El awana wasi de Tarmatambo:
una aproximación etnoarqueológica*
José A. Gamarra Amaro
"...el tejido era un
importantísimo elemento en la redistribución. Cabe anotar aquí que
recopilaciones de textos andinos, como los de Guarochirí, recopilados por
Francisco de Ávila... mencionan que a Wiracocha lo adoraban especialmente los
maestros tejedores, ¿tendría que ver ésto con la imagen que se menciona
frecuentemente de que el mundo podía ser considerado como un tejido?"
(Pease
1992a: 47).
RESINTO DE DOS PISOS EN EL BARRIO DE CUCHUCANCHA
INTRODUCCION
1.- Tarmatambo es una importante
instalación incaica en la sierra central del Perú y cabecera de la provincia de
Tarma. Probablemente estuvo sujeta a la ciudad incaica de Pumpu, que era
cabecera de una provincia mayor que abarcaba, además de Tarma, a Chinchaycocha,
Atapillo y Yaros (Hastings 1985; Arellano 1988; Matos et al. 1998; Arellano y
Matos en prensa). En el presente ensayo nos ocuparemos del awana
wasi o taller de textilería que aún se conservaba en el tambo incaico
hasta 1999. Con la información arqueológica y la observación etnográfica
recogidas en el trabajo de campo llevado a cabo entre 1995 y 1996, intentaremos
reconstruir la institución del awana wasi y su funcionamiento
en el estado inca.
2.- Nuestra primera visita a
Tarmatambo fue en 1964, en compañía de Craig Morris, Donald Thompson y John
Murra. Ya en aquel entonces constatamos la masiva destrucción del sitio inca.
Sin embargo, el conjunto del awana wasi estaba casi completo.
Raimondi (1876: 157) fue elocuente al señalar que era ya imposible levantar un
plano porque las paredes habían desaparecido o se confundían con los cercos de
chacras. A pesar de ello, él todavía logró ver grandes edificios construidos
sobre terrazas y otros recintos cuadrangulares y circulares en hilera. Por su
parte, Charles Wienet (1993: 250-51 [1880]) afirmaba que Tarmatambo debió haber
sido una gran ciudad, pero cuando la visitó era ya “imposible de levantar un
plano completo”, aunque no dejaron de impresionarle los “palacios principescos,
construidos con mayor solidez que las habitaciones de los súbditos”. Menciona
que grandes fortificaciones protegían los recintos, como baluartes situados a
200 m por encima de la primera zona. Sin duda se refería a las filas de colcas.
3.- Al retornar en 1995, treinta
años después de nuestra primera visita, advertimos que además de las colcas, en
el área nuclear sólo quedaban en pie menos de una veintena de recintos
completos, unos 80 muros parciales o en cimientos, generalmente formando parte
de cercos de chacras modernas, y cerca de 200 muros de contención de terrazas.
El sector mejor conservado por ahora es el de las colcas. La
mayor destrucción del awana wasi ocurrió a comienzos de la década
de 1980, cuando la familia Pucuhuayla decidió edificar su vivienda precisamente
en el espacio que ocupaba la sala oriental. En 1998, esta misma familia terminó
de destruir lo que quedaba de la sala occidental, convirtiéndola en un corral
de animales.
EL ESTABLECIMIENTO DE TARMATAMBO
4.- Como todos los tambos incaicos, Tarmatambo fue instalado sobre el camino
real incaico que pasa por ese lugar en su recorrido del Cuzco a Quito. Fue
fundado en un lugar estratégico, tanto para administrar como para controlar los
recursos humanos y naturales de una importante legión. Sin duda fue asiento de
la autoridad delegada por el estado inca, y en cuanto tal un centro de poder
político. En 1967, Morris ya advertía la dicotomía entre los datos y los hechos
en Tarmatambo, los cuales le presentaban por un lado como un tambo real, y por
el otro como un centro administrativo; esto hasta ahora no ha sido aclarado,
pero postulamos que la instalación cumplía ambas funciones (Arellano 1988;
Matos et al. 1998; Atellano y Matos en prensa). En el estudio de Parsons,
Hastings y Matos (2000: 396), el tambo incaico de Tarmatambo fue registrado
como sitio No. 283.

5.- Vatios cronistas coinciden en señalar que Tarmatambo fue una cabecera de
provincia. Algunos de ellos visitaron personalmente el lugar y otros recibieron
la información indirectamente. Uno de los que estuvo en el lugar muy
tempranamente es Pedro Pizarro (1986 [1570]), así como Cieza (1984b [1553]),
pero también hallamos referencias en Cobo (1956a [1653]), Guamán Poma (1980a
[1615]) y Vázquez de Espinoza (1948 [1628]). En tiempos modernos, la zona fue
visitada por viajeros del siglo xix como Antonio Raimondi (1876) o Wiener (1993 [1880]), e
investigadores contemporáneos como Rowe (1946), Morris (1967), Murra y Morris
(1976), Espinoza (1973a), Arellano (1988), Parsons y Hastings (1977), LeVine,
ed., (1985), Matos (1994) y Parsons, Hastings y Matos (2000), entre otros.
6.- Geográficamente, Tarmatambo está ubicado en un punto estratégico que
permite relacionarse con las punas de Junín, la cuenca del Mantara y la selva
de Chanchamayo. Desde este lugar es fácil acceder a los recursos agrícolas de
los valles y a los de pastoreo en la puna. El camino real unía a Tarmatambo con
el valle del Mantara (Xauxatambo), la hoya del Palcamayo, el altiplano de
Chinchaycocha (Chacamarca y Pumpu) y la ceja de selva (Chanchamayo). Dadas
estas ventajas, habría sido un lugar de acopio de productos originarios de la
región, un centro de producción de tejidos y un centro de almacenaje de bienes
para facilitar la redistribución estatal inca.
