LA RUTA DEL ARRIERO FRANCISCO DE PAULA OTERO Y SU
LEGADO CULTURAL
©POR: JOSE A. GAMARRA AMARO*
(Setiembre,
del 2012)
CONTEXTO
HISTÓRICO
El circuito
minero de la plata constituyó el eje de la economía regional en la primera
mitad del siglo XIX y en torno a él se organizó el conjunto de las otras
actividades. En su funcionamiento debieran existir dos fases, derivadas de la
propia lógica de la producción minera, que planteaban requerimientos diversos.
En efecto, una era la lógica de la fase del acopio del mineral y otra distinta
la del transporte de la producción a sus mercados de destino (Manrique,
1983:30).
La primera
se explica por la propia naturaleza de la explotación minera regional durante
el periodo. Esta se caracterizaba por desarrollarse en pequeñas explotaciones
en millares de pozos diseminados en centenares de kilómetros cuadrados con una
muy rudimentaria tecnología. Era necesario, pues, acopiar el mineral para
llevarlo a las concentradoras donde sufriría un primer procesamiento y,
convertido en piña plata, ponerlo en condiciones de pasar a la segunda
fase, a su transporte a la capital, donde sería amonedado para lanzarlo a su
destino final: la exportación o —en un volumen mucho más reducido— su uso en
las transacciones monetarias en el interior del país.
El circuito
descrito tuvo su origen en el siglo XVIII, habiéndose formado durante la etapa
colonial, conjuntamente con el inicio de la expansión de la minería de Cerro de
Pasco. Esta requería crecientemente de una ingente cantidad de bestias de
carga, las cuales tenían que ser transportadas, a su vez, desde regiones apartadas.
Un primer tipo de acémilas utilizadas eran los camélidos andinos,
particularmente las llamas, que existían en la región y se adecuaban
perfectamente a los pastos de altura allí existentes. Su número, sin embargo,
era insuficiente, la cual generó la necesidad de importar, desde el
departamento de Huancavelica, llamas cuya venta, conjuntamente con la lana de
alpaca, constituyó uno de los rubros principales de exportación de Huancavelica
hacia la sierra central durante el siglo XIX. La importancia de este comercio
era grande aún a inicios del siglo XX, como lo constataba el prefecto de
Huancavelica:
“De las provincias de Huancavelica y Angaraes se
exporta lana de alpaca, exportación que puede calcularse en 3500 quintales al
año, y la de llamas, que se llevan al Cerro de Pasco para el carguío de metales
en 9 a 10 mil anualmente, entre las dos provincias, siendo este el cálculo más
o menos concreto”1.
Los
principales productores de camélidos andinos eran las comunidades campesinas de
la región, pues las haciendas preferían criar vacunos y ovinos, los cuales
estaban menos expuestos a las epidemias que periódicamente diezmaban a los
rebaños de llamas y alpacas. Naturalmente, quedan interrogantes fundamentales
que contestar: ¿Qué proporción de los ingresos familiares campesinos
correspondía a la comercialización de las llamas cargueras? ¿En qué eran
utilizados los recursos monetarios así conseguidos? ¿Cómo estaban organizados
los circuitos de comercialización de las llamas? ¿Quiénes organizaban y
controlaban este circuito? La respuesta a estos interrogantes solo será posible
en base a nuevos avances en la investigación empírica.
La
exportación de llamas mantuvo su importancia hasta la primera década del siglo
XX, cuando la expansión del Ferrocarril Central provocó su declinación
definitiva. Tal cuestión lo constataba una autoridad huancavelicana en 1912: “la
venta de este animal (las llamas) en el Cerro de Pasco constituyó en otra época
una industria de importancia, pero la llegada del ferrocarril a esa ciudad
disminuyó su demanda, que hoy es muy pequeña”2.
La
utilización de las llamas tenía, sin embargo, graves desventajas, que limitaba
su rentabilidad a determinados rubros del transporte, afirmaba el subprefecto
de Angaraes: “(ésta) apenas pueden transportar un peso de treinta a cuarenta
kilos, dando lugar al fraccionamiento de bultos que demanda un mayor gasto. Por
eso, este medio de transporte se reduce a ciertos artículos” 3. A esta limitación habría
que sumar otras: la lentitud de las llamas y su escasa resistencia en las zonas
bajas cuando al descender a la costa era necesario recorrer zonas desérticas,
con muy escasos pastos y carentes de agua por largos trechos. En estas
condiciones, la mortandad en las tropillas de llamas era muy elevada, por lo cual
se privilegiaba a las mulas para el transporte del mineral a los litorales.
