lunes, 27 de julio de 2020

ASI SE HIZO LA HISTORIA DEL PERÚ: POR INTERESES, PROTAGONISMO Y ACASO CHAUVINISMO Y MITOMANÍA


POR JOSE A. GAMARRA AMARO


  Todo texto histórico debe ser neutral, enciclopédico. Pero nuestra historia fue bastante chauvinista. El chauvinismo promueve una forma de orgullo nacional profundamente acrítica y etnocentrista. Ser chauvinista no ayuda en nada a la hora de enseñar historia. Cuando uno está en la historia no debe apegarse ni al indigenismo, españolismo ni menos al patriotismo, debe ser neutral, enciclopédico. La ciencia no es nacionalista ni extranjeriza. La ciencia es totalmente objetiva, imparcial, al menos es lo ideal. La historia tiene sus métodos de investigación científica propia.

  Pero en nuestro amado Perú, hubo historiadores que enarbolaron lo dicho arriba. No todos cayeron a la misma talega –decía el historiador andahuaylino Efraín Trelles Aréstegui-, algunos merecen llamarse Señor de Señores.

MANCIO SERRA DE LAGUIZAMON
  Veamos solo tres medallas que de la historia hicieron lo mejor de sus milagros dividiendo a un pueblo entero.

  Pero, con más profundidad escribiremos de Raúl Porras Barrenechea, mas que nada cuanto en sus escritos “escondió” el testamento y la declaración del conquistador capitán Mancio Serra de Leguizamón, que junto a Diego de Almagro, Francisco Pizarro y el cura Valverde irrumpieron en Cajamarca aquella mañana del 16 de noviembre de 1532 y capturaron a Ataw Wallpa. Porras a Serra simplemente le llamó “viejo charlatan, senil” y hasta “crápula” (borracho).

La historiografía oficial del Perú tiene su santísima trinidad: José de la Riva Agüero, Raúl Porras y Jorge Basadre. Los dos primeros tienen sus capillas (el Instituto Riva Agüero de la PUCP y el Instituto Porras Barrenechea de la UNMSM) donde sus bien retribuidos sacerdotes mantienen su culto. Porras y Basadre tienen su imagen en los billetes y el último su avenida y su parque. Los tres son estudiosos serios y bien intencionados y merecen cierto reconocimiento por la tarea desarrollada y que siempre supimos reconocerlos, claro está.

Pero hay otras figuras tan importantes (o más como por ejemplo Julio C. Tello o Luís E. Valcárcel) que carecen de billetes, capilla, de parque y de avenida. En este artículo espulgaremos uno de los ensayos menores de Porras ("El sentido tradicional de la literatura peruana" escrito en 1945 y publicado en 1969) algunos de los planteamientos definitivos del autor, muerto en 1960.

Empecemos con una afirmación aparentemente inocua: "El idioma español llega al Perú... " (p. 13). NO maestro, no hay idioma español; lo que llega a América es el dialecto castellano mal hablado por los porquerizos extremeños analfabetos venidos aquí para asesinar, violar, saquear y esclavizar a los pueblos de este continente en el más espantoso rosario de genocidios jamás perpetrado en nuestro planeta.
GARCILAZO DE LA VEGA
 Claro que la opinión del Maestro es diferente: "La conquista española salvó la cultura incaica de perecer... "(p. 16). Los indios esclavizados y sus descendientes, quienes se identifiquen o simpaticen con ellos deben estar profundamente agradecidos a los asaltantes que trajeron la "salvación". Como recuerda Porras, ésta es la opinión de Garcilaso cuya historia, en buena parte, "es la justificación de la conquista española, la exaltación de los beneficios de la fe y de la cultura, la defensa de la obra heroica y empeñosa de los conquistadores " (p. 21). No en balde Garcilaso es el santo patrono de la intelectualidad oficial peruana que pretende disfrazarse de "mestizo". Recordemos que Garcilazo fue hijo de Isabel Chimpu Ocllo y Sebastián Garcilazo de la Vega y Vargas. Chimpu Ocllo fue nieta de Huayna Cápac, hija de Túpac Hualpa y sobrina de Atahualpa y Huascar.

  Y como la destrucción del Tawantinsuyu, el intento de aniquilar las culturas nativas y la esclavización de los sobrevivientes del Holocausto es una obra positiva, de civilización y salvación, cualquier voz disidente debe ser acallada, minimizada o desacreditada; es lo que Porras intenta al referirse al testamento "del viejo charlatán Mancio Serra de Leguizamón, quien afirmó <que la moralidad de los indios había sido corrompida por la civilización hispánica>" (p. 19). Porras escribió: “¿Qué crédito merece el parloteo senil de un viejo chocho? timbero y alcohólico, además?”


ISABEL CHIMPU OCLLO
  Pero Mancio no fue el único criminal avergonzado, arrepentido, angustiado y aplastado por la enormidad imperdonable de los más execrables delitos que ni las más bestiales borracheras podía hacer olvidar; hay otros más que Porras ignora pero cuyo testimonio es recordado por este autor en su Ensayo: La Conquista: una empresa mercantil (1ra. Parte, c. V y en sus menores escritos en blogger)

Además, dentro de la perspectiva criolla, hay que disminuir los logros culturales indígenas, en esta línea, Porras "descubre" que el criollo Melgar es el inventor del yaraví (p, 39). Por último, en cuanto a falsedades, irracionalidades y torpezas, Porras remacha el viejo mito de 'Va captura de Atahualpa por 168 aventureros, en el corazón mismo del Tawantinsuyu " (p. 17). La más reciente y contundente demostración de la irracionalidad de esta afirmación está en el ensayo arriba mencionado (2da. Parte, c. II)

  Terminamos con dos notables aciertos íntimamente relacionados y básicos para comprender al Perú; para Porras, las tradiciones de Palma "aprisionan toda la historia del Perú" (p. 59) "por eso son tan peruanas" (p. 107) aunque retraten "principalmente, la época colonial (p. 61). La conclusión, que Porras no extrae, es que la principal época del Perú es la colonia. Esto explica la actitud de los criollo peruanos, los limeños en especial, que quieren mantener esa época "dorada", de "la primacía jerárquica del Perú y su apogeo de corte virreynal, que va a perderse en la aventura republicana" (p. 37). Y así, en "la hora de la independencia, el Perú defiende, por imposición de su geografía y de su destino, la tradición colonial que se prolonga... aún después de pronunciados los juramentos de la libertad" (p. 107).

DEL TESTAMENTO DE MANCIO AL DE PORRAS

   Mancio no fue el único criminal arrepentido, pero los "historiadores" prefieren ignorar el tema; Riva Agüero fue una excepción al admitir el valor del testamento de Mancio que es la "solemne confesión de un moribundo donde no caben mentira ni amaño". Pero este reconocimiento es rechazado por algunos colegas y discípulos de los que el más notable es Porras que llama a Mancio "viejo charlatán" y, cada vez que se refiere al testamento en cuestión, lo califica (al documento) de "balandrón" o "fanfarrón".