7.- Tarmatambo fue edificado entre dos quebradas que bajan de las punas de
Huaricolca hacia Tarma, Huaylará por el lado SO y Huancal por el lado SE.
Debido a la topografía del terreno, el establecimiento fue instalado sobre tres
espacios adyacentes. El primero ocupa el cerro conocido como Pirhua Pirhua, en
el cual se hallan las colcas. Ellas están agrupadas en dos
subgrupos; una fila se desplaza por la cima del cerro y la otra por las faldas,
cerca a las canchas y en el límite superior de los andenes.1 El segundo espacio es el barrio conocido actualmente como
Cuchu-cancha (algunos lo llaman también Marica Marka), el núcleo del tambo
incaico donde se encuentran las canchas residenciales y los
edificios públicos. Este barrio tiene aproximadamente 100,000 m2 de área, con edificaciones en su mayoría acomodadas sobre terrazas
artificiales. El tercer espacio está ocupado por el sistema de andenes y
acequias que se extiende cuesta abajo por el lado nor-occidental (Brown 1998,
s.f). El único espacio plano y amplio fue habilitado para la plaza principal,
la cual en años recientes fue convertida en un campo de fútbol. Parsons,
Hastings y Matos (2000, I, 2: 398) calculan en 31.2 hectáreas el área total
constituida en Tarmatambo.
·
1 Morris (1967) contó 28 colcas circulares
en el primer subgrupo y 24 en el segundo, 12 rectangu…

8.- El informe de Craig Morris (1967: 63) contiene referencias a la kallanka, las colcas y
por supuesto al awana wasi, en cuya descripción se incluye la
sala con 6 puertas, 10 nichos y 16 anillos de piedra utilizados como
sostenedores. En 1995-96 todavía eran visibles la kallanka, la
plaza mayor, el acllahuasi, las colcas, los
centros de producción de tejidos y algunas kanchas residenciales.2 La plaza principal aparece inusualmente fuera del núcleo poblado
porque era el único espacio potencialmente habitable para este propósito.
La kallanka fue edificada en el extremo NO del barrio
Cuchucancha, mientras que el taller de producción de tejidos se construyó en el
extremo SO. Entendemos que los ingenieros encargados de fundar cabeceras de
provincias no estaban obligados a repetir el patrón pre-establecido en Cuzco,
sino que adecuaban las construcciones a la naturaleza del terreno. Por eso, el
plano de Tarmatambo no se asemeja a ninguno de los tambos incaicos conocidos en
la sierra central, y posiblemente tampoco a los de la región del Cuzco, pero en
cambio es muy claro que, simbólicamente, la imagen política de la capital
estaba representada en toda su magnificencia (Fig. 1).
·
2 Un siglo después, Espinoza
(1973a: 50-51) repite a Wiener agregando de su propia imaginación…
EL AWANA WASI
9.- El awana wasi de Tarmatambo fue edificado dentro del
barrio de Cuchucancha, el cual está situado sobre una terraza natural al pie
del cerro Pirhua Pirhua, en la parte inferior del camino que conduce al barrio
de Chinchauhuari y en la parte occidental del sitio. El terreno habilitado para
el awana wasi tiene 1,750.10 m2 y el recinto tiene un plano cuadrangular, dividido en dos mitades,
cada una de ellas subdividida a su vez en otros dos ambientes. Cada mitad tenía
una sala techada y un patio delantero abierto (Fig 2). El muro del medio es una
línea que divide las dos mitades del taller, una oriental (allauca/hanan)
y la otra occidental (ichoqlhurin). Este muro, que marca la
línea de unión y separación (tinkuy) de las dos mitades del awana
wasi, es el eje norte-sur, y es también un muro de contención que
resuelve el problema del desnivel. A nuestro juicio, el diseño del taller
parece estar inspirado en una “messa” ritual.3 En todo caso observamos una dualidad que se repite en los tejidos,
tanto antiguos como modernos.
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3 Tejido quechua moderno que es
usado para los “pagos” o “despachos”…
UNA POSIBLE SEMEJANZA EN MAQUETA DEL AWANA WASI
10.- Al observar el plano del awana wasi sobre el papel, no
cabe la menor duda de que se trata de la abstracción metafórica de una messa o tiqlla ceremonial
andina. Las mantas o manteles modernos usados como messa son
pequeños y están divididos en dos mitades, una luce un color oscuro y la otra
uno claro. Cada mitad puede, a su vez, subdividirse en otras dos partes; la
idea central es el contraste de colores que se unen en una misma pieza. En
el awana wasi, cada mitad tiene un ambiente techado y un patio
abierto. La mitad oriental sin duda es hanan y la otra hurin, mientras
que las salas techadas que tuvieron ambientes de sombra serían las partes
oscuras y los patios con luz natural las partes claras. La disposición del
edificio nos hace pensar que se trataba de una versión de la messa ritual
con una división dual y cuatripartita, semejante al tejido que los sacerdotes
andinos utilizan hoy en día para preparar sus despachos, pagos u ofrendas. Como
es de suponer, las dos salas techadas de ambiente oscuro contrastan con los dos
patios de ambiente claro (Figs. 2 y 3).4
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4 Para mayor información sobre
el significado de la messa y los colores véase Cereceda (1987)…
·
11.- Las medidas tomadas desde el interior de la sala occidental son 32.25 m
x 4.80 m, y del patio delantero 33.50 m x 21.50 m., con patedes de un ancho de
0.75 m. Esta anchura en la base de la pared se reduce en la parte superior a
0.60 m, con lo cual el muro toma un perfil trapezoidal, patrón generalizado en
la arquitectura incaica. Se advierte que el patio mide cuatro veces más que la
sala. El área de la sala techada es de 154.80 m2, mientras que el del patio 720.25 m2. La suma de ambos, sala y patio, es de 875.05 m2 aproximadamente, que al duplicarse con la otra mitad totaliza
1,750.10 m2. Gracias a la pared que aún queda en el patio oriental, podemos
imaginarnos que el taller estuvo encerrado con paredes de 2.80-3.00 m de
altura. Dada las características que presentan las salas techadas, éstas no
tuvieron puertas de comunicación con el exterior, sino con el patio. Por
consiguiente, la entrada principal al awana wasi debe haber
sido por la calle que cruza por el lado oriental.