Estas
características hacían muy codiciadas a las mulas, pese a su mayor precio en el
mercado, pues permitían abaratar costos en el transporte, al permitir conducir
una cantidad similar de carga con recuas menores, con relación a aquellas
formadas por llamas, lo cual permitía economías por menor consumo de pastos,
por la utilización de un menor número de arrieros para su conducción y por
menor tiempo utilizado en el transporte. Las mulas podían, además, competir sin
problemas con las llamas en el transporte en las punas y en territorios
accidentados, superándole ampliamente cuando había que desplazarse por
territorios costeños, donde su mayor resistencia al hambre y a la sed la hacían
insustituibles. Puede afirmarse, por tanto, que el papel de las llamas debió
ser dominante en la fase del acopio del mineral, que se realizaba en el
interior de la región, en un hábitat homogéneo, mientras que en la base de
transporte al litoral debió ser dominante la utilización de las mulas.
La
provisión de las mulas planteaba un agudo problema, en tanto estas no eran
criadas en una escala significativa en la región. Existían más bien una crecida
cría de asnos en Jauja, que el subprefecto de la provincia estimaba en unos 20
mil durante la década del 70, “que sirven diariamente para el arrieraje”4.
La demanda
de mulas para la minería permitió la persistencia de un gran circuito arriero
de origen colonial: aquel que enlazaba el norte de Argentina con la sierra
central del Perú, atravesando la región más accidentada de la cordillera de los
Andes, el sur andino 5.
Este
circuito partía de Salta y Tucumán, donde las mulas allí criadas se reunían con
aquellas adquiridas en Córdova, Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes e incluso de
Brasil, para luego arrearlas en tropillas de millares de bestias, que en un
trayecto que duraba largos meses, eran conducidas al Alto y Bajo Perú,
comercializándolas en el trayecto en ferias especialmente destinadas a este
objetivo. Este circuito fue organizado por iniciativa privada de los
comerciantes en mulas y solo en el periodo colonial tardío fue asumido por el
gobierno virreinal. Recién en 1747 se decidió la creación de un correo fijo que
uniera Buenos Aires con el resto del virreinato peruano y solo en 1768 Carlos
III decidió incorporar el Servicio de Correos, como Servicio Oficial a la
Corona, lo cual permitió regularizar la organización de las casas de postas y
pascanas donde los viajeros podían descansar, obtener sus vituallas y mudar de
cabalgadura para continuar la marcha.
En estas
condiciones, la sierra central, más que nada Cerro de Pasco, fue un
núcleo minero de mayor influencia socio económica en la sierra central peruana,
su importancia data de fines de la era colonial en que la producción de plata
cobró un nuevo auge y en este asiento se alcanzaron los rendimientos más importantes
del área bajo-peruana (Fisher, 1977: 213-214, 222-223).
La producción de plata comprendía dos
procesos básicos: extracción del mineral y refinación. La primera fase se
realizaba en las minas, la segunda en las haciendas de beneficio donde por
medio de ingenios se mezclaba el mineral con el azogue y como resultado se
obtenía la plata “piña”, como dijimos líneas arriba. Generalmente las haciendas
de beneficio se encontraban a alguna distancia de las minas, por lo que era
necesario organizar el acarreo de minerales por medio de mulas.
Las necesidades de la producción y la
subsistencia de los pobladores estaban en condiciones de ser cubiertas con
relativa facilidad, pues Pasco se hallaba circundado de espacios aptos para la
ganadería, mientras que las tierras de cultivo se extendían al sur y al norte,
en los valles de Tarma, Jauja y Huánuco.
Los escritores de la época consideraron
con optimismo que el desarrollo de la producción minera promovería un
importante desarrollo comercial de las provincias cercanas al centro minero, al
cual llamaron “una de las más recomendables poblaciones del reino…por el
abundante dinero que circula y hace todo el fondo de su comercio” (Mercurio
Peruano, 27 de junio de 1793). Indicaron también que la demanda minera
incentivó la producción de Tarma, Ica y Chancay (Mercurio Peruano, ibid.,
Diario de Lima, 3 de agosto de 1791). En sus planteamientos, comercio y
progreso eran prácticamente sinónimos, la riqueza debía ser riqueza mercantil.