  Esta reacción descubre la auténtica nacionalidad (no la oficial) de todos esos peruanos" que no han roto el cordón umbilical con su "madre patria"  a los que cualquier testimonio que niegue o que mengüe en lo más mínimo el valor que ellos han atribuido a esa canallesca empresa que fue la conquista los electriza, los histeriza y los eriza. La hispanidad de Porras es el sello de su obra y su pecado capital y es la clave de su papel en la república criolla de la que fue uno de los más altos valores y el más digno de sus representantes.

   Por una extraña coincidencia Porras, como Serra, gana esta dignidad al momento de la despedida. En 1960, Porras asiste a la reunión de cancilleres de Costa Rica y el 23 de agosto pronuncia un histórico discurso donde sostiene que, por tradición, al Perú le corresponde armonizar y conciliar cualquier diferencia que surja entre los países americanos. Por ello, ante el conflicto Cuba vs. USA propone una fórmula de tolerancia que rechaza el fanatismo y en la que prevalece la razón. Y, contrariando las órdenes expresas recibidas (y reiteradas a cada momento dada la importancia del asunto) el Perú dio su voto singular al lado del país hermano al que se pretendía agredir. La reacción del inquilino de la Casa de Pizarro fue fulminante, ordenó el regreso inmediato de su ministro y le pegó la más humillante reprimenda jamás escuchada en el palacio de los virreyes. Porras dimite y se retira a su casa donde, víctima de una grave depresión, muere el 27 de setiembre.

  Su discurso de San José fue su testamento y así como Mancio se arrepiente y condena las atrocidades que perpetró, Porras repudia y rompe (más que momentáneamente) la tradicional sumisión que es el sello de esta república criolla con la que tan íntimamente estuvo identificado y a la que tan a gusto sirvió a lo largo de toda su vida como parlamentario, diplomático y ministro.


TESTAMENTO DE MANCIO SERRA DE LEGUIZAMÓN


Los propios conquistadores, ya en el umbral de su muerte, con un patetismo angustiante, lamentaban la destrucción del Tawantinsuyu. Este es un pequeño extracto del testamento de Serra:

"... el intento que me mueve a hacer esta relación es por el descargo de mi conciencia y por hallarme culpado en ello; pues hemos corrompido a gente de tanto gobierno como estos naturales, y tan quitados de cometer delitos, ni excesos, así hombres como mujeres; y, cuando ellos vieron que nosotros poníamos puertas y llaves en nuestras casas, entendieron que era de miedo que teníamos a ellos que no nos matasen; pero no porque se creyese que era posible que ninguno hurtase ni tomase a otros la hacienda: y así cuando vieron que entre nosotros había ladrones, y hombres que incitaban a pecar a sus mujeres e hijas, nos tuvieron en poco; y habiendo venido este reino a tal rotura, en ofensa de Dios, entre los naturales por el mal ejemplo que les hemos dado ( ... ) y con eso suplico a mi Dios me perdone mi culpa. Yo confieso que la tuve y tengo, por ver que soy el postrero que muero de todos los descubridores y conquistadores y pues en eso entiendo que he descargado mi conciencia... "(Testamento de Mancio Serra de Leguizamón). 

     Este conmovedor testamento de Mancio Serra (aquel mismo que le tocara en la distribución la imagen del Sol del templo del Koricancha, y que lo perdiera esa misma noche jugando "a los dados") no constituye una excepción, tenemos además los testamentos de Alonso Ruiz y Lorenzo de Aldana entro otros.
     
  El primero, atormentado por aquello que "no era bien ganado", llegaría a manifestar al propio monarca español: "Sacra Majestad, yo soy conquistador del Perú, de cuyos despojos me cupieron más de cincuenta mil pesos que traje a España. Vivo con pena y cuidado que no son bien ganados. Yo no sé a quien restituirlos pues entiendo que no los merezco...".
Por su parte, el segundo legaría a los indios el repartimiento que le tocó en Condesuyos, a fin que lo emplearan en el pago de sus tributos. Y también resultan esclarecedoras las últimas palabras que profiriera en su agonía Pedro de Alvarado - "una de las mejores lanzas llegadas al Nuevo Mundo"- a quien, cuando le preguntaban qué le dolía más, respondía "...el alma, el alma...por lo que hicimos en el Perú ".


  
UNA PORCIÓN DEL TESTAMENTO Y FIRMA DE LUCAS
MARTINEZ VEGAZO



LUCAS MARTINEZ VEGAZO
En otro escrito trataremos del Testamento de Lucas Martínez Vegazo, uno de los conquistadores que firmó en Coaque –cerca a Panamá-  para que la conquista fuera una Empresa Mercantil subsidiada por empresarios, mercaderes y firmas comerciales donde le dieron Carta-Poder a todos los que vinieron en pos de la toma de Pirú.
  
Si bien estos documentos encontrados pertenecen a la así llamada Harkness Collection y se encuentra en el presente en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, se sabe que de cada diez papeles, nueve por los menos son Carta-Poderes, o sea que se autorizaba a éstos hombres llamados conquistadores a representar a firmas comerciales y mercaderes. ¿Para qué? Para comprar esclavos e iniciar labores de minería en las tierras conquistadas.  



sábado, 11 de julio de 2020

EL AWANA WASI DE TARMATAMBO: UNA APROXIMACIÓN ETNOARQUEOLÓGICA


El awana wasi de Tarmatambo: una aproximación etnoarqueológica*
                                                                                                           José A. Gamarra Amaro

"...el tejido era un importantísimo elemento en la redistribución. Cabe anotar aquí que recopilaciones de textos andinos, como los de Guarochirí, recopilados por Francisco de Ávila... mencionan que a Wiracocha lo adoraban especialmente los maestros tejedores, ¿tendría que ver ésto con la imagen que se menciona frecuentemente de que el mundo podía ser considerado como un tejido?" 
(Pease 1992a: 47).