12.- Entre los elementos instalados
en la pared para facilitar el funcionamiento del taller de tejidos, se
encuentran los anillos tallados en piedra llamados localmente shingo (travertino
andino), los clavos de piedra y las pequeñas hornacinas. Es de suponer que los
anillos del awana wasi fueron soportes del telar de cintura y
de telas durante el proceso de bordado y tapizado. La sala occidental del awana
wasi conservaba alguno de esos elementos originales. Por ejemplo, en
la pared meridional se encontraban in situ 21 anillos de piedra tallados en roca, 9 en perfecto estado de
conservación y 12 quebrados, 4 piedras clavas y 9 pequeños nichos de forma
ligeramente trapezoidal (Fig. 4). Las medidas de los nichos fluctuaban entre
0.35 m de ancho en la base por 0.40 m de altura, hasta 0.65 m por 0.70 m, con
distinta ubicación en relación al piso. En la pared opuesta a la descrita, la
cual sirve como medianera entre la sala y el patio, constatamos que hubo 6
puertas y 7 ventanas abiertas, las cuales todavía conservaban la parte inferior
de la pared, aunque seccionadas a media altura. Los dinteles y mojinetes fueron
destruidos hace mucho tiempo. Suponemos, sin embargo, que puertas y ventanas
estuvieron al mismo nivel superior como para sostener el dintel, tal como lo
observamos en una kancha ubicada en la tercera terraza al
oeste de la plaza, y en otra en Cuchucancha. En esa misma kancha todavía
subsisten dinteles preparados con madera local, aliso o qui-nual, amarrados con
soga torcida o trenzada en ichu chilliwa. Por estas evidencias
y lo que queda en el awana wasi, podemos deducir que puertas y
ventanas tuvieron forma trapezoidal, con un ancho en la base de 0.85 m en las
ventanas y de 1.55 m en las puertas.
13.- Para constatar la pared original incaica, desmontamos todo lo que se
había colocado encima. De esta manera quedaron visibles las 6 puertas
alternando con 7 ventanas. En el paramento de esta pared no se encontró ningún
elemento, pero en cambio hallamos 7 anillos y 2 clavos de piedra en el relleno.
Éstos probablemente se cayeron de la pared. Observamos también huellas de
tarrajeo y blanqueado en la base de una de las ventanas. Ellas eran iguales a
la que observamos en la kancha T-l, ubicada en la tercera terraza
al oeste de la plaza. Por último, el único umbral casi completo en la cuarta
puerta tenía 0.40 m de altura. Por la excavación de Anthony y Galloway (en
prensa)5 podemos imaginar que los niveles de pisos de ambos lados, el
interior de la sala y el patio delantero, estuvieron al mismo nivel. Las
evidencias de anillos y clavos de piedra que aún quedaban in
situ, permiten inferir que en la pared meridional de la sala
occidental se instalaron aproximadamente 40 anillos y por lo menos 5 andamios
de 0.60 m de ancho. Se entiende que tanto los anillos como los andamios
estuvieron colocados a distintas alturas, que fluctuaban entre 1.05 a 2.10 m
sobre el nivel del piso, aunque la mayor concentración de anillos estaba entre
1.40 y 1.60 m. Las clavas estaban generalmente sobre el 1.80 m. Los anillos y
las clavas fueron colocados en el paramento durante la construcción.
·
5 Sobre el particular, Anthony
ha escrito un reporte sobre la excavación que ella condujo…

14.- La sala techada a doble agua
(Fig. 3) fue el espacio principal del taller, en el cual también se depositaban
temporalmente algunos menajes, mientras que las actividades asociadas al manejo
de fibras deben de haberse realizado en el patio, por ser éste un espacio más
amplio y abierto. El proceso de fabricación de tejidos, desde la preparación de
la fibra, lana o algodón, el teñido, hilado, re-hilado u ovillado, hasta el
tramado, requiere para su comodidad de áreas abiertas. Los dos patios del awana
wasi miden aproximadamente 1,140.50 m2. Esta superficie es lo suficientemente grande como para albergar a más
de un centenar de trabajadores que ejecutasen diversas tareas simultáneamente
dentro del taller. Este cálculo está basado en nuestras observaciones
etnográficas realizadas en la comunidad de tejedores de Chawaytiri, anexo de
Písac, y en la de Chincheros, ambas en Cuzco. Durante las jornadas diarias de
trabajo y en los meses de sequía, el awana wasi debió haber
albergado entre 120 y 150 trabajadores dedicados a diversas facetas de la
producción textil. Es de suponerse que hubo trabajadores temporales o mitmaqkuna, y
permanentes como las acllas y mamaconas. La autoridad andina
debió haber organizado el trabajo en forma de mita, administrando así la
energía humana a entregarse al awana wasi, a cambio de
corresponder con la redistribución que le era propia a su autoridad.
15.- Aparentemente no existía un
plano o patrón de ordenamiento de los elementos incrustados en los paramentos.
