miércoles, 12 de octubre de 2022

LA PRIMERA PROMOCIÓN DE POETAS DE TARMA

 

LA PRIMERA PROMOCIÓN DE POETAS DE TARMA

                                                                                                                 Por: JOSE A. GAMARRA AMARO

     

                                                                                                        Foto: info@besttripperu.com

     Ya don Manuel J. Baquerizo Baldeón (1929-2002), había trasplantado su sentir acerca de los poetas de Tarma. El papel que desempeñó en la búsqueda de una identidad nacional, principalmente de la región Junín, fue su tema principal cuando desarrolló La conciencia de la identidad en la literatura de costumbres de la sierra central (Centro Cultural José María Arguedas, Lima, 1998). Baquerizo investiga y desarrolla en este ensayo el costumbrismo en Tarma, narra del problema socioeconómico lleno de altibajos, que termina con la aparición de un sector medio que imprimió dinamismo a la ciudad, reflejado, por ejemplo, en la fundación de un comité provincial del Partido Radical de Gonzales Prada, o en la edición de nuevos periódicos y revistas como La Nueva Simiente o El Tarmeño. En el ensayo, Baquerizo inserta una breve biografía del indogermano Adolfo Vienrich, primer recopilador de literatura quechua y menciona a José Gálvez como su alumno.

     Entonces, no somos los primigenios en escribir sobre las primeras gestaciones de poetas en Tarma, pero sería bien, leer o releer a Baquerizo para introducirnos en los literatos impulsores del vanguardismo y el proletariado en la literatura huancaína que fue arraigándose en las esferas limeñas. Mientras tanto, volvamos a lo nuestro y comencemos a esbozar en el tema en los que nos fue citado el título*.

      Durante el siglo XIX la poesía en Tarma fue inequívocamente una creación de raigambre anónima y popular. Sus autores no tenían carácter profesional, o sea, gente con oficio de poeta. Por lo general, eran hombres que se desempeñaban como artesanos, arrieros, músicos y periodistas. Podría decirse, entonces, que la literatura en la provincia no se había convertido en una actividad culta, especializada, en menester de clerecía. Hasta mediados del novecientos, el poeta era un individuo indiferenciado del resto de la sociedad. La persona que quería ser únicamente poeta no gozaba de una buena reputación ni siquiera de consideración, estaba mal visto en la ciudad. Esto es, al menos, lo que se puede desprender de un soneto “el incomprendido” de José Gálvez Barrenechea y de la novela costumbrista “La Llamita de Capia” de Fortunato Cárdenas.

     Poesía era entonces todo lo que se improvisaba y se cantaba en todas las fiestas de carnaval, en las actuaciones cívicas y en otras efemérides. La invención literaria solía expresarse sobre todo en las letras de las mulizas y de los huaynos. Verso y música nacían y se difundían juntos. Por ello, “en las mulizas y en los huaynos, con tonalidad y cadencia tan características y propias de este pueblo”, podemos “apreciar las primeras manifestaciones literarias de Tarma, muchos de ellos autores anónimos”, según escribe Alejandro Palomino Vega.

     En el surgimiento y difusión de estos cantos populares, al parecer, tuvo mucho que ver la presencia de los inmigrantes uruguayos y argentinos. La actividad minera en Cerro de Pasco había generado, desde fines del siglo XVIII, un intenso comercio y arrieraje que abarcaba hasta la región del Plata. Con este motivo, muchos arrieros orientales se avecindaron en Cerro de Pasco y, particularmente en la villa de Tarma. Ellos, aparte de haber tenido una activa participación en los hechos políticos y militares de la independencia, ejercieron también una notable influencia en el plano cultural. Tal es el caso de los Otero (hermanos, primos y descendientes) que tuvieron una enorme figuración en la época.

     En consecuencia, a partir de los años 50 comienza a producirse una visible diferenciación entre los compositores populares de mulizas, generalmente anónimos, y los compositores mas o menos cultos, perfectamente individualizables, cuyos nombres quedaron registrados en la tradición popular.

     La muliza más antigua de autor conocido data de 1855 y pertenece a Martín Pío Otero. Se titula “Dulce sueño, ¡hay de mí!” y desarrolla el tema del sino personal:

                                                             Dulce sueño, ¡hay de mí!

                                                             ¡Que descansado es el dormir!

                                                             mejor me fuera morir

                                                             pues, desgraciado nací.

     Desde entonces, es corriente hallar mulizas de autores identificables, como Mariano Collao, Tomás Mendizábal, Santiago Rodulfo, Cárlos Legonía, Fortunato Cáceres, Gustavo Allende Llavería y José Carlos Chirif, entre otros. Y el contenido de las canciones ya no solamente se refieren al motivo del amor, al lamento del drama personal u otros ligados a las festividades carnavalescas. Con frecuencia, tocan igualmente asuntos patrióticos y cívicos. Hay mulizas que aluden, por ejemplo, a la pérdida de la capitalidad provincial de Tarma, a la guerra con Chile, a las rivalidades entre Piérola y Cáceres y a los trabajos de penetración a la selva de Chanchamayo. Estas mulizas nos parecen las más interesantes, desde una perspectiva histórica, porque reflejan la visión del entorno cultural y social de la intelectualidad naciente. Reparase en la siguiente pieza de 1881, fechada en Cerro de Pasco, en la que se ofrece una vivaz impresión de un episodio de la guerra:

                                                                Rumbo a La Oroya con premura

                                                                van los chacales del Sur,

                                                                ya volverá la ternura,

                                                                la limpidez de azur.

                                                                Son bayonetas peruanas

                                                                fuerte lanzan montoneras,

                                                                las que arrojan ufanas

                                                                de Chile la horda guerrera.

                                                                Huye con temor y duelo

                                                                dejando ruinas en pos,

                                                                mientras sobre el patrio suelo

                                                                ruge del centro la voz.

     Y en esta otra, de 1895, que testimonia el júbilo por la apertura del camino al Pichis, donde además se hace un cumplido elogio de Joaquín Capelo, su autor:

                                                                 Férreos brazos tarmeños,

                                                                 Capelo y su osadía

                                                                 han develado sueños

                                                                 que la jungla envolvía.