            RESINTO DE DOS PISOS EN EL BARRIO DE CUCHUCANCHA
INTRODUCCION
1.- Tarmatambo es una importante instalación incaica en la sierra central del Perú y cabecera de la provincia de Tarma. Probablemente estuvo sujeta a la ciudad incaica de Pumpu, que era cabecera de una provincia mayor que abarcaba, además de Tarma, a Chinchaycocha, Atapillo y Yaros (Hastings 1985; Arellano 1988; Matos et al. 1998; Arellano y Matos en prensa). En el presente ensayo nos ocuparemos del awana wasi o taller de textilería que aún se conservaba en el tambo incaico hasta 1999. Con la información arqueológica y la observación etnográfica recogidas en el trabajo de campo llevado a cabo entre 1995 y 1996, intentaremos reconstruir la institución del awana wasi y su funcionamiento en el estado inca.
2.- Nuestra primera visita a Tarmatambo fue en 1964, en compañía de Craig Morris, Donald Thompson y John Murra. Ya en aquel entonces constatamos la masiva destrucción del sitio inca. Sin embargo, el conjunto del awana wasi estaba casi completo. Raimondi (1876: 157) fue elocuente al señalar que era ya imposible levantar un plano porque las paredes habían desaparecido o se confundían con los cercos de chacras. A pesar de ello, él todavía logró ver grandes edificios construidos sobre terrazas y otros recintos cuadrangulares y circulares en hilera. Por su parte, Charles Wienet (1993: 250-51 [1880]) afirmaba que Tarmatambo debió haber sido una gran ciudad, pero cuando la visitó era ya “imposible de levantar un plano completo”, aunque no dejaron de impresionarle los “palacios principescos, construidos con mayor solidez que las habitaciones de los súbditos”. Menciona que grandes fortificaciones protegían los recintos, como baluartes situados a 200 m por encima de la primera zona. Sin duda se refería a las filas de colcas.
3.- Al retornar en 1995, treinta años después de nuestra primera visita, advertimos que además de las colcas, en el área nuclear sólo quedaban en pie menos de una veintena de recintos completos, unos 80 muros parciales o en cimientos, generalmente formando parte de cercos de chacras modernas, y cerca de 200 muros de contención de terrazas. El sector mejor conservado por ahora es el de las colcas. La mayor destrucción del awana wasi ocurrió a comienzos de la década de 1980, cuando la familia Pucuhuayla decidió edificar su vivienda precisamente en el espacio que ocupaba la sala oriental. En 1998, esta misma familia terminó de destruir lo que quedaba de la sala occidental, convirtiéndola en un corral de animales.
EL ESTABLECIMIENTO DE TARMATAMBO
4.- Como todos los tambos incaicos, Tarmatambo fue instalado sobre el camino real incaico que pasa por ese lugar en su recorrido del Cuzco a Quito. Fue fundado en un lugar estratégico, tanto para administrar como para controlar los recursos humanos y naturales de una importante legión. Sin duda fue asiento de la autoridad delegada por el estado inca, y en cuanto tal un centro de poder político. En 1967, Morris ya advertía la dicotomía entre los datos y los hechos en Tarmatambo, los cuales le presentaban por un lado como un tambo real, y por el otro como un centro administrativo; esto hasta ahora no ha sido aclarado, pero postulamos que la instalación cumplía ambas funciones (Arellano 1988; Matos et al. 1998; Atellano y Matos en prensa). En el estudio de Parsons, Hastings y Matos (2000: 396), el tambo incaico de Tarmatambo fue registrado como sitio No. 283.


5.- Vatios cronistas coinciden en señalar que Tarmatambo fue una cabecera de provincia. Algunos de ellos visitaron personalmente el lugar y otros recibieron la información indirectamente. Uno de los que estuvo en el lugar muy tempranamente es Pedro Pizarro (1986 [1570]), así como Cieza (1984b [1553]), pero también hallamos referencias en Cobo (1956a [1653]), Guamán Poma (1980a [1615]) y Vázquez de Espinoza (1948 [1628]). En tiempos modernos, la zona fue visitada por viajeros del siglo xix como Antonio Raimondi (1876) o Wiener (1993 [1880]), e investigadores contemporáneos como Rowe (1946), Morris (1967), Murra y Morris (1976), Espinoza (1973a), Arellano (1988), Parsons y Hastings (1977), LeVine, ed., (1985), Matos (1994) y Parsons, Hastings y Matos (2000), entre otros.
6.- Geográficamente, Tarmatambo está ubicado en un punto estratégico que permite relacionarse con las punas de Junín, la cuenca del Mantara y la selva de Chanchamayo. Desde este lugar es fácil acceder a los recursos agrícolas de los valles y a los de pastoreo en la puna. El camino real unía a Tarmatambo con el valle del Mantara (Xauxatambo), la hoya del Palcamayo, el altiplano de Chinchaycocha (Chacamarca y Pumpu) y la ceja de selva (Chanchamayo). Dadas estas ventajas, habría sido un lugar de acopio de productos originarios de la región, un centro de producción de tejidos y un centro de almacenaje de bienes para facilitar la redistribución estatal inca.
7.- Tarmatambo fue edificado entre dos quebradas que bajan de las punas de Huaricolca hacia Tarma, Huaylará por el lado SO y Huancal por el lado SE. Debido a la topografía del terreno, el establecimiento fue instalado sobre tres espacios adyacentes. El primero ocupa el cerro conocido como Pirhua Pirhua, en el cual se hallan las colcas. Ellas están agrupadas en dos subgrupos; una fila se desplaza por la cima del cerro y la otra por las faldas, cerca a las canchas y en el límite superior de los andenes.1 El segundo espacio es el barrio conocido actualmente como Cuchu-cancha (algunos lo llaman también Marica Marka), el núcleo del tambo incaico donde se encuentran las canchas residenciales y los edificios públicos. Este barrio tiene aproximadamente 100,000 m2 de área, con edificaciones en su mayoría acomodadas sobre terrazas artificiales. El tercer espacio está ocupado por el sistema de andenes y acequias que se extiende cuesta abajo por el lado nor-occidental (Brown 1998, s.f). El único espacio plano y amplio fue habilitado para la plaza principal, la cual en años recientes fue convertida en un campo de fútbol. Parsons, Hastings y Matos (2000, I, 2: 398) calculan en 31.2 hectáreas el área total constituida en Tarmatambo.
·         1 Morris (1967) contó 28 colcas circulares en el primer subgrupo y 24 en el segundo, 12 rectangu…


8.- El informe de Craig Morris (1967: 63) contiene referencias a la kallanka, las colcas y por supuesto al awana wasi, en cuya descripción se incluye la sala con 6 puertas, 10 nichos y 16 anillos de piedra utilizados como sostenedores. En 1995-96 todavía eran visibles la kallanka, la plaza mayor, el acllahuasi, las colcas, los centros de producción de tejidos y algunas kanchas residenciales.2 La plaza principal aparece inusualmente fuera del núcleo poblado porque era el único espacio potencialmente habitable para este propósito. La kallanka fue edificada en el extremo NO del barrio Cuchucancha, mientras que el taller de producción de tejidos se construyó en el extremo SO. Entendemos que los ingenieros encargados de fundar cabeceras de provincias no estaban obligados a repetir el patrón pre-establecido en Cuzco, sino que adecuaban las construcciones a la naturaleza del terreno. Por eso, el plano de Tarmatambo no se asemeja a ninguno de los tambos incaicos conocidos en la sierra central, y posiblemente tampoco a los de la región del Cuzco, pero en cambio es muy claro que, simbólicamente, la imagen política de la capital estaba representada en toda su magnificencia (Fig. 1).
·         2 Un siglo después, Espinoza (1973a: 50-51) repite a Wiener agregando de su propia imaginación…