Los ejemplos que quedaban in situ no daban idea de simetría,
ni de la existencia de ejes horizontales o verticales. El aparente desorden en
la ubicación y distribución de esos elementos que destacaban en el
paramento obviamente desconcertaba al observador moderno, porque no
correspondía a la lógica ni al orden incaico a los cuales estamos
acostumbrados. A pesar de ello, creo que podemos intentar ciertas
aproximaciones si acudimos a la analogía etnográfica. El aparente desorden en
un taller como éste podría sugerir que no se trataba de una fábrica de tejidos
de tamaño y modelo uniforme. Aunque se sabe que la producción estatal incaica
fue estandarizada, creo que la de los tejidos gozó de flexibilidad debido a la
variedad producida.
16.- La pared medianera entre la sala
techada y el patio cumplió una doble finalidad: sostener el techo y proteger de
las lluvias al interior de la sala. Como se sabe, durante las estaciones de
lluvia en la región (diciembre-marzo), la luz del día es más corta con relación
a los meses de sequía. Tal vez por ello esta sala fue provista de seis puertas
que alternaban con siete ventanas anchas, ambas con umbrales de suficiente
altura como para evitar el ingreso de la lluvia al interior, pero permitiendo
que entrara suficiente luz natural como para facilitar la visión de los
tejedores. El trabajo en tejidos, especialmente cuando se trata del bordado o
tapizado de telas finas como las que deben haberse manufacturado en el awana
wasi, requiere de mucha luz, y de un ambiente seco y abrigado. Es obvio
suponer que los tejedores necesitaban de un ambiente techado pata protegerse de
la insolación diurna y de las lluvias invernales, pero al mismo tiempo
requerían de otro espacio abierto para trabajos que requieren de mayor
amplitud, como el allwiy o urdido en el telar, el hilado,
teñido, etc.
17.- Durante el levantamiento del
plano general, tarea que estuvo a cargo de David Brown y Ciro Bedia, se
enumeraron todos los recintos identificables. De esta manera el awana
wasi fue signado con dos números distintos: T-15 pata el lado
occidental y T-82 para el oriental. Una vez confirmado que ambos formaban parte
de una misma unidad, esto es el taller de producción de tejidos bajo la
administración del estado inca, decidimos llevar a cabo algunas excavaciones de
exploración. Personalmente hice una trinchera en el patio del lado oriental,
cerca de la pared que aún conservaba anillos de piedra como sostén de telar de
cintura. Se excavó en el patio para buscar y definir la asociación de la pared
con el piso y recoger evidencias que dieran testimonio de la función del patio
(Fig. 5). El producto de la excavación no fue nada extraordinario, pero sí
mostró el uso del espacio como un taller textil. Fue revelador no haber
encontrado muestras de basura de cocina o algo vinculado a una vivienda. Entre
los elementos que colectamos figuran torteros de piedra y de cerámica, una
aguja de hueso, escasos fragmentos de cerámica sencilla y abundante cantidad de
pedazos de roca en colores, por ejemplo rojo (óxido de hierro), verde (posiblemente
cobre), amarillo, naranja y blanco (yeso).
18.- Al año siguiente se excavaron
otras dos trincheras dentro de la sala occidental. La primera, ubicada en la
parte central de la sala, estuvo a cargo de Anne Galloway, y la segunda,
ubicada cerca a la pared occidental, estuvo dirigida por Dana Anthony.6 El material cultural colectado es igual al de la trinchera del
patio oriental.
·
6 En la excavación participaron
estudiantes de la Universidad de San Marcos: Judi Garay, José Luis Pic…
19.- Se sabe por la información colonial, que la demanda de tejidos y comida
por parte del estado inca era constante y creciente. Lo que no se conoce es si
hubo preferencias en los pedidos. Posiblemente la mayor demanda fue de ropa
fina para la nobleza incaica y provincial, luego para el ejército, y por último
la demanda de mantas y costales para trabajos en la agricultura. Cabe entonces
preguntarnos qué tipo de tejidos se producía en el taller de Tarmatambo. ¿Un
solo tipo, dos, tres, o quizás todos los tipos posibles? Nos inclinamos por la
última posibilidad. No existe un argumento documentado para suponer que
los awana wasi se dedicaban exclusivamente a la producción de
uno o dos tipos de tejidos.
20.- La mejor descripción histórica
sobre el telar incaico y la clasificación de los tejidos fue hecha por el
jesuita Bernabé Cobo (1956a: 258-59 [1653]). Este cronista, y otros de la
colonia, coinciden en señalar que en la producción textil incaica hubo dos
clases de tejidos: el awasqa, tejidos de uso doméstico, sencillo
y de trabajo, como llikllas y costales; y el kumpi, tejido
fino, decorado, hecho en un telar especial y comparable con los lienzos
europeos. Como Tarmatambo está ubicado en una zona agrícola, posiblemente se
producía ambas clases de tejidos en el awana wasi.
21.- Rowe (1979: 239) establece que
sólo las acllas tejían los tejidos kumpi para
el Inca, mientras que las esposas de los curacas y los kumpikamayoq hacían
los otros tejidos de este tipo. Rowe no menciona los tejidos más burdos. La
pregunta sería si en el awana wasi se hallaban todas estas
personas, y otras más, trabajando conjuntamente. El descubrimiento del awana
wasi nos obliga a reinterpretar los datos de las crónicas con respecto
a las acllas y los tejedores oficiales (kumpikamayoq),
y a repensar el modelo de la entrega de fuerza de trabajo como tributo al Inca.