Pero parece, que tanto el Mercurio y el
Diario de Lima sus informaciones estaban erradas. Las condiciones reales de la
estructura mercantil, en la que Lima era el eje que vertebraba la explotación
colonial de nuestro territorio y canalizaba el intercambio desigual hacia el centro
metropolitano, desmintieron las ilusiones de progreso económico interno que
forjaron los ideólogos de entonces. Hay un trabajo muy bien estructurado y
prolijo con fuentes cuantitativas realizada por la Dra. Magdalena Chocano, que
permite afirmar que Lima fue indiscutiblemente la presencia predominante en el
mercado de Pasco.
PREDOMINIO
COMERCIAL DE LIMA CON LOS PUEBLOS CIRCUNDANTES
Lima y la región central estaban
conectados a través de los caminos que seguían las quebradas de Chillón y San
Mateo (Rivera Serna, 1958:22). La ruta por San Mateo cubría 58 leguas hasta
Pasco y 81 hasta Huánuco; por el camino de Canta, siguiendo el curso del
Chillón, eran 58 leguas que se hacían en cuatro o cinco días a lomo de mula
(Proctor, 1953:30). Estos caminos eran necesario de un activo tráfico de
arrieros y comerciantes que transportaban diversidad de mercancías para los
mercados de la sierra central.
El transporte de las remesas de azogue de
Lima a Pasco estaba organizado en base a arrieros capataces, cuyo número llegó
a cinco, representados por un apoderado: el teniente coronel Francisco de
Racines. Cada arriero capataz debió dirigir a los arrieros subalternos y sus
ayudantes. Por ejemplo: en 1815 se remitieron 972 quintales de azogue a cargo
de cuatro de los arrieros capataces; cada mula cargaba de 2.90 libras a 3
quintales, por los cual este envío requirió el servicio de 324 mulas como
mínimo. Según evidencias correspondientes al siglo XIX y XX (Montoya, 1980:
80-81), cada recua de mulas de componía de 10 a 12 animales y exigía la
dedicación completa de tres hombres: un jefe y dos ayudantes, al extrapolar
estos datos en la situación que describimos para 1815, resultaría que para el
traslado de las remesas de 972 quintales se habrían necesitado 27 recuas de 12
mulas a cargo de 81 hombres:27 jefes y 54 ayudantes, fuera de los arrieros
capataces (Chocano, M. Alpanchis N°21: 3-26).
El transporte de azogue desde Huancavelica
a Pasco corría a cargo del asentista del Real Trajín, quien distribuía el total
de las remesas entre diversos arrieros que trabajaban para él. En 1805 se
encargó al asentista Gregorio Delgado el transporte de 1000 quintales de
azogue, para lo cual se emplearon 29 arrieros con 33 mulas 1/3, el mayor
cargamento fue del arriero Martín Lara con 12 quintales cargados por 41 mulas y
el menor de Mariano Quijada de 33 quintales en 11 mulas (Biblioteca Nacional,
D10393).
Dentro
del comercio registrado en la Aduana de Pasco, los artículos importados sumaban
un promedio de 44,48%. En aquel conjunto, los artículos de ferretería (combas,
barretas, picos, clavos para el trabajo minero) y la cera alcanzaron un 4%, los
textiles en cambio fueron un rubro mayoritario con 40%.
En cuanto a los efectos del país como el
arroz, garbanzos, pallares, chocolate, sebo, velas, jabón, cordobanes, zapatos,
figuran como procedentes de Lima.
En el rubro de aguardientes era el mayor entre
los productos del país que registró la Aduana de Pasco. El tráfico de este
producto se realizaba casi enteramente a través de la ruta de Pisco-Lima-Pasco,
cantidades menores ingresaron desde Ica y Jauja.
En la provincia de Tarma, donde se encontraba
Cerro de Pasco, se consumían anualmente 3000 botijas de aguardiente, sin contar
el consumo de las quebradas de Tarma y Chaupihuaranga e incluyendo, al parecer,
el asiento de Pasco (Mercurio Peruano, 23 de junio de 1793).
En cuanto a los insumos para la producción
minera: combustible, sal y vasijas, la información es escueta y no permite
proyectarse mucho más allá, hacia las formas de producción y trabajo empleadas
en ello. La madera era traída de Hulcumayo, Paucartambo y Caparacra, en la
frontera de Tarma (Diario de Lima, 30 de mayo de 1791). La sal provenía de
Cajatambo, Canta y Chancay, se indica que se necesitaban al menos 200 mil
arrobas por año. En los pueblos cercanos al asiento se fabricaban bayetas y
jergas para recoger la pella (plata amasada con azogue), y porongos de barro en
que se le colocaba para someterla al fuego (Rivero y Ustáriz, 1857 I:
212-213).