EL AWANA WASI
9.- El awana wasi de Tarmatambo fue edificado dentro del barrio de Cuchucancha, el cual está situado sobre una terraza natural al pie del cerro Pirhua Pirhua, en la parte inferior del camino que conduce al barrio de Chinchauhuari y en la parte occidental del sitio. El terreno habilitado para el awana wasi tiene 1,750.10 m2 y el recinto tiene un plano cuadrangular, dividido en dos mitades, cada una de ellas subdividida a su vez en otros dos ambientes. Cada mitad tenía una sala techada y un patio delantero abierto (Fig 2). El muro del medio es una línea que divide las dos mitades del taller, una oriental (allauca/hanan) y la otra occidental (ichoqlhurin). Este muro, que marca la línea de unión y separación (tinkuy) de las dos mitades del awana wasi, es el eje norte-sur, y es también un muro de contención que resuelve el problema del desnivel. A nuestro juicio, el diseño del taller parece estar inspirado en una “messa” ritual.3 En todo caso observamos una dualidad que se repite en los tejidos, tanto antiguos como modernos.
·         3 Tejido quechua moderno que es usado para los “pagos” o “despachos”…

                UNA POSIBLE SEMEJANZA EN MAQUETA DEL AWANA WASI
10.- Al observar el plano del awana wasi sobre el papel, no cabe la menor duda de que se trata de la abstracción metafórica de una messa tiqlla ceremonial andina. Las mantas o manteles modernos usados como messa son pequeños y están divididos en dos mitades, una luce un color oscuro y la otra uno claro. Cada mitad puede, a su vez, subdividirse en otras dos partes; la idea central es el contraste de colores que se unen en una misma pieza. En el awana wasi, cada mitad tiene un ambiente techado y un patio abierto. La mitad oriental sin duda es hanan y la otra hurin, mientras que las salas techadas que tuvieron ambientes de sombra serían las partes oscuras y los patios con luz natural las partes claras. La disposición del edificio nos hace pensar que se trataba de una versión de la messa ritual con una división dual y cuatripartita, semejante al tejido que los sacerdotes andinos utilizan hoy en día para preparar sus despachos, pagos u ofrendas. Como es de suponer, las dos salas techadas de ambiente oscuro contrastan con los dos patios de ambiente claro (Figs. 2 y 3).4
·         4 Para mayor información sobre el significado de la messa y los colores véase Cereceda (1987)…
·         11.- Las medidas tomadas desde el interior de la sala occidental son 32.25 m x 4.80 m, y del patio delantero 33.50 m x 21.50 m., con patedes de un ancho de 0.75 m. Esta anchura en la base de la pared se reduce en la parte superior a 0.60 m, con lo cual el muro toma un perfil trapezoidal, patrón generalizado en la arquitectura incaica. Se advierte que el patio mide cuatro veces más que la sala. El área de la sala techada es de 154.80 m2, mientras que el del patio 720.25 m2. La suma de ambos, sala y patio, es de 875.05 m2 aproximadamente, que al duplicarse con la otra mitad totaliza 1,750.10 m2. Gracias a la pared que aún queda en el patio oriental, podemos imaginarnos que el taller estuvo encerrado con paredes de 2.80-3.00 m de altura. Dada las características que presentan las salas techadas, éstas no tuvieron puertas de comunicación con el exterior, sino con el patio. Por consiguiente, la entrada principal al awana wasi debe haber sido por la calle que cruza por el lado oriental.
12.- Entre los elementos instalados en la pared para facilitar el funcionamiento del taller de tejidos, se encuentran los anillos tallados en piedra llamados localmente shingo (travertino andino), los clavos de piedra y las pequeñas hornacinas. Es de suponer que los anillos del awana wasi fueron soportes del telar de cintura y de telas durante el proceso de bordado y tapizado. La sala occidental del awana wasi conservaba alguno de esos elementos originales. Por ejemplo, en la pared meridional se encontraban in situ 21 anillos de piedra tallados en roca, 9 en perfecto estado de conservación y 12 quebrados, 4 piedras clavas y 9 pequeños nichos de forma ligeramente trapezoidal (Fig. 4). Las medidas de los nichos fluctuaban entre 0.35 m de ancho en la base por 0.40 m de altura, hasta 0.65 m por 0.70 m, con distinta ubicación en relación al piso. En la pared opuesta a la descrita, la cual sirve como medianera entre la sala y el patio, constatamos que hubo 6 puertas y 7 ventanas abiertas, las cuales todavía conservaban la parte inferior de la pared, aunque seccionadas a media altura. Los dinteles y mojinetes fueron destruidos hace mucho tiempo. Suponemos, sin embargo, que puertas y ventanas estuvieron al mismo nivel superior como para sostener el dintel, tal como lo observamos en una kancha ubicada en la tercera terraza al oeste de la plaza, y en otra en Cuchucancha. En esa misma kancha todavía subsisten dinteles preparados con madera local, aliso o qui-nual, amarrados con soga torcida o trenzada en ichu chilliwa. Por estas evidencias y lo que queda en el awana wasi, podemos deducir que puertas y ventanas tuvieron forma trapezoidal, con un ancho en la base de 0.85 m en las ventanas y de 1.55 m en las puertas.
13.- Para constatar la pared original incaica, desmontamos todo lo que se había colocado encima. De esta manera quedaron visibles las 6 puertas alternando con 7 ventanas. En el paramento de esta pared no se encontró ningún elemento, pero en cambio hallamos 7 anillos y 2 clavos de piedra en el relleno. Éstos probablemente se cayeron de la pared. Observamos también huellas de tarrajeo y blanqueado en la base de una de las ventanas. Ellas eran iguales a la que observamos en la kancha T-l, ubicada en la tercera terraza al oeste de la plaza. Por último, el único umbral casi completo en la cuarta puerta tenía 0.40 m de altura. Por la excavación de Anthony y Galloway (en prensa)5 podemos imaginar que los niveles de pisos de ambos lados, el interior de la sala y el patio delantero, estuvieron al mismo nivel. Las evidencias de anillos y clavos de piedra que aún quedaban in situ, permiten inferir que en la pared meridional de la sala occidental se instalaron aproximadamente 40 anillos y por lo menos 5 andamios de 0.60 m de ancho. Se entiende que tanto los anillos como los andamios estuvieron colocados a distintas alturas, que fluctuaban entre 1.05 a 2.10 m sobre el nivel del piso, aunque la mayor concentración de anillos estaba entre 1.40 y 1.60 m. Las clavas estaban generalmente sobre el 1.80 m. Los anillos y las clavas fueron colocados en el paramento durante la construcción.
·         5 Sobre el particular, Anthony ha escrito un reporte sobre la excavación que ella condujo…