Como señala Murra (1991: 285), en la política incaica, las dos principales
obligaciones económicas que afectaban a los comuneros para garantizar la
redistribución fueron: 1) la obligación de trabajar las tierras del estado y la
iglesia; y 2) la obligación de tejer para el estado y las necesidades de la
iglesia. Estas obligaciones significaban acaso producir hasta llenar cada año
las colcas con ropa y comida para su redistribución; por
consiguiente, los centros de producción como el awana wasi habrían
sido sectores importantes en la estructura estatal (Rostworowski 1983).
22.- Como especulación
complementaria al estudio del awana wasi, suponemos que las
canchas ubicadas al otro lado de la calle Este deben haber sido el acllahuasi, estratégicamente
instaladas frente al awana wasi, acaso para articular la
actividad de las aellas y mamaconas con el taller. Las
crónicas del siglo xvi coinciden en señalar que las primeras eran mujeres escogidas en
todo el territorio del imperio, las cuales dedicaban su vida al arte de tejer,
preparar alimentos durante las fiestas oficiales y apoyar las funciones del
esrado cuando eran requeridas (Murra 1991: 290). Guamán Poma (1980a [c. 1615])
menciona que hubo seis clases de acllas, desde las princesas
de sangre hasta las mujeres comuneras. Agrega que ellas vivían en casas
especiales, aisladas del resto del pueblo, cuyas viviendas se llamaban acllahuasi.7
·
7 Sobre las acllas,
mamaconas y el acllahuasi existe abundante información
etnohistórica…
23.- Para las personas que tenían que contribuir, la demanda de fuerza de
trabajo por parte del estado incaico significaba alternar sus labores entre la
producción de tejidos y la de comida. Este tema, acuciosamente estudiado por
John Murra (1956, 1972, 1978), muestra que el estado inca utilizaba hábilmente
la mano de obra como tributo obligatorio, es decir, se tributaba en trabajo,
concentrado principalmente en la producción de comestibles y en la de tejidos y
ropas. Pedro Pizarro (1986: 195 [1572]), tantas veces citado por los
historiadores de la conquista, fue uno de los primeros europeos en expresar su
asombro al ver tantos depósitos estatales llenos de ropa y comida, además de
otros productos. Cuando Sancho de la Hoz (1917: 141 [1535]) describió la
ocupación de Jauja, exclamó asombrado “que el general Quizquiz en su retirada
quemó al menos uno o muchas colcas llenos de tejidos y maíz”. Agustín de Zarate
(1944: 691 [1555: II, Cap. XII]) señala que Quizquiz tuvo que salir rápidamente
de Jauja, dejando 15,000 llamas, 4,000 prisioneros y quemando los tejidos que
no podía llevar consigo.
24.- Las evidencias halladas en
el awana wasi muestran que éste siguió funcionando después de
la invasión española. El recinto original incaico fue ampliado y sus
instalaciones modificadas. Es muy probable que haya sido el obraje de la
comunidad que Vásquez de Espinoza menciona (1948: 456-57 [1629]). Este obraje
desapareció posteriormente, porque en el siglo xviii sólo se menciona la
existencia de chorrillos de propiedad de los caciques de Anan y Lurin Tarma,
que no se hallaban en Tarmatambo (Arellano 1984, 1988: 118, 166). Esto coincide
con los resultados de la excavación arqueológica, en la cual se constató que
los niveles superiores (0.40-0.50 m) fueron disturbados por la agricultura,
mientras que los inferiores conservaban los testimonios indígenas in
situ, obviamente con ocasionales intrusiones.8
·
8 Sobre el particular, Anthony y
Galloway (en prensa) han escrito un reporte sobre la excavación…
LAS TEJEDORAS DE TARMATAMBO Y SUS
HERRAMIENTAS DE TEXTILERIA
25.- Gracias a un oportuno aviso de
la Dra. Betty J. Meggers, del Departamento de Antropología del Museo Nacional
de Historia Natural (NMNH) del Smithsonian Institution, encontramos una
importante colección de material cultural incaico procedente de Tarmatambo,
recogida en 1936 por el Ing. Robert Wells, que por entonces trabajaba para la
Cerro de Pasco Copper Corporation. Wells, que tenía aficiones por la
arqueología, llevó a cabo exploraciones en las provincias de Yauli/La Oroya y
Tarma, fotografiando y describiendo algunos asentamientos prehispánicos y
publicando alguno de sus informes (Wells 1940).
26.- Este funcionario
estadounidense recogió una colección de herramientas de tejer, según dicen sus
notas, en “una tumba huaqueada en la cueva de Tarmatambo”. La colección
contiene herramientas de hueso, madera, piedra y metal, en perfecto estado de
conservación y fragmentos de cerámica, además de fotografías del sitio. La
única cueva del lugar se encuentra a unos 400 metros al sur y cuesta arriba
del awana wasi.
27.- La colección Wells guardada en el NMNH es la siguiente:
·
18 agujas de hueso de diversa
longitud y grosor;
·
10 agujas de metal (7 de cobre
y 3 de plata), igualmente de diversas medidas;
·
8 tupus de
cobre;
·
12 pirurus o
torteros cónicos o esféricos modelados en barro;
·
5 pirurus o
torteros tallados en cerámica fragmentada;
·
2 pirurus o
torteros tallados en piedra, finamente pulidas;
·
10 tubos hechos en huesos de
camélido, venado y posiblemente ave.
28.-Todos tienen un agujero a un extremo, como para ser sostenidos por una
cuerda;
·
4 aleznas talladas en cuerno;
·
2 aleznas talladas en hueso de
animal;
·
2 callwas;
·
3 discos de cerámica;
·
2 discos de piedra de río;
·
22 discos de metal, la mayoría
de cobre y unos pocos al parecer de plata;
·
2 objetos tallados en cráneo
de vizcacha;
·
3 objetos redondos de piedra;
·
2 fragmentos de tejido
sencillo, de trama y urdimbre y de color marrón;
·
8 fragmentos de cerámica
afiliada a los estilos inca, huanca de base roja y san blas.