En el acarreo de minerales de las minas a
los ingenios se empleaban dos mil mulas, aunque también la utilidad de esta
cifra es muy reducida porque no podemos relacionarla con otras.
Tradicionalmente la región de Salta exportaba mulas a todo el virreinato del
Perú, en los datos del comercio registrados en Pasco parecen indicar la
desaparición de esta conexión, y solo la mantención de importancia desde Salta
en la Aduana de Jauja confirman que persistieron los contactos comerciales
entre la región central del Perú y Salta. Es posible también que en otras zonas
del país se desarrollaran la crianza de mulas para exportarlas, por ejemplo, en
la Receptoría de Huaylas, sujeta a la Aduana principal de Pasco, se registraron
en 1792, 290 mulas procedentes de Lambayeque y Piura (AGN, Aduanas de Pasco,
1792, cuad. 182).
OTERO
Y EL AGUARDIENTE
Jauja era un centro intermediario entre la
región de Ica y Pasco para el tráfico de aguardiente. Unos cuantos individuos
compraban esta mercancía a los comerciantes de Ica para exportarlos a Pasco. Algunos
negociantes interesados en este circuito participaban también en otras
actividades económicas: el envío de ganado
a la capital.
El comercio de aguardiente por las vías de
la sierra tenía como vía principal la quebrada de Huaytará, en Castrovirreyna,
que unía Ica, Huancavelica y Jauja (Tschudi, 1847: 147).
Hacia 1814, Francisco de Paula Otero
asociado con Domingo Olavegoya6
operaban en en este circuito, compraban el aguardiente en Ica a través de sus agentes, luego habilitaban a sus
arrieros para transportar esta mercancía a Jauja, Huancayo, Tarma y Cerro de
Pasco. Cada año hacían dos o tres viajes. En 1815, por ejemplo, hubo tres
viajes, el primero se habilitó a 22 arrieros con 2,679.4 pesos, en el segundo
fueron habilitados 20 con 833 pesos, y en el tercero 8 con 345 pesos.
Aunque la evidencia es fragmentaria, es posible
concluir que el endeudamiento de los arrieros era la forma en que los
comerciantes-transportistas los sujetaban a su empresa. La liquidación que en
mayo de 1817 hizo Otero de las cuentas de dos arrieros que cubrían las rutas
desde Huaytará a Huancayo es demostrativa. Pablo Espinoza resultó con una deuda
de 16 pesos, más ponchos y mulas, e Isidro Espinoza quedó debiendo 26.6 pesos,
aparte de efectos y mulas. Olavegoya manifestó en una carta dirigida a tres
residentes de Pasco que los arrieros de esa provincia le debían mucho. A veces era el patrón
el que resultaba debiendo al trabajador, como fue el caso de Manuel
Palacios, quien parece haber sido el auxiliar al servicio directo de Otero, se
han anotado los pesos de plata que éste le dio en distintos pueblos (Huaytará,
Huancavelica, Puquio, Pampas, Reyes, Tarma), las especies: ropa de la tierra y
zapatos, compra de bulas (indulgencias), refiere que gastó en embriagarse los 4
reales que le dieron para traer unas mulas, se le anotaron 17.4 como el valor
de una onza de oro que — según la sospecha de Otero— habría robado al quedarse
solo en un carrito en Ica, pero tal vez consiguió demostrar su inocencia pues
esta anotación aparece tarjada y no se suma en su cuenta. Finalmente, Palacios
resulta acreedor de Otero por 87.7 pesos. Aunque esto no fuera necesariamente
una garantía de independencia para el trabajador, ya que ello podía obligarlo a
permanecer a las órdenes del patrón para cobrar sus saldos.
Los mercados de Tarma y, sobre todo, de
Cerro de Pasco eran los más importantes para el negocio de Otero; en el primer
viaje de 1814 las 495 1/5 botijas despachadas se distribuyeron de la siguiente
manera:
NUMERO
DE ARRIEROS
|
NUMERO
DE BOTIJAS
|
DESTINO
|
7
|
80
|
Huancayo
|
1
|
106
|
Jauja
|
5
|
139
1/5
|
Tarma
|
2
|
170
|
Pasco
|
TOTAL
|
15
|
495
1/5
|
|
|
|
|
|
FUENTE: Biblioteca
Nacional: D9371.