     Como se ha dicho durante el siglo XIX, no hubo escritores de oficio ni poetas a tiempo completo. Los autores de muliza eran generalmente miembros no disgregados de la sociedad provinciana. Un cronista de la época dice que, para la redacción de las canciones de carnaval, teníase que elegir cada año al compositor entre las personas que tuviesen disposición y facilidad para la versificación. Con tal motivo, podría llegarse a descubrir autores con verdadero genio poético.

     La costumbre de componer mulizas para las festividades carnavalescas se ha mantenido hasta los tiempos más recientes. Pero, solamente como una vertiente de la cultura, la popular. En mejores épocas, tomaron parte en su colaboración, sin embargo, poetas cultos y académicos, como José Gálvez (autor de “Aquí mecieron mi cuna” y “Eres tan linda paisana”) y escritores proletarios, como Gamaniel Blanco.

     La literatura, propiamente culta y académica, apareció a principios del siglo pasado, y esto, ocurrió en Tarma, antes que en Jauja y Huancayo. La primera promoción de poetas y escritores estuvo ligada a la figura de Adolfo Vienrich (1867-1908). En 1906 Vienrich, junto con Gustavo Allende, fundan la revista Brumas, donde se revelan los primeros estratos líricos de este movimiento. Cerca de Vienrich actúan intelectuales, de edades disímiles, integrado por Santiago Rodulfo León (1861), poeta, músico y dibujante; Fortunato Cárdenas (1888-1949), poeta y novelista; Erasmo Carpio Romero (1888-1950), maestro, escritor y folflorista; José Castillo Atencio, músico, artesano y poeta; Manuel Villaizán Clavería (1890-1931) y José Carlos Chirif (1890-1937), además del citado Gustavo Allende Llavería (1890-1931). Una de sus figuras más descollantes, aunque no radicara permanentemente en la ciudad, fue José Gálvez (1885-1957). Son los primeros autores que publican libros. Antes de ellos, no se conoce palmariamente otro grupo de significación literaria; y si hubo alguna inquietud, debió ser un ejercicio muy excepcional y aislado, como lo de aquel bardo-secretario de alcaldía que describe José Gálvez en el soneto ya aludido o el personaje excéntrico de la novela de Fortunato Cárdenas.

     Para estudiar el sentido y orientación literaria y cultural de esta primera promoción de escritores, nada mejor que elegir la obra poética de José Gálvez, por ser el escritor por excelencia y con creación plenamente lograda. José Gálvez, dicho sea de paso, nunca fue valorado en relación con el proceso de la cultura regional del centro. Nacido en Tarma en 1885, vivió solamente una parte de su infancia en su tierra natal. Pero, más tarde, tuvo una inmensa experiencia en ella, cuando, luego de retornar de España, ejerció la alcaldía de la Provincia en 1921. En ese periodo es cuando escribe el libro de poesía La paz aldeana (1921), inédito hasta 1985, y una novela corta, La boda (1922).

 

                                                                      Don José Gálvez Barrenechea
    

     José Gálvez es hoy más conocido en la capital como poeta y, sobre todo, como cronista de la vida limeña colonial y republicana, debido a sus aclamados libros Estampas limeñas, Una Lima que se va y Las calles de Lima. Pero, en la década del 20, Gálvez gozaba de mayor ascendencia en la región del centro. Las asociaciones culturales de los pueblos llevaban su nombre y era, además, el infaltable prologuista e introductor de los autores nuevos. Esto revelaría no solamente el reconocimiento a su actividad cívica y literaria sino también la evidente influencia que debió ejercer en las jóvenes vocaciones. Extraña por lo mismo que no se le haya estudiado como intérprete de la vida provinciana y regional, siendo así que José Gálvez, como Abraham Valdelomar, fue el iniciador (y, además, teorizador) de un peculiar nativismo literario. En posibilidad de una genuina literatura nacional (1915), su tesis de doctorado, enunció los postulados de esta nueva literatura, antitética de la literatura de imitación extranjera que venía practicándose hasta entonces.

     José Gálvez, como reacción a lo opinado por José de la Riva Agüero, proponía la creación de una literatura propia, diferente a la española y europea. “Ha sido casi una cuestión de buen gusto entre nosotros desdeñar lo propio”, señala, en una clara referencia al pensamiento colonial dominante. “Hagamos literatura nacional —reclama. Inspirémonos en lo propio” (Posibilidad de una genuina literatura nacional – 06/07/1915. Tesis publicada en la Revista Universitaria, año X. Vol. II, Lima, 1915).

     Gálvez, además de escritor, poeta y político; fue destacado cultivador de la muliza y amante de los corceles y admirador de los arrieros. Organizaba fastuosos carnavales con los hermanos Oscar, Carlos y Néstor Arrieta y Barinaga, terratenientes y amigos de los Gálvez desde unas centurias atrás. Leamos:

                                                                        EL CABALLO DE PASO

                                                    El chalán, que es un negro musculoso y garboso,

                                                    se sienta en la enchapada montura de cajón,

                                                    destacándose su albo pantalón, primoroso,

                                                    sobre la crespa y suave brillantez del pellón.

                                                    El potro, dócilmente, gira activo y brioso

                                                    con un juego de riendas o un golpe de talón,

                                                    y golpes los suelos con aire de matón.

                                                   Curva el crinado cuello con viril elegancia,

                                                    como si sostuviera su fuerza en su arrogancia

                                                    dócil los manejos del vivo amansador

                                                    que de gran jipijapa y poncho entre listado,

                                                    alborota la calle real, con paso golpeado

                                                    del potro que camina como un conquistador.

     Es así que la poesía de Gálvez, fue una manera de transmitir sus emociones y pensamientos, fue uno de esos grandes hombres que hicieron de un verso el mejor poema. Por ello, en el Perú, todos los 24 de setiembre se celebra el Día del poeta José Gálvez Barrenechea en honor a este gran emblema nacional. Un 08 de febrero de 1957 sus ojos se apagaron estando en el cargo de presidente del Senado de la República, y con ello terminó las amistades que poseía con Raúl Porras Barrenechea, Víctor Andrés Belaúnde, Herminio Valdizán, Constantino Carvallo, Baltazar Caravedo, José de la Riva Agüero, entre otros, y desde ese lejano tiempo fue proclamado con toda lealtad: El Poeta de la Juventud.