29.- Al no contar con una
descripción del hallazgo de los objetos arqueológicos, salvo por las
fotografías que documentan el sitio y la leyenda que menciona a Tarmatambo,
únicamente podemos inferir que se trata de material de superficie recogido en
el lugar. La interrogante sin respuesta sobre esta colección es saber si ella
perteneció a la tumba de una trabajadora del awana wasi. Dado
que no se han encontrado tumbas de humanos dentro de las edificaciones del
barrio de Cuchucancha, la cuestión es saber dónde se enterraban las tejedoras
del awana wasi. Durante su visita a Tarmatambo, Wiener (1993:
251-52 [1880]) también vio sepulturas “todas violadas” y anotó que había muchas
en cuevas y abrigos rocosos, pero todas vacías.
30.- Llama la atención la fina
calidad de las herramientas y la cantidad de las mismas. Quizás se trataría de
un juego de pequeñas herramientas utilizadas por una sola persona. ¿Podría esto
estar indicando que en el taller estatal cada tejedor tenía herramientas de uso
personal? ¿Acaso esta evidencia alentaría la hipótesis de que en el taller hubo
dos grupos de herramientas, unas estatales, como la kallwa o
telar para uso corporativo, y otras de uso y propiedad personal?
EL AWANA WASI Y LA ANALOGIA ETNOGRAFICA
31.- El manejo de modelos
etnográficos en la interpretación arqueológica constituye una nueva disciplina
denominada etnoarqueología. Esta disciplina se sitúa en el campo de la
reflexión científica que permite sistematizar los datos del pasado indígena con
los del presente, superando la visión meramente etnocéntrica. Donde existe una
evidente continuidad cultural e histórica como en los Andes, las comparaciones
entre el presente y los diversos momentos del pasado pueden y deben conducir a
reflexiones que faciliten la evaluación del proceso cultural indígena, tanto
diacrónica como sincrónicamente. Gordon Childe (1956: 490) fue uno de los
primeros académicos en comparar el material arqueológico con sus observaciones
etnográficas, a lo que llamó “paralelos etnográficos”.
32.- En la comunidad moderna de
Tarmatambo todavía hay una docena de tejedores tradicionales, de los cuales
sólo tres siguen trabajando con el telar de cintura o kallwa, usando
de vez en cuando tintas naturales para el teñido, hilando con las manos y
conservando, al menos en parte, las creencias y cosmovisión andinas vinculadas
al tejido. Por supuesto que los tejedores modernos conocen el telar de cintura
y la tecnología andina peto no quieren usarla, señalando que requiere de mucho
tiempo y paciencia. Prefieren el telar de pedal por ser más rentable.
33.- Un día invitamos a los tres
tejedores de kallwa a visitar el awana wasi. Ninguno
de ellos había ingresado antes al recinto. Al tomar contacto con él,
reconocieron inmediatamente los anillos de piedra como sostenedores de telar.
Luego les pedimos que describieran el recinto con su experiencia y en su lengua
nativa. Mencionaron que después de los incas ya no se usa este tipo de
suspensores de telar. Los modernos se sostienen en cualquier poste, estaca,
travesaño de la casa o árbol del patio. Luego se sentaron en el suelo para
explicar el emplazamiento que tomaba el tejedor pata trabajar y la relación que
hubo entre éste y el anillo. Aunque estos informantes circunstanciales no
trabajan en talleres comunales, ni siquiera en grandes talleres con
participación de varios tejedores, mostraron a pesar de ello su familiaridad
con el arte y la técnica textil. Por ello su testimonio fue ilustrativo pata
entender la función del awana wasi.
34.- En nuestras observaciones
etnográficas vimos también a tejedores amarrando sus telares en el mismo
aparente desorden. Obviamente no se trataba de grandes talleres como el awana
wasi inca, ni siquiera de un taller comunal, sino de talleres con una
participación familiar de 4 a 6 personas. A pesar de esto, fue evidente que es
flexible la distribución y ubicación de los soportes de telar a diversa altura
y posición, con respecto al asiento del tejedor. El telar de cintura es
manejable de manera sumamente versátil, moviéndose de un punto a otro, así como
alargando o acortando la distancia entre el soporte y el tejedor. Con los
tejedores de Tarmatambo confirmamos lo que ya se sabía sobre la función de los
anillos y clavos de piedra.
35.- En los talleres propiamente
indígenas, que no están arreglados para los turistas, observamos que las tullpas (cocinas)
para teñir la lana, por ejemplo, se instalaban en distintos lugares del taller,
dependiendo de factores coyunturales como el clima, el viento y otros de orden
logístico. Igual ocurría con la instalación de los telares, del urdido, la
preparación de kallwas, etc. Las hilanderas (pushcaqcuna)
trabajan paradas o caminando, a veces cuidando de animales o niños. Es cierto
que algunas etapas del proceso de tejido requieren un espacio temporalmente
estable, como ocurre con el tejido en telar en cuatro estacas. Pero una vez
terminada la fabricación de una pieza, el telar puede removerse y transportarse
a otro lugar.
