IV
ORÍGENES DE LA SOCIEDAD DE QAQASH
(SAN PEDRO DE CAJAS)
JOSE A. GAMARRA AMARO
Gracias a los descubrimientos científicos,
sabemos que el ser humano es producto de una larga evolución biológica y
social, que se inició varios millones de años en el África. El incremento de la
especie condujo a su progresiva expansión por el mundo. Avanzó primero hacia el
Asia y Europa, luego migró y ocupó todos los espacios de la tierra hasta donde
le fue posible llegar. A medida que la humanidad crece, se expande. Cuando
ocupa un territorio, lo invade hasta agotar todo lo que puede consumir. Domina
la tierra y todo lo que hay en ella. Es una propiedad de la especie Homo sapiens, a la que pertenecemos. No
existe otro ser vivo con esa capacidad.
La llegada del hombre a América fue solo
esa parte de esa carrera expansiva. Dentro de ella, estamos todos los que somos
habitantes del planeta Tierra. Somos parte de esa historia. En un momento dado
–con seguridad hace más de 20,000 años-, la expansión asiática había llevado a
la gente hacia el norte de ese continente, cubriendo el oriente asiático desde
los trópicos del sur hacia los fríos del Ártico. Solo desde allí fue posible
pasar a pie hacía América.
En ese tiempo, había un “puente” terrestre
–que se ha llamado Beringia- que unía Kamchatka y Alaska, en la actualidad
penínsulas que están a uno y otro lado del estrecho de Bering. El estrecho se
formó al final de la Edad de los Hielos, al elevarse el nivel del mar, por el
deshielo de los glaciares. Las islas del mar de Bering son las cumbres más
altas de Beringia, ya que sus valles y llanuras quedaron cubiertas por el mar.
El avance asiático fue de sur a norte en América. A lo largo de los milenios,
la gente ocupó el norte del continente y, luego de cruzar el istmo de Panamá,
fue invadiendo poco a poco el sur. De ese modo llegó hasta aquí el ser humano.
Hubo un momento en la historia de todos los pueblos, en que las actividades de subsistencia se restringían a la apropiación y consumo de los recursos de vida –animales, plantas y minerales-, tal cual ellos estaban en la naturaleza. Tenían limitadas capacidades de instrumentos que les facilitaba la expropiación. Los instrumentos permitían ampliar esas capacidades y adquirir otras que no se tenían: por ejemplo, recursos para cortar o hendir materias duras; mientras que la carencia de colmillos poderosos o garras, podría ser suplida por piedras, madera o huesos duros, con puntas o filos.
Así se inició la historia de la humanidad,
y es en esa etapa en la que llegaron los primeros pobladores.
El ser humano se diferencia de las demás
especies de animales por su capacidad de convertir la habilidad de crear
instrumentos en un recurso susceptible de ser transmitido socialmente, de unos individuos
a otros, a lo largo de las generaciones. Debido a esto crean códigos sociales similares
a los códigos genéticos. Estos códigos son transmitidos socialmente a cada uno
de los individuos que participan del grupo social donde tales códigos están
almacenados. Dichos códigos sociales, extra somáticos, son las palabras, cuya
articulación estructural es el lenguaje. De algún modo, la humanidad pudo
expandirse en todo el mundo gracias a estas habilidades, que iniciaron con la
creación de instrumentos útiles para cazar y recolectar animales y plantas
enteramente naturales, que continuaron con la intervención intencional en los
procesos de su reproducción –que llamamos “domesticación”- y que avanzaron
hacia el progresivo dominio de las leyes naturales reguladoras de la existencia
del planeta.
Los seres humanos –decíamos- vivían
inicialmente en el África, luego se expandieron hacia Asia, Europa y,
finalmente, a América. Eran cazadores y recolectores; es decir, tenían un
desarrollo del tipo que todos los pueblos tuvieron en sus inicios.
Así pues, nuestros antepasados los
primeros habitantes de los Andes peruanos habían vivido en las estepas y los
bosques fríos de Canadá y los EE.UU, y luego en los templados bosques de
California u Ohio para, luego establecerse en México y Centro América y avanzar
hacia los bosques húmedos del istmo de Panamá, pasando por los territorios de
Venezuela, Colombia. Esta migración demoró cientos hasta miles de años, de modo
que, cuando se proponía a ocupar los bosques y páramos de Ecuador y avanzar
hacia la Amazonía y a la región Andina peruana, era gente que ya contaba con
una larga experiencia acumulada por sus abuelos en las tierras norteamericanas.
Quienes llegaron al Perú, eran americanos con muchos siglos de existencia sobre
este continente y muy diferentes en sus formas de vida de sus ya lejanos
parientes del Asia.
Decíamos que los arqueólogos han
descubierto que el hombre llegó al Perú hace por lo menos veinte mil o quince
mil años. El que llegara antes o después es poco importante frente a la
constatación del estado de desarrollo en el que se hizo presente. Venía del
viejo mundo, antes de que se hubiera descubierto la agricultura o el pastoreo y
se limitaba a la apropiación de los recursos naturales enteramente formados,
sin participar en su producción. Poseía, pues, una economía de subsistencia
basada en la caza y la recolección, lo que, entre otros factores, condicionaba
su existencia a una organización social basada en grupos numéricamente
reducidos –del tipo conocido como banda- que habitaban todos los lugares
protegidos que la naturaleza podía brindar: cuevas, abrigos rocosos, ensenadas,
etc.