Es probable, que después de la
independencia, al levantarse la prohibición en torno a la fabricación de
aguardiente de caña, los cultivos de esta planta alcanzarían un nuevo impulso,
tal como ocurrió en Tarma (Chanchamayo). En estas tierras de colonización se
instalaron núcleos formados particularmente por extranjeros migrantes, que
desarrollaron la explotación de la caña de azúcar, de la cual se derivaba
aguardiente y chancaca, que tenían un amplio mercado en la región.
Segú los datos de Fiona Wilson, a mediados
del siglo XIX el aguardiente costeño con el cual se abastecía el mercado de la
sierra central se hizo insuficiente, aparentemente a causa de la expansión del
cultivo de algodón en Ica y la consecuente reducción del cultivo de la vid. La
demanda insatisfecha fue cubierta en adelante por importaciones crecientes de
aguardiente selvático, el cuál llegó a exportarse hasta la costa. Hacia 1870 la
exportación anual de alcoholes de San Ramón (Chanchamayo) ascendía a unas
120,000 arrobas de aguardiente (unos 1´830,000 kilos), lo cual da una magnitud
de este comercio.
Adicionalmente, el aguardiente era también
producido en los Valles de Monobamba. Pampa Hermosa (hoy Satipo) y Pariahuanca,
pertenecientes a la jurisdicción de la provincia de Jauja y Huancayo. El
transporte hacia los mercados serranos incluía tanto aguardiente destilado en
las propias plantaciones como chancaca, lo cual se utilizaba como materia prima
para el destilado de alcohol en los pueblos serranos. Según el informe del
subprefecto de Huancayo, Andrés Freyre, el prefecto de Junín del 31 de agosto
de 1889, por ejemplo, en la provincia de Huancayo existía 11 alambiques, de los
cuales 6 funcionaban en el distrito capital y 3 en los pueblos vecinos —2 en
Sapallanga y 1 en Chupaca— mientras que, en Pariahuanca, donde su cultivaba la
caña, solo existían 2 alambiques.
VENTA
DE MULAS POR OTERO Y OLAVEGOYA
DOMINGO OLAVEGOYA
Los
arrieros Otero y Olavegoya, quienes trabajaron en las rutas de la sierra
central a inicios del siglo XIX provenían del norte de Argentina, ambos eran
socios que marcaron un enclave mecánico del tráfico de mercancías por estos
lares.
La
revisión de cuadernos de cuentas que ellos llevaron permite hacerse de una idea
más precisa de la naturaleza de las transacciones que realizaban 7. Del análisis de dichas
cuentas se desprende que en cada viaje estos arrieros movilizaban millares de
mulas —4 a 5 mil en 1808, por ejemplo— que eran vendidas a los mineros que
laboraban en un territorio equivalente a cinco de las actuales regiones de la
sierra central. La venta lo realizaban directamente, sin recurrir a
intermediarios, comerciando mulas de su propiedad, las cuales provenían de
Salta, de un fundo de la propiedad de Otero, el fundo Quijano. Dada la
magnitud de sus transacciones, parece verosímil suponer que adicionalmente el
ganado producido directamente por ellos incorporaba una cantidad adicional de
mulas adquiridas de otras explotaciones.
EL
PATRIOTA OTERO
GRAL. FRANCISCO DE PAULA OTERO
Francisco
de Paula Otero, luchó junto a grandes próceres como San Martín y Bolívar. Son
muchos los héroes argentinos que todavía, no son reconocidos y que tuvieron un
rol importantísimo en la guerra de la Independencia de Sudamérica.
Don Francisco de Paula Otero, nació en San
Salvador de Jujuy el 2 de abril de 1786, sus padres fueron don Martín Otero y
Doña Luisa de Goicochea y Ordoñez, españoles de destacados vínculos con el
comercio de la zona norte de la Argentina.
Francisco de Paula se incorporó al
ejército español (al igual que Martin Miguel Juan de Mata Güemes Montero de
Goyechea y la Corte), que tenía un Regimiento en la ciudad de Salta, pero en
1809, Otero abandona las armas y se dedica al comercio familiar que tenía como
principal objetivo la venta de ganado caballar y mular en Bolivia y Perú. Estos
animales eran muy requeridos para ser utilizado en el transporte del mineral
extraído, especialmente en Potosí y Pasco. Su padre, Martin, tenía campos en la
zona de San Pedro de Jujuy donde criaba ganado y fue el primer productor de
Caña de azúcar de la zona.