36.- Mencionaron, por ejemplo, que
en el piso debe haber siempre soportes para apoyar los pies. Esto es importante
para mantener el equilibrio en la fuerza del tinglado, especialmente cuando se
tejen paños grandes. En la excavación no se encontró nada parecido a esto,
excepto un hoyo que podría haber sido un molde de poste. Sobre los anillos que
muestran pocas huellas de desgaste, dijeron que estos debieron haber estado
forrados con cuero de llama. Nos hablaron también de la variedad de
herramientas que un tejedor profesional utiliza durante su tarea, así como de
la variedad en el tamaño de los telares de cintura, enfatizando que éstos no
podían medir más de media brazada por cuanto sería imposible manipular
adecuadamente las herramientas.
37.- A sugerencia de los mismos
informantes hicimos un simulacro de trabajo textil en el awana
wasi. Ellos aceptaron pasar un día de seis horas tejiendo en el
taller, haciendo uso de los pocos elementos que se conservan en los muros y
relatando sus experiencias. Además, las esposas de los tejedores aceptaron
hilar y retorcer en el recinto. Cada tejedor llevó consigo su telar listo para
tejer. Ellos mismos advirtieron que cada cual tejería un estilo distinto de
manta. Uno escogió el estilo huanca, el otro el estilo jaujino y el tercero al
tarmeño. Esta experiencia nos permitió observar, por un lado, el uso de los
elementos incaicos que quedaban en el taller y luego constatar cuántos habían
desaparecido. De esta manera tuvimos la oportunidad de observar a los anillos
en plena función, el desplazamiento que cada tejedor toma dentro de la sala y la
relación con el tamaño de manta que tejen.9 Los tejedores produjeron entre 45 y 50 cm de la longitud de una
manta, y las hilanderas entre 600 y 700 gramos de hilo.
·
9 Algo que no se podrá
documentar arqueológicamente es el aspecto inmaterial: la interacción social…
38.- Cuando mostramos la fotografía
de las herramientas halladas por Wells, nuestros informantes no dudaron en
señalar que son implementos de uso femenino. Los describieron como agujas,
leznas y punzones utilizados para bordados, calados y rapizados finos.
Afirmaron que con este tipo de herramientas sólo se trabajan los sumaq pallay. Señalaron que éste se hace con
un telar estirado, sostenido con suspensores como los anillos del awana
wasi. Aunque desarticulados, estos datos permiten pensar que en
el awana wasi se producían prendas de todo tipo, desde las
grandes y gruesas mantas hasta las finas watanas. Sin embargo,
somos conscientes de la limitación de los datos etnográficos, ya que obviamente
existe una gran distancia entre el taller incaico y los modernos; no sólo hay
diferencias en el tiempo y en la categoría, sino también posiblemente en la
tecnología y la expresión artística. El primero pertenecía al aparato de
producción estatal, mientras que los segundos son más bien domésticos y
familiares.
39.- Ahora bien, como ocurre en
muchos aspectos de la vida y costumbres de los andinos, incluido el trabajo
textil, éste se lleva a cabo cíclica y temporalmente, regulado por el
calendario agrícola. Las faenas agrícolas toman la mayor parte del tiempo. En
los talleres estatales incaicos de producción textil posiblemente hubo
trabajadores dedicados exclusivamente a esta tarea, aunque se sabe por las mismas
fuentes coloniales que estas personas también asumían otras funciones, como por
ejemplo la preparación de comida y bebida durante las fiestas oficiales, y tal
vez tareas de apoyo durante los periodos de cosecha. Los meses de lluvia
limitan el trabajo textil y alfarero, que requieren de ambientes abiertos.
Tomando en cuenta esos dos factores, podemos suponer que el trabajo en el
taller de Tarmatambo se realizaba de manera intensa en los meses que separan la
cosecha de la siembra.
40.- La filosofía del ayni y
la minka que guiaba el comportamiento social en todos los
niveles, debe haber sido elocuente al interior del taller. Acaso el mismo trato
social propiciado por el gobierno era también practicado en los centros de
producción estatal, precisamente para maximizar la producción. Por ello no es
posible suponer reglas inflexibles como ocurre en las fábricas modernas.
Creemos, más bien, en un patrón andino de organización del trabajo, el cual
permitía alternar y compartir tareas en la producción de tejidos, entre ellos
los grandes mantos con las exquisitas chutas y watanas, así
como entre tejedores que usaban grandes tingladores (illawa y kallwa)
con otros que se dedicaban al bordado, listado, calado y tapizado. Como quiera
que los tejidos tenían distintas medidas, la ubicación de los anillos de
soporte de telar a distinta altura y distancia obviamente facilitaba que el
tejedor escogiese el más conveniente. Por consiguiente, el aparente desorden
que se observa en la ubicación de los anillos de piedra puede más bien
corresponder a la organización del trabajo en tejidos, en vez de la
preocupación por el acabado arquitectónico. La conducta del ayni y
la minka permite facilitar el trabajo social, compartir las
comodidades del taller y recibir el apoyo de los kamachikoq. Los
principios de reciprocidad y solidaridad andinos fueron también una suerte de
guía espiritual en la organización y ejecución del trabajo corporativo. Por
ello, aun en las comunidades andinas contemporáneas, las prácticas del ayni y
la minka no se miden por el dictum de “tanto me das, tanto te
doy”. Por otro lado, las crónicas coloniales son pródigas en señalar que el
mismo Inca presidía las reuniones sociales y fiestas pata organizar y
calendarizar el trabajo estatal. Esta práctica acaso formaba parte del ayni gubernamental
para comprometer a los súbditos.
41.- Obviamente es indiscutible que
el arte textil actual no es ni puede ser considerado igual al incaico, a pesar
de que los andinos se esfuerzan por continuar la tradición en la misma línea y
recreando nuevas expresiones vinculadas con su pasado. Sin embargo, tenemos que
señalar enfáticamente que la continuidad cultural es consistente, bien
enraizada entre la sociedad andina, y podemos encontrar su expresión en
cualquier parte de la sierra peruana y boliviana. Regatear el valor de la
información que los tejedores modernos ofrecen, sería una miopía etnocéntrica.