                                                                                 PLENITUD

                                                           Sentir que se ha cumplido con el sueño

                                                           de ser un hombre, en el concepto justo;

                                                           llevar sobre el espíritu un augusto

                                                           dolor, que purifique nuestro empeño

                                                           Tener para la Vida un don risueño,

                                                           aunque el Destino se nos muestre injusto;

                                                           para que pueda el ánimo robusto

                                                           constantemente renovar su ensueño.

                                                           No claudicar en la actitud vencida

                                                           para, en complicidades con la Suerte

                                                           grabar sobre la arena nuestro nombre.

                                                           Ser en la Vida un ejemplar de vida,

                                                           ¡Y entonces esperar que la Muerte

                                                           tenga el orgullo de vencer al hombre.

     Este es, en esencia, lo que podemos desglosar acerca de los primeros poetas de Tarma. Hoy, siglo XXI, hay ya otros poetas emitiendo sus propias características —locales, regionales o universales—, cultivando eso sí, en su mayoría, su raigambre u origen de los pueblos que los vio brotar, "inspirando en lo propio", como blandía el pensamiento Galvista.

* BAQUERIZO BALDEÓN, M. (1988). Revista Kamaq Maki N° 3, Huancayo, octubre-diciembre, 1988. p. 3-10. [Las notas y poemas finales fueron recopiladas por el autor: Lima, oct. 2015]

jueves, 28 de julio de 2022

LA RUTA DEL ARRIERO F. DE PAULA OTERO Y SU LEGADO CULTURAL

 

LA RUTA DEL ARRIERO FRANCISCO DE PAULA OTERO Y SU LEGADO CULTURAL

©POR: JOSE A. GAMARRA AMARO*

                                                                                                                                                                                     (Setiembre, del 2012)


CONTEXTO HISTÓRICO

     El circuito minero de la plata constituyó el eje de la economía regional en la primera mitad del siglo XIX y en torno a él se organizó el conjunto de las otras actividades. En su funcionamiento debieran existir dos fases, derivadas de la propia lógica de la producción minera, que planteaban requerimientos diversos. En efecto, una era la lógica de la fase del acopio del mineral y otra distinta la del transporte de la producción a sus mercados de destino (Manrique, 1983:30).

     La primera se explica por la propia naturaleza de la explotación minera regional durante el periodo. Esta se caracterizaba por desarrollarse en pequeñas explotaciones en millares de pozos diseminados en centenares de kilómetros cuadrados con una muy rudimentaria tecnología. Era necesario, pues, acopiar el mineral para llevarlo a las concentradoras donde sufriría un primer procesamiento y, convertido en piña plata, ponerlo en condiciones de pasar a la segunda fase, a su transporte a la capital, donde sería amonedado para lanzarlo a su destino final: la exportación o —en un volumen mucho más reducido— su uso en las transacciones monetarias en el interior del país.

     El circuito descrito tuvo su origen en el siglo XVIII, habiéndose formado durante la etapa colonial, conjuntamente con el inicio de la expansión de la minería de Cerro de Pasco. Esta requería crecientemente de una ingente cantidad de bestias de carga, las cuales tenían que ser transportadas, a su vez, desde regiones apartadas. Un primer tipo de acémilas utilizadas eran los camélidos andinos, particularmente las llamas, que existían en la región y se adecuaban perfectamente a los pastos de altura allí existentes. Su número, sin embargo, era insuficiente, la cual generó la necesidad de importar, desde el departamento de Huancavelica, llamas cuya venta, conjuntamente con la lana de alpaca, constituyó uno de los rubros principales de exportación de Huancavelica hacia la sierra central durante el siglo XIX. La importancia de este comercio era grande aún a inicios del siglo XX, como lo constataba el prefecto de Huancavelica:

“De las provincias de Huancavelica y Angaraes se exporta lana de alpaca, exportación que puede calcularse en 3500 quintales al año, y la de llamas, que se llevan al Cerro de Pasco para el carguío de metales en 9 a 10 mil anualmente, entre las dos provincias, siendo este el cálculo más o menos concreto1.

     Los principales productores de camélidos andinos eran las comunidades campesinas de la región, pues las haciendas preferían criar vacunos y ovinos, los cuales estaban menos expuestos a las epidemias que periódicamente diezmaban a los rebaños de llamas y alpacas. Naturalmente, quedan interrogantes fundamentales que contestar: ¿Qué proporción de los ingresos familiares campesinos correspondía a la comercialización de las llamas cargueras? ¿En qué eran utilizados los recursos monetarios así conseguidos? ¿Cómo estaban organizados los circuitos de comercialización de las llamas? ¿Quiénes organizaban y controlaban este circuito? La respuesta a estos interrogantes solo será posible en base a nuevos avances en la investigación empírica.

     La exportación de llamas mantuvo su importancia hasta la primera década del siglo XX, cuando la expansión del Ferrocarril Central provocó su declinación definitiva. Tal cuestión lo constataba una autoridad huancavelicana en 1912: “la venta de este animal (las llamas) en el Cerro de Pasco constituyó en otra época una industria de importancia, pero la llegada del ferrocarril a esa ciudad disminuyó su demanda, que hoy es muy pequeña2.

     La utilización de las llamas tenía, sin embargo, graves desventajas, que limitaba su rentabilidad a determinados rubros del transporte, afirmaba el subprefecto de Angaraes: “(ésta) apenas pueden transportar un peso de treinta a cuarenta kilos, dando lugar al fraccionamiento de bultos que demanda un mayor gasto. Por eso, este medio de transporte se reduce a ciertos artículos” 3. A esta limitación habría que sumar otras: la lentitud de las llamas y su escasa resistencia en las zonas bajas cuando al descender a la costa era necesario recorrer zonas desérticas, con muy escasos pastos y carentes de agua por largos trechos. En estas condiciones, la mortandad en las tropillas de llamas era muy elevada, por lo cual se privilegiaba a las mulas para el transporte del mineral a los litorales.