14.- La sala techada a doble agua (Fig. 3) fue el espacio principal del taller, en el cual también se depositaban temporalmente algunos menajes, mientras que las actividades asociadas al manejo de fibras deben de haberse realizado en el patio, por ser éste un espacio más amplio y abierto. El proceso de fabricación de tejidos, desde la preparación de la fibra, lana o algodón, el teñido, hilado, re-hilado u ovillado, hasta el tramado, requiere para su comodidad de áreas abiertas. Los dos patios del awana wasi miden aproximadamente 1,140.50 m2. Esta superficie es lo suficientemente grande como para albergar a más de un centenar de trabajadores que ejecutasen diversas tareas simultáneamente dentro del taller. Este cálculo está basado en nuestras observaciones etnográficas realizadas en la comunidad de tejedores de Chawaytiri, anexo de Písac, y en la de Chincheros, ambas en Cuzco. Durante las jornadas diarias de trabajo y en los meses de sequía, el awana wasi debió haber albergado entre 120 y 150 trabajadores dedicados a diversas facetas de la producción textil. Es de suponerse que hubo trabajadores temporales o mitmaqkuna, y permanentes como las acllas y mamaconas. La autoridad andina debió haber organizado el trabajo en forma de mita, administrando así la energía humana a entregarse al awana wasi, a cambio de corresponder con la redistribución que le era propia a su autoridad.
15.- Aparentemente no existía un plano o patrón de ordenamiento de los elementos incrustados en los paramentos. Los ejemplos que quedaban in situ no daban idea de simetría, ni de la existencia de ejes horizontales o verticales. El aparente desorden en la ubicación y distribución de esos elementos que destacaban en el paramento obviamente desconcertaba al observador moderno, porque no correspondía a la lógica ni al orden incaico a los cuales estamos acostumbrados. A pesar de ello, creo que podemos intentar ciertas aproximaciones si acudimos a la analogía etnográfica. El aparente desorden en un taller como éste podría sugerir que no se trataba de una fábrica de tejidos de tamaño y modelo uniforme. Aunque se sabe que la producción estatal incaica fue estandarizada, creo que la de los tejidos gozó de flexibilidad debido a la variedad producida.
16.- La pared medianera entre la sala techada y el patio cumplió una doble finalidad: sostener el techo y proteger de las lluvias al interior de la sala. Como se sabe, durante las estaciones de lluvia en la región (diciembre-marzo), la luz del día es más corta con relación a los meses de sequía. Tal vez por ello esta sala fue provista de seis puertas que alternaban con siete ventanas anchas, ambas con umbrales de suficiente altura como para evitar el ingreso de la lluvia al interior, pero permitiendo que entrara suficiente luz natural como para facilitar la visión de los tejedores. El trabajo en tejidos, especialmente cuando se trata del bordado o tapizado de telas finas como las que deben haberse manufacturado en el awana wasi, requiere de mucha luz, y de un ambiente seco y abrigado. Es obvio suponer que los tejedores necesitaban de un ambiente techado pata protegerse de la insolación diurna y de las lluvias invernales, pero al mismo tiempo requerían de otro espacio abierto para trabajos que requieren de mayor amplitud, como el allwiy o urdido en el telar, el hilado, teñido, etc.
17.- Durante el levantamiento del plano general, tarea que estuvo a cargo de David Brown y Ciro Bedia, se enumeraron todos los recintos identificables. De esta manera el awana wasi fue signado con dos números distintos: T-15 pata el lado occidental y T-82 para el oriental. Una vez confirmado que ambos formaban parte de una misma unidad, esto es el taller de producción de tejidos bajo la administración del estado inca, decidimos llevar a cabo algunas excavaciones de exploración. Personalmente hice una trinchera en el patio del lado oriental, cerca de la pared que aún conservaba anillos de piedra como sostén de telar de cintura. Se excavó en el patio para buscar y definir la asociación de la pared con el piso y recoger evidencias que dieran testimonio de la función del patio (Fig. 5). El producto de la excavación no fue nada extraordinario, pero sí mostró el uso del espacio como un taller textil. Fue revelador no haber encontrado muestras de basura de cocina o algo vinculado a una vivienda. Entre los elementos que colectamos figuran torteros de piedra y de cerámica, una aguja de hueso, escasos fragmentos de cerámica sencilla y abundante cantidad de pedazos de roca en colores, por ejemplo rojo (óxido de hierro), verde (posiblemente cobre), amarillo, naranja y blanco (yeso).
18.- Al año siguiente se excavaron otras dos trincheras dentro de la sala occidental. La primera, ubicada en la parte central de la sala, estuvo a cargo de Anne Galloway, y la segunda, ubicada cerca a la pared occidental, estuvo dirigida por Dana Anthony.6 El material cultural colectado es igual al de la trinchera del patio oriental.
·         6 En la excavación participaron estudiantes de la Universidad de San Marcos: Judi Garay, José Luis Pic…
19.- Se sabe por la información colonial, que la demanda de tejidos y comida por parte del estado inca era constante y creciente. Lo que no se conoce es si hubo preferencias en los pedidos. Posiblemente la mayor demanda fue de ropa fina para la nobleza incaica y provincial, luego para el ejército, y por último la demanda de mantas y costales para trabajos en la agricultura. Cabe entonces preguntarnos qué tipo de tejidos se producía en el taller de Tarmatambo. ¿Un solo tipo, dos, tres, o quizás todos los tipos posibles? Nos inclinamos por la última posibilidad. No existe un argumento documentado para suponer que los awana wasi se dedicaban exclusivamente a la producción de uno o dos tipos de tejidos.
20.- La mejor descripción histórica sobre el telar incaico y la clasificación de los tejidos fue hecha por el jesuita Bernabé Cobo (1956a: 258-59 [1653]). Este cronista, y otros de la colonia, coinciden en señalar que en la producción textil incaica hubo dos clases de tejidos: el awasqa, tejidos de uso doméstico, sencillo y de trabajo, como llikllas y costales; y el kumpi, tejido fino, decorado, hecho en un telar especial y comparable con los lienzos europeos. Como Tarmatambo está ubicado en una zona agrícola, posiblemente se producía ambas clases de tejidos en el awana wasi.
21.- Rowe (1979: 239) establece que sólo las acllas tejían los tejidos kumpi para el Inca, mientras que las esposas de los curacas y los kumpikamayoq hacían los otros tejidos de este tipo. Rowe no menciona los tejidos más burdos. La pregunta sería si en el awana wasi se hallaban todas estas personas, y otras más, trabajando conjuntamente. El descubrimiento del awana wasi nos obliga a reinterpretar los datos de las crónicas con respecto a las acllas y los tejedores oficiales (kumpikamayoq), y a repensar el modelo de la entrega de fuerza de trabajo como tributo al Inca. Como señala Murra (1991: 285), en la política incaica, las dos principales obligaciones económicas que afectaban a los comuneros para garantizar la redistribución fueron: 1) la obligación de trabajar las tierras del estado y la iglesia; y 2) la obligación de tejer para el estado y las necesidades de la iglesia. Estas obligaciones significaban acaso producir hasta llenar cada año las colcas con ropa y comida para su redistribución; por consiguiente, los centros de producción como el awana wasi habrían sido sectores importantes en la estructura estatal (Rostworowski 1983).
22.- Como especulación complementaria al estudio del awana wasi, suponemos que las canchas ubicadas al otro lado de la calle Este deben haber sido el acllahuasi, estratégicamente instaladas frente al awana wasi, acaso para articular la actividad de las aellas y mamaconas con el taller. Las crónicas del siglo xvi coinciden en señalar que las primeras eran mujeres escogidas en todo el territorio del imperio, las cuales dedicaban su vida al arte de tejer, preparar alimentos durante las fiestas oficiales y apoyar las funciones del esrado cuando eran requeridas (Murra 1991: 290). Guamán Poma (1980a [c. 1615]) menciona que hubo seis clases de acllas, desde las princesas de sangre hasta las mujeres comuneras. Agrega que ellas vivían en casas especiales, aisladas del resto del pueblo, cuyas viviendas se llamaban acllahuasi.7
·         7 Sobre las acllas, mamaconas y el acllahuasi existe abundante información etnohistórica…
23.- Para las personas que tenían que contribuir, la demanda de fuerza de trabajo por parte del estado incaico significaba alternar sus labores entre la producción de tejidos y la de comida. Este tema, acuciosamente estudiado por John Murra (1956, 1972, 1978), muestra que el estado inca utilizaba hábilmente la mano de obra como tributo obligatorio, es decir, se tributaba en trabajo, concentrado principalmente en la producción de comestibles y en la de tejidos y ropas. Pedro Pizarro (1986: 195 [1572]), tantas veces citado por los historiadores de la conquista, fue uno de los primeros europeos en expresar su asombro al ver tantos depósitos estatales llenos de ropa y comida, además de otros productos. Cuando Sancho de la Hoz (1917: 141 [1535]) describió la ocupación de Jauja, exclamó asombrado “que el general Quizquiz en su retirada quemó al menos uno o muchas colcas llenos de tejidos y maíz”. Agustín de Zarate (1944: 691 [1555: II, Cap. XII]) señala que Quizquiz tuvo que salir rápidamente de Jauja, dejando 15,000 llamas, 4,000 prisioneros y quemando los tejidos que no podía llevar consigo.
24.- Las evidencias halladas en el awana wasi muestran que éste siguió funcionando después de la invasión española. El recinto original incaico fue ampliado y sus instalaciones modificadas. Es muy probable que haya sido el obraje de la comunidad que Vásquez de Espinoza menciona (1948: 456-57 [1629]). Este obraje desapareció posteriormente, porque en el siglo xviii sólo se menciona la existencia de chorrillos de propiedad de los caciques de Anan y Lurin Tarma, que no se hallaban en Tarmatambo (Arellano 1984, 1988: 118, 166). Esto coincide con los resultados de la excavación arqueológica, en la cual se constató que los niveles superiores (0.40-0.50 m) fueron disturbados por la agricultura, mientras que los inferiores conservaban los testimonios indígenas in situ, obviamente con ocasionales intrusiones.8
·         8 Sobre el particular, Anthony y Galloway (en prensa) han escrito un reporte sobre la excavación…