Antes de 1814, durante varios años estuvo
trasladando estos animales, junto a parientes entre los que se destacaba su
primo Miguel Otero, que con los años fue Gobernador de la provincia de Salta.
En 1817 contrajo matrimonio en Tarma con la hija de un militar español, doña
Petronila Aveleyra y Sotelo con quien tuvo una numerosa descendencia. Con el
tiempo y debido a su visión por los negocios, incursionó en la minería,
comercio y agricultura, se hizo de una muy buena posición económica y se
convirtió en un vecino notable. Su primo Martin se radicó en Pasco, donde
también contrajo matrimonio.
Estos arrieros —Otero y Olavegoya— no se
limitaron, sin embargo, a colocar sus bestias en la región. A partir de este
negocio, la arriería; ellos pensaron profundamente en otras actividades. Este
estrato de arrieros jugó, además de su vital función en la economía, un rol
clave tanto en la política cuanto en la definición de algunos rasgos culturales
que luego serían plenamente asimilados por la cultura popular regional.
Políticamente, el papel de Otero fue
decisivo durante las luchas independentistas, tanto por su gran conocimiento de
la sierra cuanto por la cantidad de contactos que su actividad les
proporcionaba y la propia naturaleza de sus actividades, las cuales tendían a
desarrollarse por fuera del control de los grandes comerciantes limeños y de la
estructura económica colonial y, por tanto, de las limitaciones que ésta
imponía al desarrollo de industrias por fuera del control de la burocracia
colonial. No extraña, por ello, que los arrieros mayoritariamente optaran por la
causa patriota en la confrontación entonces en desarrollo. El caso más
significativo es el de Francisco de Paula Otero, quien secundó decisivamente a
San Martín cuando este expedicionó en el Perú, y prosiguió la lucha al lado de
Bolívar cuando éste asumió el comando de la campaña independentista. Francisco
de Paula Otero llegó a ocupar el cargo de comandante General de las guerrillas
de los departamentos del centro, jugando un rol decisivo en las acciones
bélicas que entonces se desarrollaron, lo cual permitió consolidar una sólida
posición que, luego de la guerra, le permitió ampliar notablemente sus
intereses en el comercio, la minería y la ganadería regional.
Aún más notable fue el caso de su socio,
Domingo de Olavegoya. Este, en base a los recursos acumulados en su actividad
de arriero, pudo incursionar en la adquisición de denuncios mineros, legando a
su hijo Demetrio un vasto patrimonio, que le permitió poseer sesenta minas en
producción en tres épocas diferentes. Posteriormente, por medio de una alianza
matrimonial, amplió aún más sus recursos, formando la gran hacienda minera de Rumichaca
y adquiriendo la hacienda ganadera Cónsac, la cual, bajo su conducción, se
convirtió en la más tecnificada de la sierra central. Sobre esta base económica
supo expandir sus actividades en Lima en estrecha relación con la colonia
italiana; participó en la empresa, fracasada, de reflotamiento de la minería de
azogue de Huancavelica y al desarrollarse en boom guanero participó en
múltiples empresas financieras, entre las que se incluyeron la fundación del
Banco Italiano, la formación de compañías de seguros, etc. Sus descendientes,
Domingo y Demetrio Olavegoya Iriarte formaron la casa comercial “D. y D.
Olavegoya”, de gran gravitación en la economía de la sierra central.
Participaron, además, en la fundación de la fábrica textil “La Victoria”,
junto con Manuel Pardo; llegaron a ocupar la presidencia del directorio del
Banco Italiano, fundaron la mayor sociedad ganadera de la región central a
inicios del siglo XX, la Sociedad Ganadera del Centro. En la
conformación de la fracción dominante de la sierra central, cuyo carácter era
minero-comercial-terrateniente, estos dos arrieros argentinos jugaron pues un
rol fundamental.
LA
CULTURA QUE NOS LEGÓ OTERO Y OLAVEGOYA

LA
MULIZA, BAILADA EN LOS CARNAVALES Y PASACALLES
En el terreno de la formación de la
cultura popular regional su impacto fue también muy significativo, como ha
quedado demostrado en el folclore regional de la ruta por donde estos arrieros
operaron y que encuentra uno de sus expresiones más depuradas en la danza
denominada Los tucumanos, cuyos bailarines son exclusivamente hombres y
cuya vestimenta reproduce la de los arrieros argentinos del siglo pasado. El
elemento característico en su atuendo son las largas polainas que les cubren
piernas y muslos. La coreografía recuerda el caminar de jinetes marcados por
cabalgatas de millares de kilómetros, perniabiertos, molidos por la silla, como
lo sugiere su lento caminar, desgarbado y ceremonioso. Esta danza es una
representación bastante exacta de la imagen que ellos dejaron en la imaginación
popular, pero su influencia en el mundo ideológico popular regional no se
limitó al registro de su simple presencia física. De hecho, ellos contribuyeron
protagónicamente a la gestación de una de las expresiones musicales folclóricas
más importantes —a nuestro entender la más importante conjuntamente con el Huaylas—
de la sierra central: la muliza.