     Estas características hacían muy codiciadas a las mulas, pese a su mayor precio en el mercado, pues permitían abaratar costos en el transporte, al permitir conducir una cantidad similar de carga con recuas menores, con relación a aquellas formadas por llamas, lo cual permitía economías por menor consumo de pastos, por la utilización de un menor número de arrieros para su conducción y por menor tiempo utilizado en el transporte. Las mulas podían, además, competir sin problemas con las llamas en el transporte en las punas y en territorios accidentados, superándole ampliamente cuando había que desplazarse por territorios costeños, donde su mayor resistencia al hambre y a la sed la hacían insustituibles. Puede afirmarse, por tanto, que el papel de las llamas debió ser dominante en la fase del acopio del mineral, que se realizaba en el interior de la región, en un hábitat homogéneo, mientras que en la base de transporte al litoral debió ser dominante la utilización de las mulas.

     La provisión de las mulas planteaba un agudo problema, en tanto estas no eran criadas en una escala significativa en la región. Existían más bien una crecida cría de asnos en Jauja, que el subprefecto de la provincia estimaba en unos 20 mil durante la década del 70, “que sirven diariamente para el arrieraje”4.

     La demanda de mulas para la minería permitió la persistencia de un gran circuito arriero de origen colonial: aquel que enlazaba el norte de Argentina con la sierra central del Perú, atravesando la región más accidentada de la cordillera de los Andes, el sur andino 5.

     Este circuito partía de Salta y Tucumán, donde las mulas allí criadas se reunían con aquellas adquiridas en Córdova, Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes e incluso de Brasil, para luego arrearlas en tropillas de millares de bestias, que en un trayecto que duraba largos meses, eran conducidas al Alto y Bajo Perú, comercializándolas en el trayecto en ferias especialmente destinadas a este objetivo. Este circuito fue organizado por iniciativa privada de los comerciantes en mulas y solo en el periodo colonial tardío fue asumido por el gobierno virreinal. Recién en 1747 se decidió la creación de un correo fijo que uniera Buenos Aires con el resto del virreinato peruano y solo en 1768 Carlos III decidió incorporar el Servicio de Correos, como Servicio Oficial a la Corona, lo cual permitió regularizar la organización de las casas de postas y pascanas donde los viajeros podían descansar, obtener sus vituallas y mudar de cabalgadura para continuar la marcha.

     En estas condiciones, la sierra central, más que nada Cerro de Pasco, fue un núcleo minero de mayor influencia socio económica en la sierra central peruana, su importancia data de fines de la era colonial en que la producción de plata cobró un nuevo auge y en este asiento se alcanzaron los rendimientos más importantes del área bajo-peruana (Fisher, 1977: 213-214, 222-223).

     La producción de plata comprendía dos procesos básicos: extracción del mineral y refinación. La primera fase se realizaba en las minas, la segunda en las haciendas de beneficio donde por medio de ingenios se mezclaba el mineral con el azogue y como resultado se obtenía la plata “piña”, como dijimos líneas arriba. Generalmente las haciendas de beneficio se encontraban a alguna distancia de las minas, por lo que era necesario organizar el acarreo de minerales por medio de mulas.

     Las necesidades de la producción y la subsistencia de los pobladores estaban en condiciones de ser cubiertas con relativa facilidad, pues Pasco se hallaba circundado de espacios aptos para la ganadería, mientras que las tierras de cultivo se extendían al sur y al norte, en los valles de Tarma, Jauja y Huánuco.

     Los escritores de la época consideraron con optimismo que el desarrollo de la producción minera promovería un importante desarrollo comercial de las provincias cercanas al centro minero, al cual llamaron “una de las más recomendables poblaciones del reino…por el abundante dinero que circula y hace todo el fondo de su comercio” (Mercurio Peruano, 27 de junio de 1793). Indicaron también que la demanda minera incentivó la producción de Tarma, Ica y Chancay (Mercurio Peruano, ibid., Diario de Lima, 3 de agosto de 1791). En sus planteamientos, comercio y progreso eran prácticamente sinónimos, la riqueza debía ser riqueza mercantil.

     Pero parece, que tanto el Mercurio y el Diario de Lima sus informaciones estaban erradas. Las condiciones reales de la estructura mercantil, en la que Lima era el eje que vertebraba la explotación colonial de nuestro territorio y canalizaba el intercambio desigual hacia el centro metropolitano, desmintieron las ilusiones de progreso económico interno que forjaron los ideólogos de entonces. Hay un trabajo muy bien estructurado y prolijo con fuentes cuantitativas realizada por la Dra. Magdalena Chocano, que permite afirmar que Lima fue indiscutiblemente la presencia predominante en el mercado de Pasco.

PREDOMINIO COMERCIAL DE LIMA CON LOS PUEBLOS CIRCUNDANTES

     Lima y la región central estaban conectados a través de los caminos que seguían las quebradas de Chillón y San Mateo (Rivera Serna, 1958:22). La ruta por San Mateo cubría 58 leguas hasta Pasco y 81 hasta Huánuco; por el camino de Canta, siguiendo el curso del Chillón, eran 58 leguas que se hacían en cuatro o cinco días a lomo de mula (Proctor, 1953:30). Estos caminos eran necesario de un activo tráfico de arrieros y comerciantes que transportaban diversidad de mercancías para los mercados de la sierra central.