LAS TEJEDORAS DE TARMATAMBO Y SUS 
HERRAMIENTAS DE TEXTILERIA
25.- Gracias a un oportuno aviso de la Dra. Betty J. Meggers, del Departamento de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural (NMNH) del Smithsonian Institution, encontramos una importante colección de material cultural incaico procedente de Tarmatambo, recogida en 1936 por el Ing. Robert Wells, que por entonces trabajaba para la Cerro de Pasco Copper Corporation. Wells, que tenía aficiones por la arqueología, llevó a cabo exploraciones en las provincias de Yauli/La Oroya y Tarma, fotografiando y describiendo algunos asentamientos prehispánicos y publicando alguno de sus informes (Wells 1940).
26.- Este funcionario estadounidense recogió una colección de herramientas de tejer, según dicen sus notas, en “una tumba huaqueada en la cueva de Tarmatambo”. La colección contiene herramientas de hueso, madera, piedra y metal, en perfecto estado de conservación y fragmentos de cerámica, además de fotografías del sitio. La única cueva del lugar se encuentra a unos 400 metros al sur y cuesta arriba del awana wasi.
27.- La colección Wells guardada en el NMNH es la siguiente:
·         18 agujas de hueso de diversa longitud y grosor;
·         10 agujas de metal (7 de cobre y 3 de plata), igualmente de diversas medidas;
·         tupus de cobre;
·         12 pirurus o torteros cónicos o esféricos modelados en barro;
·         pirurus o torteros tallados en cerámica fragmentada;
·         pirurus o torteros tallados en piedra, finamente pulidas;
·         10 tubos hechos en huesos de camélido, venado y posiblemente ave.
28.-Todos tienen un agujero a un extremo, como para ser sostenidos por una cuerda;
·         4 aleznas talladas en cuerno;
·         2 aleznas talladas en hueso de animal;
·         callwas;
·         3 discos de cerámica;
·         2 discos de piedra de río;
·         22 discos de metal, la mayoría de cobre y unos pocos al parecer de plata;
·         2 objetos tallados en cráneo de vizcacha;
·         3 objetos redondos de piedra;
·         2 fragmentos de tejido sencillo, de trama y urdimbre y de color marrón;
·         8 fragmentos de cerámica afiliada a los estilos inca, huanca de base roja y san blas.
29.- Al no contar con una descripción del hallazgo de los objetos arqueológicos, salvo por las fotografías que documentan el sitio y la leyenda que menciona a Tarmatambo, únicamente podemos inferir que se trata de material de superficie recogido en el lugar. La interrogante sin respuesta sobre esta colección es saber si ella perteneció a la tumba de una trabajadora del awana wasi. Dado que no se han encontrado tumbas de humanos dentro de las edificaciones del barrio de Cuchucancha, la cuestión es saber dónde se enterraban las tejedoras del awana wasi. Durante su visita a Tarmatambo, Wiener (1993: 251-52 [1880]) también vio sepulturas “todas violadas” y anotó que había muchas en cuevas y abrigos rocosos, pero todas vacías.
30.- Llama la atención la fina calidad de las herramientas y la cantidad de las mismas. Quizás se trataría de un juego de pequeñas herramientas utilizadas por una sola persona. ¿Podría esto estar indicando que en el taller estatal cada tejedor tenía herramientas de uso personal? ¿Acaso esta evidencia alentaría la hipótesis de que en el taller hubo dos grupos de herramientas, unas estatales, como la kallwa o telar para uso corporativo, y otras de uso y propiedad personal?