El tráfico de mulas, cuyo número se
estimaba en 2 o 3 mil ocupadas diariamente en el transporte de mineral del
siglo XIX en Cerro de Pasco, generó una categoría social característico sobre
cuyo origen hemos señalado ya algunos elementos: el arriero mulero. Este argentino
o europeo y trajo conjuntamente con sus apreciadas acémilas un bagaje cultural
popular del norte argentino, de las serranías de Córdova, Salta y Tucumán. De
este patrimonio parece haber tenido una importancia particular un género
musical que se originó en el Perú en la época colonial y migró hacia la
Argentina donde alcanzó un firme arraigo; la vidala. Esta, afirmada ya como uno
de los géneros de mayor popularidad del acervo folclórico serrano argentino,
retornó al Perú, en un sorprendente proceso de restitución cultural, vía el
canto de los arrieros muleros, siendo asimilada al patrimonio cultural de la sierra
central con la significativa denominación de muliza:
“Los
arrieros y comerciantes en mulas o muleros, trajeron consigo sus cantares populares
del Norte Argentino y los recogidos en el camino, y la que más similitud tiene
con la muliza es la vidala, ambas cuentan con estribillo; aparecen como
canciones de carnaval; lógico es suponer que en las ´pascanas´ del trayecto
improvisaran reuniones de canto, para cantar las aprendidas, y disipar las
tristezas de los parajes desolados, ya que la canción siempre ha sido compañera
del hombre, y los muleros cuando llegaban a las ciudades términos de sus
viajes; luego de haber efectuado con felicidad sus negocios se dedicaban a
visitar las familias amigas, y en cada una de ellas cantaban sus canciones que
diferían de los yaravíes, huainos, etc., entonces es fácil presumir que las
gentes indagaran o reclamaran los cantares o canciones de los muleros, que con
el tiempo tuvo arraigo y lograron por la ley del menor esfuerzo llamarlo
´muliza´, que se integró en el alma popular de las gentes de estas regiones,
donde aflora la canción” 8.
REGLAMENTO DE ARRIERAJE DE LA
PREFECTURA DE JAUJA (1897) **
1°. - SON OBLIGACIONES
DE LOS ARRIEROS:
1) Llevar
constantemente consigo la matrícula respectiva, la que le será otorgada por la Sub
Prefectura, mediante la presentación de fianza.
2) Presentar a la
Autoridad en cada viaje en el lugar de destino una relación de la carga que
conduzca.
3) Entregar la carga
con igual peso y en el mismo estado, en que fue recibida, debiendo pagar el
valor de toda diferencia, según la clase de mercadería y desperfecto.
4) Cargar a las mulas
en un máximo de ocho a diez arrobas, alos burros de cuatro a seis, a las llamas
con dos a cuatro y a los caballos con seis a ocho arrobas, según el estado,
tamaño y fuerza de los animales, debiendo ser multados toda vez que pongan
carga a una bestia lastimada o coja.
5) Cuando por
circunstancias independientes muere en el tránsito algún animal que haya sido
fletado por el arriero, este debe entregar al dueño el pedazo de piel en que se
encuentre estampada la marca.
6) Los arrieros que
comprueben que por fuerza mayor han tenido que hacer falso flete solo pagaran a
los dueños de animales la mitad de los estipulado.
7) Toda carga será
entregada al propietario inmediatamente que llegue al al lugar de destino.
8) Los causantes de la
muerte de un animal alquilado; ya sea por poca alimentación o maltratos, pagará
el valor íntegro de este, previa observación del hecho. Debiendo advertirse que
ese mismo valor pagará con multa al que así proceda con sus propios animales.
9) Los que recibieron
mercaderías cubierta con impermeables las mojaren para alterar el peso perderán
el doble del valor que represente el tanto del artículo encontrado en esa
condición. La misma pena sufrirá el que altere las bebidas espirituosas; por
cada grado más bajo del que figure en la guía.