Creo que es oportuno reconocer el privilegio que disfrutamos en los Andes, de
convivir actualmente con los herederos de la cultura prehispánica. Aunque se
magnifique la diferencia existente entre el andino de hoy y sus ancestros
prehispánicos, nadie puede poner en duda la notable continuidad en el uso del
telar de cintura que, como se sabe, no fue un invento exclusivo de los Andes
sino algo casi universal, pero las características asociadas al tejedor y al
tejido andinos son propias de esta cultura.
42.- La información etnográfica nos
ayudó a concluir que el recinto que estamos describiendo fue el awana
wasi del estado inca, instalado en Tarmatambo y que servía para
producir tejidos de diversas calidades. Dentro de la sala fue interesante
escuchar a nuestros informantes hablar de la taxonomía de las herramientas, el
significado cosmológico de las mismas, el sentido y significado de los colores,
la forma, tamaño y función de los tejidos, y por último, la espiritualidad que
rodea a esta actividad.
43.- Finalmente, el awana wasi incaico no debe ser entendido
como un mero taller de producción de tejidos, a la manera occidental de una fábrica
de telas. El concepto andino de producción de bienes durante la administración
del estado inca, como los tejidos y la cerámica por ejemplo, no debe ser
inferido o interpretado dentro de modelos ajenos a la realidad andina. La
filosofía andina de las relaciones sociales y las normas de la economía
política redistributiva del estado incaico estuvieron basadas en mecanismos y
patrones culturales enraizados en una larga tradición indígena. Creemos, por
ello, que en la organización del trabajo y el funcionamiento de talleres se
conjugaron una serie de factores materiales e inmateriales, desde la
experiencia, la tecnología, la cosmología y el sentimiento colectivo, hasta el
uso del material, las herramientas, la espiritualidad y las emociones. Vistos
desde esta perspectiva, los talleres deben haber sido mucho más que meros
centros de producción, acaso también instituciones de enseñanza, de creación
artística, de espiritualidad, etc., en los cuales la producción de tejidos
comprendía también la materialización del arte y metáforas, de la religión y el
simbolismo, de mensajes y comunicación. Se ha hablado poco de esta múltiple
función de los talleres como el awana wasi. Todavía es un
campo poco explotado.
BIBLIOGRAFÍA
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Wells
1940.
NOTAS
1 Morris (1967) contó 28 colcas circulares
en el primer subgrupo y 24 en el segundo, 12 rectangulares y 12 circulares.
2 Un siglo después, Espinoza
(1973a: 50-51) repite a Wiener agregando de su propia imaginación que en Hanan
Tarma existe un templo dedicado al sol, un acllahuasi y un
palacio real. El acllahuasi, según él, se llamaba accriahuactana. Sin
presentar evidencia alguna, Espinoza divide Tarmatambo en Hanan Tarma y Hurin
Tarma, cada cual con su respectiva plaza.
3 Tejido quechua moderno que es
usado para los “pagos” o “despachos”.
4 Para mayor información sobre
el significado de la messa y los colores véase Cereceda (1987)
y Flores Ochoa (1997: 717-28).
5 Sobre el particular, Anthony
ha escrito un reporte sobre la excavación que ella condujo.
6 En la excavación participaron
estudiantes de la Universidad de San Marcos: Judi Garay, José Luis Pino, Manuel
Perales, Omar Pinedo, Mario Advíncula y Roberto Bustamante.
7 Sobre las acllas,
mamaconas y el acllahuasi existe abundante
información etnohistórica, aunque arqueológicamente se les ha estudiado muy
poco. Una de esas pocas contribuciones se la debemos a Craig Morris (1967) y a
Murra y Morris (1976).
8 Sobre el particular, Anthony y
Galloway (en prensa) han escrito un reporte sobre la excavación que condujeron.
9 Algo que no se podrá
documentar arqueológicamente es el aspecto inmaterial: la interacción social v
la cosmovisión que acompaña al trabajo textil.
LLAMADA DE NOTA:
*Este ensayo es un extracto del libro: EL
HOMBRE Y LOS ANDES - TOMO II en Homenaje a FRANKLIN PEASE GARCIA YRIGOYEN. “EL AWANA WASI DE TARMATAMBO:
UNA APROXIMACIÓN A LA ETNOARQUEOLOGIA”
FUE UNA INVESTIGACIÓN REALIZADA POR EL ARQUEÓLOGO
RAMIRO MATOS.
Este libro reúne las propuestas de
destacados Investigadores de los Andes, quienes, como un homenaje académico en
honor de Franklin Pease García Yrigoyen, fueron convocados a presentar trabajos
originales en sus respectivos campos de investigación. Los estudios compilados
abarcan un amplio espectro temático une examina la historiografía, la
literatura, las fuentes y la arqueología andinas, así como el Tahuantinsuyo, el
virreinato, los inicios de la república y el siglo XX en la historia del Perú.
La búsqueda de una identidad colectiva y la
propuesta de un mundo mejor están presentes definidas, muestra que la historia
es vida y que une armoniosamente el quehacer científico con la experiencia
cotidiana de los pueblos. En luda la obra de Franklin Pease G.Y., uno de los
más influyentes estudiosos de la tradición historiográfica peruana del siglo
XX; similar espíritu es también el que anima a los colaboradores de este
homenaje. El resultado obtenido es un panorama lozano y renovado de la
investigación académica de la región que, al presentar imágenes y trayectorias
mejoran la visión del lector.
JAGA, LIMA, 2020.