     El transporte de las remesas de azogue de Lima a Pasco estaba organizado en base a arrieros capataces, cuyo número llegó a cinco, representados por un apoderado: el teniente coronel Francisco de Racines. Cada arriero capataz debió dirigir a los arrieros subalternos y sus ayudantes. Por ejemplo: en 1815 se remitieron 972 quintales de azogue a cargo de cuatro de los arrieros capataces; cada mula cargaba de 2.90 libras a 3 quintales, por los cual este envío requirió el servicio de 324 mulas como mínimo. Según evidencias correspondientes al siglo XIX y XX (Montoya, 1980: 80-81), cada recua de mulas de componía de 10 a 12 animales y exigía la dedicación completa de tres hombres: un jefe y dos ayudantes, al extrapolar estos datos en la situación que describimos para 1815, resultaría que para el traslado de las remesas de 972 quintales se habrían necesitado 27 recuas de 12 mulas a cargo de 81 hombres:27 jefes y 54 ayudantes, fuera de los arrieros capataces (Chocano, M. Alpanchis N°21: 3-26).

     El transporte de azogue desde Huancavelica a Pasco corría a cargo del asentista del Real Trajín, quien distribuía el total de las remesas entre diversos arrieros que trabajaban para él. En 1805 se encargó al asentista Gregorio Delgado el transporte de 1000 quintales de azogue, para lo cual se emplearon 29 arrieros con 33 mulas 1/3, el mayor cargamento fue del arriero Martín Lara con 12 quintales cargados por 41 mulas y el menor de Mariano Quijada de 33 quintales en 11 mulas (Biblioteca Nacional, D10393).

     Dentro del comercio registrado en la Aduana de Pasco, los artículos importados sumaban un promedio de 44,48%. En aquel conjunto, los artículos de ferretería (combas, barretas, picos, clavos para el trabajo minero) y la cera alcanzaron un 4%, los textiles en cambio fueron un rubro mayoritario con 40%.

     En cuanto a los efectos del país como el arroz, garbanzos, pallares, chocolate, sebo, velas, jabón, cordobanes, zapatos, figuran como procedentes de Lima.

     En el rubro de aguardientes era el mayor entre los productos del país que registró la Aduana de Pasco. El tráfico de este producto se realizaba casi enteramente a través de la ruta de Pisco-Lima-Pasco, cantidades menores ingresaron desde Ica y Jauja.

     En la provincia de Tarma, donde se encontraba Cerro de Pasco, se consumían anualmente 3000 botijas de aguardiente, sin contar el consumo de las quebradas de Tarma y Chaupihuaranga e incluyendo, al parecer, el asiento de Pasco (Mercurio Peruano, 23 de junio de 1793).

     En cuanto a los insumos para la producción minera: combustible, sal y vasijas, la información es escueta y no permite proyectarse mucho más allá, hacia las formas de producción y trabajo empleadas en ello. La madera era traída de Hulcumayo, Paucartambo y Caparacra, en la frontera de Tarma (Diario de Lima, 30 de mayo de 1791). La sal provenía de Cajatambo, Canta y Chancay, se indica que se necesitaban al menos 200 mil arrobas por año. En los pueblos cercanos al asiento se fabricaban bayetas y jergas para recoger la pella (plata amasada con azogue), y porongos de barro en que se le colocaba para someterla al fuego (Rivero y Ustáriz, 1857 I: 212-213).

     En el acarreo de minerales de las minas a los ingenios se empleaban dos mil mulas, aunque también la utilidad de esta cifra es muy reducida porque no podemos relacionarla con otras. Tradicionalmente la región de Salta exportaba mulas a todo el virreinato del Perú, en los datos del comercio registrados en Pasco parecen indicar la desaparición de esta conexión, y solo la mantención de importancia desde Salta en la Aduana de Jauja confirman que persistieron los contactos comerciales entre la región central del Perú y Salta. Es posible también que en otras zonas del país se desarrollaran la crianza de mulas para exportarlas, por ejemplo, en la Receptoría de Huaylas, sujeta a la Aduana principal de Pasco, se registraron en 1792, 290 mulas procedentes de Lambayeque y Piura (AGN, Aduanas de Pasco, 1792, cuad. 182).

OTERO Y EL AGUARDIENTE

     Jauja era un centro intermediario entre la región de Ica y Pasco para el tráfico de aguardiente. Unos cuantos individuos compraban esta mercancía a los comerciantes de Ica para exportarlos a Pasco. Algunos negociantes interesados en este circuito participaban también en otras actividades económicas: el envío de   ganado a la capital.

     El comercio de aguardiente por las vías de la sierra tenía como vía principal la quebrada de Huaytará, en Castrovirreyna, que unía Ica, Huancavelica y Jauja (Tschudi, 1847: 147).

     Hacia 1814, Francisco de Paula Otero asociado con Domingo Olavegoya6 operaban en en este circuito, compraban el aguardiente en Ica a través de sus agentes, luego habilitaban a sus arrieros para transportar esta mercancía a Jauja, Huancayo, Tarma y Cerro de Pasco. Cada año hacían dos o tres viajes. En 1815, por ejemplo, hubo tres viajes, el primero se habilitó a 22 arrieros con 2,679.4 pesos, en el segundo fueron habilitados 20 con 833 pesos, y en el tercero 8 con 345 pesos.

     Aunque la evidencia es fragmentaria, es posible concluir que el endeudamiento de los arrieros era la forma en que los comerciantes-transportistas los sujetaban a su empresa. La liquidación que en mayo de 1817 hizo Otero de las cuentas de dos arrieros que cubrían las rutas desde Huaytará a Huancayo es demostrativa. Pablo Espinoza resultó con una deuda de 16 pesos, más ponchos y mulas, e Isidro Espinoza quedó debiendo 26.6 pesos, aparte de efectos y mulas. Olavegoya manifestó en una carta dirigida a tres residentes de Pasco que los arrieros de esa provincia le debían mucho. A veces era el patrón  el que resultaba debiendo al trabajador, como fue el caso de Manuel Palacios, quien parece haber sido el auxiliar al servicio directo de Otero, se han anotado los pesos de plata que éste le dio en distintos pueblos (Huaytará, Huancavelica, Puquio, Pampas, Reyes, Tarma), las especies: ropa de la tierra y zapatos, compra de bulas (indulgencias), refiere que gastó en embriagarse los 4 reales que le dieron para traer unas mulas, se le anotaron 17.4 como el valor de una onza de oro que — según la sospecha de Otero— habría robado al quedarse solo en un carrito en Ica, pero tal vez consiguió demostrar su inocencia pues esta anotación aparece tarjada y no se suma en su cuenta. Finalmente, Palacios resulta acreedor de Otero por 87.7 pesos. Aunque esto no fuera necesariamente una garantía de independencia para el trabajador, ya que ello podía obligarlo a permanecer a las órdenes del patrón para cobrar sus saldos.