10) Los arrieros no son
responsables por los efectos que produzca la lluvia en la carga si este no se
entrega con los lienzos impermeables que las resguarde debidamente.
11) Es prohibido
detener los animales cargados en los sitios estrechos de los caminos y hacer
que en los mismos lugares se sitúen al lado de adentro al encontrar a los
pasajeros.
12) Lo que se contraten
a acompañar pasajeros, deben estar en todo momento a su disposición con el
objeto de atender a las necesidades inherentes a los viajes.
Jauja, setiembre 5 de 1897.
(Fdo.) Domingo F. Argote.
(sello)
Subprefectura de la provincia de Jauja
(una
nota) Contéstese lo acordado y archívese.
(Fdo.)
Zapata.
** Archivo de la
prefectura de Junín.
Suponemos que estos mismos reglamentos y
obligaciones regía en la provincia de Tarma, sino de donde el caso de Manuel
Palacios acreedor de Otero por 87.7 pesos, claro que estamos en tiempos diferentes,
pero, hay documentos que avalan que las mismas consideraciones regían casi en
todos los territorios subprefectales de la sierra central al albor del siglo
XIX.
NOTAS
1
Memoria que eleva al Ministerio de Gobierno el Prefecto del Departamento de
Huancavelica, coronel don Sebastián Llosa. Huancavelica, junio de 1900. BN
E833.
2
Memoria elevada al S. Gobierno el Prefecto de Huancavelica, Huancavelica, junio
de 1912.
3
Memoria elevada a la Prefectura del departamento de Huancavelica por el
Subprefecto de Angaraes, don Dámaso Vidalón, 20 de noviembre de 1912 (BN.
E788).
4
Memoria del Subprefecto de Jauja, El Peruano, Lima, 7 de octubre de 1874.
5
Memoria elevada al S. Gobierno el Prefecto de Huancavelica, Huancavelica, junio
de 1912.
6
Los documentos que se utilizan en esta parte del texto pertenecen a la
Biblioteca Nacional y son los cuadernos de cuentas de arrieros de Francisco de
Paula Otero de 1814-1815 y 1816-1817 con clave D9371 y D 9372.
7
Cuadernillo de cuentas sobre repartición de mulas hechas por Domingo de
Olavegoya y por Francisco de Paula Otero, 1812.
8
Bernal, Dionicio Rodolfo: La Muliza, G. Herrera
Editores, 1978.
FUENTES
IMPRESAS
COLECCIÓN DOCUMENTAL DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU, La
rebelión de Huánuco, Tomo III. Lima 1971.
CHOCANO, M. Circuito mercantiles y auge minero en
la sierra central a fines de la época colonial. Alpanchis, núm. 21 (1983),
pp 3-26.
DIARIO DE LIMA, 1791-1793. Colección de la
Biblioteca Nacional del Perú.
FISHER, J.R., Matrícula de mineros de 1790.
UNMSM, 1975.
HAENKE, T. Descripción del Perú (siglo XVIII).
Imp. El Lucero, Lima, 1901.
MACERA, Pablo y F. Márquez, eds., “Informaciones
geográficas del Perú colonial”. Revista del Archivo Nacional del Perú,
XXVIII, Lima 1964.
MANRIQUE, N. Los arrieros de la sierra central
durante el siglo XIX. Alpanchis, núm. 21. 1983, pp 27-46.
MERCURIO PERUANO, 1791-1795. 12 vols., edición facsimilar,
Biblioteca Nacional del Perú.
RAIMONDI, A., “Itinerario de Lima a Huancayo,
Tarma, Pampa de Junín y Cerro de Pasco” en boletín de la Sociedad
Geográfica del Perú.
RIVERO Y USTARIZ, M.E, de, “Memoria sobre el rico
mineral de Pasco”, 1828, en Colección de memorias científicas, agrícolas e
industriales publicadas en distintas épocas, Bruselas 1853.
RODRIGUEZ CASADO, V y J.A. CALDERON QUIJANO, eds.,
Memoria del virrey Abascal, 1806-1816 2t., Sevilla, 1944.
SMITH, A., Perú as it is, 2 vols., Londres, 1839.
TSCHUDI, J.J. von, travels in Perú during the
year 1838-1842. London, 1847.
*Artículos basados en
las investigaciones de Magdalena Chocano y Nelson Manrique, cuyos informes se
dan a conocer en la revista Alpanchis N°21 de 1983. Este artículo es reproducido
para fines académicos o con fines exclusivamente didácticos sin fines de lucro.