relación entre
justicia social y el color blanco lo desarrolla Sallnow 1987, en su libro sobre
peregrinaje en los Andes y cultos regionales en el Cusco.
10. Existe un amplio
registro etnográfico a lo largo de los Andes.
11. Este personaje se
elabora en el mundo urbano, especialmente asociado a la necesidad de
transfusiones sanguíneas, sector en el que existe actualmente un comercio
intenso.
12. Hemos tratado de
buscar las rutas y los recorridos efectuados por los héroes con el fin de
ubicarlos en los espacios que ocupan.
13. En mi análisis de la
división calendárica sigo absolutamente las correspondencias y las síntesis que
hacen los andinos entre ritos, mitos y los ritmos ecológico-botánicos y
astronómicos.
14. En todos los
trabajos de campo que he realizado en el Perú, la fiesta del retorno de los
muertos ocupaba un lugar importante.
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