     Los mercados de Tarma y, sobre todo, de Cerro de Pasco eran los más importantes para el negocio de Otero; en el primer viaje de 1814 las 495 1/5 botijas despachadas se distribuyeron de la siguiente manera:

NUMERO DE ARRIEROS

NUMERO DE BOTIJAS

DESTINO

7

80

Huancayo

1

106

Jauja

5

139 1/5

Tarma

2

170

Pasco

TOTAL

        15

495 1/5

 

FUENTE: Biblioteca Nacional: D9371.

 

     Es probable, que después de la independencia, al levantarse la prohibición en torno a la fabricación de aguardiente de caña, los cultivos de esta planta alcanzarían un nuevo impulso, tal como ocurrió en Tarma (Chanchamayo). En estas tierras de colonización se instalaron núcleos formados particularmente por extranjeros migrantes, que desarrollaron la explotación de la caña de azúcar, de la cual se derivaba aguardiente y chancaca, que tenían un amplio mercado en la región.

     Segú los datos de Fiona Wilson, a mediados del siglo XIX el aguardiente costeño con el cual se abastecía el mercado de la sierra central se hizo insuficiente, aparentemente a causa de la expansión del cultivo de algodón en Ica y la consecuente reducción del cultivo de la vid. La demanda insatisfecha fue cubierta en adelante por importaciones crecientes de aguardiente selvático, el cuál llegó a exportarse hasta la costa. Hacia 1870 la exportación anual de alcoholes de San Ramón (Chanchamayo) ascendía a unas 120,000 arrobas de aguardiente (unos 1´830,000 kilos), lo cual da una magnitud de este comercio.

     Adicionalmente, el aguardiente era también producido en los Valles de Monobamba. Pampa Hermosa (hoy Satipo) y Pariahuanca, pertenecientes a la jurisdicción de la provincia de Jauja y Huancayo. El transporte hacia los mercados serranos incluía tanto aguardiente destilado en las propias plantaciones como chancaca, lo cual se utilizaba como materia prima para el destilado de alcohol en los pueblos serranos. Según el informe del subprefecto de Huancayo, Andrés Freyre, el prefecto de Junín del 31 de agosto de 1889, por ejemplo, en la provincia de Huancayo existía 11 alambiques, de los cuales 6 funcionaban en el distrito capital y 3 en los pueblos vecinos —2 en Sapallanga y 1 en Chupaca— mientras que, en Pariahuanca, donde su cultivaba la caña, solo existían 2 alambiques.

VENTA DE MULAS POR OTERO Y OLAVEGOYA



DOMINGO OLAVEGOYA


      Los arrieros Otero y Olavegoya, quienes trabajaron en las rutas de la sierra central a inicios del siglo XIX provenían del norte de Argentina, ambos eran socios que marcaron un enclave mecánico del tráfico de mercancías por estos lares.

     La revisión de cuadernos de cuentas que ellos llevaron permite hacerse de una idea más precisa de la naturaleza de las transacciones que realizaban 7. Del análisis de dichas cuentas se desprende que en cada viaje estos arrieros movilizaban millares de mulas —4 a 5 mil en 1808, por ejemplo— que eran vendidas a los mineros que laboraban en un territorio equivalente a cinco de las actuales regiones de la sierra central. La venta lo realizaban directamente, sin recurrir a intermediarios, comerciando mulas de su propiedad, las cuales provenían de Salta, de un fundo de la propiedad de Otero, el fundo Quijano. Dada la magnitud de sus transacciones, parece verosímil suponer que adicionalmente el ganado producido directamente por ellos incorporaba una cantidad adicional de mulas adquiridas de otras explotaciones.

EL PATRIOTA OTERO


GRAL. FRANCISCO DE PAULA OTERO

     Francisco de Paula Otero, luchó junto a grandes próceres como San Martín y Bolívar. Son muchos los héroes argentinos que todavía, no son reconocidos y que tuvieron un rol importantísimo en la guerra de la Independencia de Sudamérica.

     Don Francisco de Paula Otero, nació en San Salvador de Jujuy el 2 de abril de 1786, sus padres fueron don Martín Otero y Doña Luisa de Goicochea y Ordoñez, españoles de destacados vínculos con el comercio de la zona norte de la Argentina.

     Francisco de Paula se incorporó al ejército español (al igual que Martin Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Corte), que tenía un Regimiento en la ciudad de Salta, pero en 1809, Otero abandona las armas y se dedica al comercio familiar que tenía como principal objetivo la venta de ganado caballar y mular en Bolivia y Perú. Estos animales eran muy requeridos para ser utilizado en el transporte del mineral extraído, especialmente en Potosí y Pasco. Su padre, Martin, tenía campos en la zona de San Pedro de Jujuy donde criaba ganado y fue el primer productor de Caña de azúcar de la zona.

     Antes de 1814, durante varios años estuvo trasladando estos animales, junto a parientes entre los que se destacaba su primo Miguel Otero, que con los años fue Gobernador de la provincia de Salta. En 1817 contrajo matrimonio en Tarma con la hija de un militar español, doña Petronila Aveleyra y Sotelo con quien tuvo una numerosa descendencia. Con el tiempo y debido a su visión por los negocios, incursionó en la minería, comercio y agricultura, se hizo de una muy buena posición económica y se convirtió en un vecino notable. Su primo Martin se radicó en Pasco, donde también contrajo matrimonio.

     Estos arrieros —Otero y Olavegoya— no se limitaron, sin embargo, a colocar sus bestias en la región. A partir de este negocio, la arriería; ellos pensaron profundamente en otras actividades. Este estrato de arrieros jugó, además de su vital función en la economía, un rol clave tanto en la política cuanto en la definición de algunos rasgos culturales que luego serían plenamente asimilados por la cultura popular regional.