EL AWANA WASI Y LA ANALOGIA ETNOGRAFICA
31.- El manejo de modelos etnográficos en la interpretación arqueológica constituye una nueva disciplina denominada etnoarqueología. Esta disciplina se sitúa en el campo de la reflexión científica que permite sistematizar los datos del pasado indígena con los del presente, superando la visión meramente etnocéntrica. Donde existe una evidente continuidad cultural e histórica como en los Andes, las comparaciones entre el presente y los diversos momentos del pasado pueden y deben conducir a reflexiones que faciliten la evaluación del proceso cultural indígena, tanto diacrónica como sincrónicamente. Gordon Childe (1956: 490) fue uno de los primeros académicos en comparar el material arqueológico con sus observaciones etnográficas, a lo que llamó “paralelos etnográficos”.
32.- En la comunidad moderna de Tarmatambo todavía hay una docena de tejedores tradicionales, de los cuales sólo tres siguen trabajando con el telar de cintura o kallwa, usando de vez en cuando tintas naturales para el teñido, hilando con las manos y conservando, al menos en parte, las creencias y cosmovisión andinas vinculadas al tejido. Por supuesto que los tejedores modernos conocen el telar de cintura y la tecnología andina peto no quieren usarla, señalando que requiere de mucho tiempo y paciencia. Prefieren el telar de pedal por ser más rentable.
33.- Un día invitamos a los tres tejedores de kallwa a visitar el awana wasi. Ninguno de ellos había ingresado antes al recinto. Al tomar contacto con él, reconocieron inmediatamente los anillos de piedra como sostenedores de telar. Luego les pedimos que describieran el recinto con su experiencia y en su lengua nativa. Mencionaron que después de los incas ya no se usa este tipo de suspensores de telar. Los modernos se sostienen en cualquier poste, estaca, travesaño de la casa o árbol del patio. Luego se sentaron en el suelo para explicar el emplazamiento que tomaba el tejedor pata trabajar y la relación que hubo entre éste y el anillo. Aunque estos informantes circunstanciales no trabajan en talleres comunales, ni siquiera en grandes talleres con participación de varios tejedores, mostraron a pesar de ello su familiaridad con el arte y la técnica textil. Por ello su testimonio fue ilustrativo pata entender la función del awana wasi.
34.- En nuestras observaciones etnográficas vimos también a tejedores amarrando sus telares en el mismo aparente desorden. Obviamente no se trataba de grandes talleres como el awana wasi inca, ni siquiera de un taller comunal, sino de talleres con una participación familiar de 4 a 6 personas. A pesar de esto, fue evidente que es flexible la distribución y ubicación de los soportes de telar a diversa altura y posición, con respecto al asiento del tejedor. El telar de cintura es manejable de manera sumamente versátil, moviéndose de un punto a otro, así como alargando o acortando la distancia entre el soporte y el tejedor. Con los tejedores de Tarmatambo confirmamos lo que ya se sabía sobre la función de los anillos y clavos de piedra.
35.- En los talleres propiamente indígenas, que no están arreglados para los turistas, observamos que las tullpas (cocinas) para teñir la lana, por ejemplo, se instalaban en distintos lugares del taller, dependiendo de factores coyunturales como el clima, el viento y otros de orden logístico. Igual ocurría con la instalación de los telares, del urdido, la preparación de kallwas, etc. Las hilanderas (pushcaqcuna) trabajan paradas o caminando, a veces cuidando de animales o niños. Es cierto que algunas etapas del proceso de tejido requieren un espacio temporalmente estable, como ocurre con el tejido en telar en cuatro estacas. Pero una vez terminada la fabricación de una pieza, el telar puede removerse y transportarse a otro lugar.
36.- Mencionaron, por ejemplo, que en el piso debe haber siempre soportes para apoyar los pies. Esto es importante para mantener el equilibrio en la fuerza del tinglado, especialmente cuando se tejen paños grandes. En la excavación no se encontró nada parecido a esto, excepto un hoyo que podría haber sido un molde de poste. Sobre los anillos que muestran pocas huellas de desgaste, dijeron que estos debieron haber estado forrados con cuero de llama. Nos hablaron también de la variedad de herramientas que un tejedor profesional utiliza durante su tarea, así como de la variedad en el tamaño de los telares de cintura, enfatizando que éstos no podían medir más de media brazada por cuanto sería imposible manipular adecuadamente las herramientas.
37.- A sugerencia de los mismos informantes hicimos un simulacro de trabajo textil en el awana wasi. Ellos aceptaron pasar un día de seis horas tejiendo en el taller, haciendo uso de los pocos elementos que se conservan en los muros y relatando sus experiencias. Además, las esposas de los tejedores aceptaron hilar y retorcer en el recinto. Cada tejedor llevó consigo su telar listo para tejer. Ellos mismos advirtieron que cada cual tejería un estilo distinto de manta. Uno escogió el estilo huanca, el otro el estilo jaujino y el tercero al tarmeño. Esta experiencia nos permitió observar, por un lado, el uso de los elementos incaicos que quedaban en el taller y luego constatar cuántos habían desaparecido. De esta manera tuvimos la oportunidad de observar a los anillos en plena función, el desplazamiento que cada tejedor toma dentro de la sala y la relación con el tamaño de manta que tejen.9 Los tejedores produjeron entre 45 y 50 cm de la longitud de una manta, y las hilanderas entre 600 y 700 gramos de hilo.
·         9 Algo que no se podrá documentar arqueológicamente es el aspecto inmaterial: la interacción social…
38.- Cuando mostramos la fotografía de las herramientas halladas por Wells, nuestros informantes no dudaron en señalar que son implementos de uso femenino. Los describieron como agujas, leznas y punzones utilizados para bordados, calados y rapizados finos. Afirmaron que con este tipo de herramientas sólo se trabajan los sumaq pallay. Señalaron que éste se hace con un telar estirado, sostenido con suspensores como los anillos del awana wasi. Aunque desarticulados, estos datos permiten pensar que en el awana wasi se producían prendas de todo tipo, desde las grandes y gruesas mantas hasta las finas watanas. Sin embargo, somos conscientes de la limitación de los datos etnográficos, ya que obviamente existe una gran distancia entre el taller incaico y los modernos; no sólo hay diferencias en el tiempo y en la categoría, sino también posiblemente en la tecnología y la expresión artística. El primero pertenecía al aparato de producción estatal, mientras que los segundos son más bien domésticos y familiares.
39.- Ahora bien, como ocurre en muchos aspectos de la vida y costumbres de los andinos, incluido el trabajo textil, éste se lleva a cabo cíclica y temporalmente, regulado por el calendario agrícola. Las faenas agrícolas toman la mayor parte del tiempo. En los talleres estatales incaicos de producción textil posiblemente hubo trabajadores dedicados exclusivamente a esta tarea, aunque se sabe por las mismas fuentes coloniales que estas personas también asumían otras funciones, como por ejemplo la preparación de comida y bebida durante las fiestas oficiales, y tal vez tareas de apoyo durante los periodos de cosecha. Los meses de lluvia limitan el trabajo textil y alfarero, que requieren de ambientes abiertos. Tomando en cuenta esos dos factores, podemos suponer que el trabajo en el taller de Tarmatambo se realizaba de manera intensa en los meses que separan la cosecha de la siembra.
40.- La filosofía del ayni y la minka que guiaba el comportamiento social en todos los niveles, debe haber sido elocuente al interior del taller. Acaso el mismo trato social propiciado por el gobierno era también practicado en los centros de producción estatal, precisamente para maximizar la producción. Por ello no es posible suponer reglas inflexibles como ocurre en las fábricas modernas. Creemos, más bien, en un patrón andino de organización del trabajo, el cual permitía alternar y compartir tareas en la producción de tejidos, entre ellos los grandes mantos con las exquisitas chutas y watanas, así como entre tejedores que usaban grandes tingladores (illawa y kallwa) con otros que se dedicaban al bordado, listado, calado y tapizado. Como quiera que los tejidos tenían distintas medidas, la ubicación de los anillos de soporte de telar a distinta altura y distancia obviamente facilitaba que el tejedor escogiese el más conveniente. Por consiguiente, el aparente desorden que se observa en la ubicación de los anillos de piedra puede más bien corresponder a la organización del trabajo en tejidos, en vez de la preocupación por el acabado arquitectónico. La conducta del ayni y la minka permite facilitar el trabajo social, compartir las comodidades del taller y recibir el apoyo de los kamachikoq. Los principios de reciprocidad y solidaridad andinos fueron también una suerte de guía espiritual en la organización y ejecución del trabajo corporativo. Por ello, aun en las comunidades andinas contemporáneas, las prácticas del ayni y la minka no se miden por el dictum de “tanto me das, tanto te doy”. Por otro lado, las crónicas coloniales son pródigas en señalar que el mismo Inca presidía las reuniones sociales y fiestas pata organizar y calendarizar el trabajo estatal. Esta práctica acaso formaba parte del ayni gubernamental para comprometer a los súbditos.
41.- Obviamente es indiscutible que el arte textil actual no es ni puede ser considerado igual al incaico, a pesar de que los andinos se esfuerzan por continuar la tradición en la misma línea y recreando nuevas expresiones vinculadas con su pasado. Sin embargo, tenemos que señalar enfáticamente que la continuidad cultural es consistente, bien enraizada entre la sociedad andina, y podemos encontrar su expresión en cualquier parte de la sierra peruana y boliviana. Regatear el valor de la información que los tejedores modernos ofrecen, sería una miopía etnocéntrica. Creo que es oportuno reconocer el privilegio que disfrutamos en los Andes, de convivir actualmente con los herederos de la cultura prehispánica. Aunque se magnifique la diferencia existente entre el andino de hoy y sus ancestros prehispánicos, nadie puede poner en duda la notable continuidad en el uso del telar de cintura que, como se sabe, no fue un invento exclusivo de los Andes sino algo casi universal, pero las características asociadas al tejedor y al tejido andinos son propias de esta cultura.
42.- La información etnográfica nos ayudó a concluir que el recinto que estamos describiendo fue el awana wasi del estado inca, instalado en Tarmatambo y que servía para producir tejidos de diversas calidades. Dentro de la sala fue interesante escuchar a nuestros informantes hablar de la taxonomía de las herramientas, el significado cosmológico de las mismas, el sentido y significado de los colores, la forma, tamaño y función de los tejidos, y por último, la espiritualidad que rodea a esta actividad.
43.- Finalmente, el awana wasi incaico no debe ser entendido como un mero taller de producción de tejidos, a la manera occidental de una fábrica de telas. El concepto andino de producción de bienes durante la administración del estado inca, como los tejidos y la cerámica por ejemplo, no debe ser inferido o interpretado dentro de modelos ajenos a la realidad andina. La filosofía andina de las relaciones sociales y las normas de la economía política redistributiva del estado incaico estuvieron basadas en mecanismos y patrones culturales enraizados en una larga tradición indígena. Creemos, por ello, que en la organización del trabajo y el funcionamiento de talleres se conjugaron una serie de factores materiales e inmateriales, desde la experiencia, la tecnología, la cosmología y el sentimiento colectivo, hasta el uso del material, las herramientas, la espiritualidad y las emociones. Vistos desde esta perspectiva, los talleres deben haber sido mucho más que meros centros de producción, acaso también instituciones de enseñanza, de creación artística, de espiritualidad, etc., en los cuales la producción de tejidos comprendía también la materialización del arte y metáforas, de la religión y el simbolismo, de mensajes y comunicación. Se ha hablado poco de esta múltiple función de los talleres como el awana wasi. Todavía es un campo poco explotado.