     Políticamente, el papel de Otero fue decisivo durante las luchas independentistas, tanto por su gran conocimiento de la sierra cuanto por la cantidad de contactos que su actividad les proporcionaba y la propia naturaleza de sus actividades, las cuales tendían a desarrollarse por fuera del control de los grandes comerciantes limeños y de la estructura económica colonial y, por tanto, de las limitaciones que ésta imponía al desarrollo de industrias por fuera del control de la burocracia colonial. No extraña, por ello, que los arrieros mayoritariamente optaran por la causa patriota en la confrontación entonces en desarrollo. El caso más significativo es el de Francisco de Paula Otero, quien secundó decisivamente a San Martín cuando este expedicionó en el Perú, y prosiguió la lucha al lado de Bolívar cuando éste asumió el comando de la campaña independentista. Francisco de Paula Otero llegó a ocupar el cargo de comandante General de las guerrillas de los departamentos del centro, jugando un rol decisivo en las acciones bélicas que entonces se desarrollaron, lo cual permitió consolidar una sólida posición que, luego de la guerra, le permitió ampliar notablemente sus intereses en el comercio, la minería y la ganadería regional.

     Aún más notable fue el caso de su socio, Domingo de Olavegoya. Este, en base a los recursos acumulados en su actividad de arriero, pudo incursionar en la adquisición de denuncios mineros, legando a su hijo Demetrio un vasto patrimonio, que le permitió poseer sesenta minas en producción en tres épocas diferentes. Posteriormente, por medio de una alianza matrimonial, amplió aún más sus recursos, formando la gran hacienda minera de Rumichaca y adquiriendo la hacienda ganadera Cónsac, la cual, bajo su conducción, se convirtió en la más tecnificada de la sierra central. Sobre esta base económica supo expandir sus actividades en Lima en estrecha relación con la colonia italiana; participó en la empresa, fracasada, de reflotamiento de la minería de azogue de Huancavelica y al desarrollarse en boom guanero participó en múltiples empresas financieras, entre las que se incluyeron la fundación del Banco Italiano, la formación de compañías de seguros, etc. Sus descendientes, Domingo y Demetrio Olavegoya Iriarte formaron la casa comercial “D. y D. Olavegoya”, de gran gravitación en la economía de la sierra central. Participaron, además, en la fundación de la fábrica textil “La Victoria”, junto con Manuel Pardo; llegaron a ocupar la presidencia del directorio del Banco Italiano, fundaron la mayor sociedad ganadera de la región central a inicios del siglo XX, la Sociedad Ganadera del Centro. En la conformación de la fracción dominante de la sierra central, cuyo carácter era minero-comercial-terrateniente, estos dos arrieros argentinos jugaron pues un rol fundamental.

LA CULTURA QUE NOS LEGÓ OTERO Y OLAVEGOYA

    

LA MULIZA, BAILADA EN LOS CARNAVALES Y PASACALLES

     En el terreno de la formación de la cultura popular regional su impacto fue también muy significativo, como ha quedado demostrado en el folclore regional de la ruta por donde estos arrieros operaron y que encuentra uno de sus expresiones más depuradas en la danza denominada Los tucumanos, cuyos bailarines son exclusivamente hombres y cuya vestimenta reproduce la de los arrieros argentinos del siglo pasado. El elemento característico en su atuendo son las largas polainas que les cubren piernas y muslos. La coreografía recuerda el caminar de jinetes marcados por cabalgatas de millares de kilómetros, perniabiertos, molidos por la silla, como lo sugiere su lento caminar, desgarbado y ceremonioso. Esta danza es una representación bastante exacta de la imagen que ellos dejaron en la imaginación popular, pero su influencia en el mundo ideológico popular regional no se limitó al registro de su simple presencia física. De hecho, ellos contribuyeron protagónicamente a la gestación de una de las expresiones musicales folclóricas más importantes —a nuestro entender la más importante conjuntamente con el Huaylas— de la sierra central: la muliza.

     El tráfico de mulas, cuyo número se estimaba en 2 o 3 mil ocupadas diariamente en el transporte de mineral del siglo XIX en Cerro de Pasco, generó una categoría social característico sobre cuyo origen hemos señalado ya algunos elementos: el arriero mulero. Este argentino o europeo y trajo conjuntamente con sus apreciadas acémilas un bagaje cultural popular del norte argentino, de las serranías de Córdova, Salta y Tucumán. De este patrimonio parece haber tenido una importancia particular un género musical que se originó en el Perú en la época colonial y migró hacia la Argentina donde alcanzó un firme arraigo; la vidala. Esta, afirmada ya como uno de los géneros de mayor popularidad del acervo folclórico serrano argentino, retornó al Perú, en un sorprendente proceso de restitución cultural, vía el canto de los arrieros muleros, siendo asimilada al patrimonio cultural de la sierra central con la significativa denominación de muliza:

“Los arrieros y comerciantes en mulas o muleros, trajeron consigo sus cantares populares del Norte Argentino y los recogidos en el camino, y la que más similitud tiene con la muliza es la vidala, ambas cuentan con estribillo; aparecen como canciones de carnaval; lógico es suponer que en las ´pascanas´ del trayecto improvisaran reuniones de canto, para cantar las aprendidas, y disipar las tristezas de los parajes desolados, ya que la canción siempre ha sido compañera del hombre, y los muleros cuando llegaban a las ciudades términos de sus viajes; luego de haber efectuado con felicidad sus negocios se dedicaban a visitar las familias amigas, y en cada una de ellas cantaban sus canciones que diferían de los yaravíes, huainos, etc., entonces es fácil presumir que las gentes indagaran o reclamaran los cantares o canciones de los muleros, que con el tiempo tuvo arraigo y lograron por la ley del menor esfuerzo llamarlo ´muliza´, que se integró en el alma popular de las gentes de estas regiones, donde aflora la canción” 8.

 

REGLAMENTO DE ARRIERAJE DE LA PREFECTURA DE JAUJA (1897) **

1°. - SON OBLIGACIONES DE LOS ARRIEROS:

1) Llevar constantemente consigo la matrícula respectiva, la que le será otorgada por la Sub Prefectura, mediante la presentación de fianza.

2) Presentar a la Autoridad en cada viaje en el lugar de destino una relación de la carga que conduzca.

3) Entregar la carga con igual peso y en el mismo estado, en que fue recibida, debiendo pagar el valor de toda diferencia, según la clase de mercadería y desperfecto.

4) Cargar a las mulas en un máximo de ocho a diez arrobas, alos burros de cuatro a seis, a las llamas con dos a cuatro y a los caballos con seis a ocho arrobas, según el estado, tamaño y fuerza de los animales, debiendo ser multados toda vez que pongan carga a una bestia lastimada o coja.

5) Cuando por circunstancias independientes muere en el tránsito algún animal que haya sido fletado por el arriero, este debe entregar al dueño el pedazo de piel en que se encuentre estampada la marca.

6) Los arrieros que comprueben que por fuerza mayor han tenido que hacer falso flete solo pagaran a los dueños de animales la mitad de los estipulado.

7) Toda carga será entregada al propietario inmediatamente que llegue al al lugar de destino.

8) Los causantes de la muerte de un animal alquilado; ya sea por poca alimentación o maltratos, pagará el valor íntegro de este, previa observación del hecho. Debiendo advertirse que ese mismo valor pagará con multa al que así proceda con sus propios animales.

9) Los que recibieron mercaderías cubierta con impermeables las mojaren para alterar el peso perderán el doble del valor que represente el tanto del artículo encontrado en esa condición. La misma pena sufrirá el que altere las bebidas espirituosas; por cada grado más bajo del que figure en la guía.

10) Los arrieros no son responsables por los efectos que produzca la lluvia en la carga si este no se entrega con los lienzos impermeables que las resguarde debidamente.

11) Es prohibido detener los animales cargados en los sitios estrechos de los caminos y hacer que en los mismos lugares se sitúen al lado de adentro al encontrar a los pasajeros.

12) Lo que se contraten a acompañar pasajeros, deben estar en todo momento a su disposición con el objeto de atender a las necesidades inherentes a los viajes.

 

                                                                                  Jauja, setiembre 5 de 1897.

                                      

                                                         (Fdo.) Domingo F. Argote.

                                             (sello) Subprefectura de la provincia de Jauja

                                             (una nota) Contéstese lo acordado y archívese.

                                              (Fdo.) Zapata.

** Archivo de la prefectura de Junín.

     Suponemos que estos mismos reglamentos y obligaciones regía en la provincia de Tarma, sino de donde el caso de Manuel Palacios acreedor de Otero por 87.7 pesos, claro que estamos en tiempos diferentes, pero, hay documentos que avalan que las mismas consideraciones regían casi en todos los territorios subprefectales de la sierra central al albor del siglo XIX.

 

NOTAS

1 Memoria que eleva al Ministerio de Gobierno el Prefecto del Departamento de Huancavelica, coronel don Sebastián Llosa. Huancavelica, junio de 1900. BN E833.

2 Memoria elevada al S. Gobierno el Prefecto de Huancavelica, Huancavelica, junio de 1912.

3 Memoria elevada a la Prefectura del departamento de Huancavelica por el Subprefecto de Angaraes, don Dámaso Vidalón, 20 de noviembre de 1912 (BN. E788).

4 Memoria del Subprefecto de Jauja, El Peruano, Lima, 7 de octubre de 1874.

5 Memoria elevada al S. Gobierno el Prefecto de Huancavelica, Huancavelica, junio de 1912.

6 Los documentos que se utilizan en esta parte del texto pertenecen a la Biblioteca Nacional y son los cuadernos de cuentas de arrieros de Francisco de Paula Otero de 1814-1815 y 1816-1817 con clave D9371 y D 9372.

7 Cuadernillo de cuentas sobre repartición de mulas hechas por Domingo de Olavegoya y por Francisco de Paula Otero, 1812.

8 Bernal, Dionicio Rodolfo: La Muliza, G. Herrera Editores, 1978.

 FUENTES IMPRESAS

COLECCIÓN DOCUMENTAL DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU, La rebelión de Huánuco, Tomo III. Lima 1971.

CHOCANO, M. Circuito mercantiles y auge minero en la sierra central a fines de la época colonial. Alpanchis, núm. 21 (1983), pp 3-26.

DIARIO DE LIMA, 1791-1793. Colección de la Biblioteca Nacional del Perú.

FISHER, J.R., Matrícula de mineros de 1790. UNMSM, 1975.

HAENKE, T. Descripción del Perú (siglo XVIII). Imp. El Lucero, Lima, 1901.

MACERA, Pablo y F. Márquez, eds., “Informaciones geográficas del Perú colonial”. Revista del Archivo Nacional del Perú, XXVIII, Lima 1964.

MANRIQUE, N. Los arrieros de la sierra central durante el siglo XIX. Alpanchis, núm. 21. 1983, pp 27-46.

MERCURIO PERUANO, 1791-1795. 12 vols., edición facsimilar, Biblioteca Nacional del Perú.

RAIMONDI, A., “Itinerario de Lima a Huancayo, Tarma, Pampa de Junín y Cerro de Pasco” en boletín de la Sociedad Geográfica del Perú.

RIVERO Y USTARIZ, M.E, de, “Memoria sobre el rico mineral de Pasco”, 1828, en Colección de memorias científicas, agrícolas e industriales publicadas en distintas épocas, Bruselas 1853.

RODRIGUEZ CASADO, V y J.A. CALDERON QUIJANO, eds., Memoria del virrey Abascal, 1806-1816 2t., Sevilla, 1944.

SMITH, A., Perú as it is, 2 vols., Londres, 1839.

TSCHUDI, J.J. von, travels in Perú during the year 1838-1842. London, 1847.

*Artículos basados en las investigaciones de Magdalena Chocano y Nelson Manrique, cuyos informes se dan a conocer en la revista Alpanchis N°21 de 1983. Este artículo es reproducido para fines académicos o con fines exclusivamente didácticos sin fines de lucro.