BIBLIOGRAFÍA

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Silverman 1994.
Wells 1940.

NOTAS
1  Morris (1967) contó 28 colcas circulares en el primer subgrupo y 24 en el segundo, 12 rectangulares y 12 circulares.
2  Un siglo después, Espinoza (1973a: 50-51) repite a Wiener agregando de su propia imaginación que en Hanan Tarma existe un templo dedicado al sol, un acllahuasi y un palacio real. El acllahuasi, según él, se llamaba accriahuactana. Sin presentar evidencia alguna, Espinoza divide Tarmatambo en Hanan Tarma y Hurin Tarma, cada cual con su respectiva plaza.
3  Tejido quechua moderno que es usado para los “pagos” o “despachos”.
4  Para mayor información sobre el significado de la messa y los colores véase Cereceda (1987) y Flores Ochoa (1997: 717-28).
5  Sobre el particular, Anthony ha escrito un reporte sobre la excavación que ella condujo.
6  En la excavación participaron estudiantes de la Universidad de San Marcos: Judi Garay, José Luis Pino, Manuel Perales, Omar Pinedo, Mario Advíncula y Roberto Bustamante.
7  Sobre las acllas, mamaconas y el acllahuasi existe abundante información etnohistórica, aunque arqueológicamente se les ha estudiado muy poco. Una de esas pocas contribuciones se la debemos a Craig Morris (1967) y a Murra y Morris (1976).
8  Sobre el particular, Anthony y Galloway (en prensa) han escrito un reporte sobre la excavación que condujeron.
9  Algo que no se podrá documentar arqueológicamente es el aspecto inmaterial: la interacción social v la cosmovisión que acompaña al trabajo textil.
 LLAMADA DE NOTA:
*Este ensayo es un extracto del libro: EL HOMBRE Y LOS ANDES - TOMO II en Homenaje a FRANKLIN PEASE GARCIA YRIGOYEN. “EL AWANA WASI  DE TARMATAMBO: UNA APROXIMACIÓN A LA ETNOARQUEOLOGIA” FUE UNA INVESTIGACIÓN  REALIZADA POR EL ARQUEÓLOGO RAMIRO MATOS.
     Este libro reúne las propuestas de destacados Investigadores de los Andes, quienes, como un homenaje académico en honor de Franklin Pease García Yrigoyen, fueron convocados a presentar trabajos originales en sus respectivos campos de investigación. Los estudios compilados abarcan un amplio espectro temático une examina la historiografía, la literatura, las fuentes y la arqueología andinas, así como el Tahuantinsuyo, el virreinato, los inicios de la república y el siglo XX en la historia del Perú.
   La búsqueda de una identidad colectiva y la propuesta de un mundo mejor están presentes definidas, muestra que la historia es vida y que une armoniosamente el quehacer científico con la experiencia cotidiana de los pueblos. En luda la obra de Franklin Pease G.Y., uno de los más influyentes estudiosos de la tradición historiográfica peruana del siglo XX; similar espíritu es también el que anima a los colaboradores de este homenaje. El resultado obtenido es un panorama lozano y renovado de la investigación académica de la región que, al presentar imágenes y trayectorias mejoran la visión del lector.
                                                                            JAGA, LIMA, 2020.