Muchos de éstos primitivos habitantes
debieron recurrir a un sistema de vida transhumante, semi-nomádico, cambiando
periódicamente de campamento de acuerdo con las variaciones del clima. Pero es
justo reconocer que no todos los cazadores-recolectores tuvieron un tipo de
vida transhumante; existen bastante razones y evidencias para suponer que
muchos tenían una vida más bien estable, sedentaria; es el caso de los
cazadores de la estepa altoandina –llamada puna-
quienes no solo encontraron allí abrigos naturales aptos y abundantes, sino
también una permanente y rica fuente de subsistencia basada en los camélidos
altoandinos, llamase vicuñas y guanacos, aves, roedores, tubérculos y algunos
frutos. Habríamos hablado, entonces, de los periodos comprendidos entre el
periodo Precerámico y el periodo Lítico Andino. Sigamos.
En 1975, el arqueólogo Ramiro Matos
Mendieta, Decano de la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos de Lima, realizó trabajos interdisciplinarios y plurinacionales
en el marco del Proyecto Punas de Junín,
donde impulsó la realización de trabajos con Jhon W. Rick en Pachamachay; cueva situada frente a las
canteras de San Blas en el distrito de Óndores, Panalagua con Ramiro Matos y
Jhon Rick en el Lago Chinchaycocha; Daniéle Lavallée y Michélle Julien en
Telarmachay en San Pedro de Cajas, Uchkumachay con Peter Kaulicke y Ramiro
Matos; cueva que se encuentra en un abrigo rocoso en la Quebrada Tilarnioc
frente a la abandonada estación de ferrocarril en el flanco suroccidental del
Cerro Jircancancha entre las quebradas Huanchac y Pampa Negro Huañushca. (Facultad de
Arqueología PPJ –
feb. 1975 - UNMSM).
Lavallée y Julien, como asociadas del Centro
Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS siglas en francés),
dirigen el Proyecto Arqueológico Junín-Palcamayo entre 1975 y 1980, concentrándose
en las alturas de San Pedro de Cajas, al oriente de las punas de Junín, en los
Andes Centrales, donde hacen excavaciones, hallando evidencias de domesticación
de camélidos en el campamento estacional de Telarmachay y otras actividades
domésticas del hombre de ese lejano tiempo2. También
halló puntas líticas, semejantes a las de Lauricocha (distrito San Miguel de
Cauri, prov. de Lauricocha – Huánuco) y Ayacucho. Éste trabajo se complementó
con los de Ramiro Matos y Jhon Rick, que también realizaron excavaciones en las
punas de Junín. Pero, lo que más se complementó fueron con las investigaciones
de Peter Kaulicke y Matos quienes habían estudiado a los Uchkumachay, como
veremos más adelante.
Telarmachay es un abrigo rocoso situado a
una altura de 4420 msnm y a unos 8 kilómetros al noreste de San Pedro de Cajas,
prov. de Tarma - Junín. Cerca se halla
la Laguna de Parpacocha.
Los estudios sobre la meseta de Junín ha
sido de una importancia muy grande entender lo que ocurrió en la puna con la
presencia del ser humano. Gracias a ello se ha enriquecido la secuencia inicial
que fue propuesta por las investigaciones de Augusto Cardich en la puna de
Lauricocha. Fueron éstos hallazgos los que nos confirmaron por primera vez la
larga historia de ocupación de ese territorio por el ser humano. También
supimos por ellos de su correspondencia con la serie de eventos climáticos
ocurridos a partir de los 8000 años de nuestra era, cuando aproximadamente se
inicia el Holoceno. Por el momento, nuestra información sobre la historia de la
puna procede mayormente de Junín y Lauricocha, con un ambiente de puna más bien
húmeda y con un índice de precipitación cercano a los 1000 mm anuales3.
DRA. DANIELLE LAVALLE
Si bien la puna ofrece una cobertura vegetal que puede dar acceso a algunas raíces comestibles y algunas frutas, su ambiente es más bien favorable a la vida de animales esteparios como los camélidos andinos, de los que se conoce dos especies salvajes –la vicuña y el guanaco-: la primera, frágil y pequeña, del tamaño de una cabra grande; y el segundo, más grande y fornido como un burro o un caballo pequeño; la una, con una lana de fibra fina y larga, el otro, con una más corta. El guanaco es un animal de un hábitat más generalizado y vive desde el nivel del mar -en la Patagonia- hasta cerca del punto de las nieves, en las alturas. La vicuña, en cambio, es un animal cuyo hábitat se limita a la altura y su alimentación está muy ligada al tipo de pastos que en ella crece. Quizá ésta sea una de las causas por las que una de sus principales diferencias óseas (aparte del tamaño) se encuentre en la forma y proporción de los dientes incisivos, características que permiten distinguirlos arqueológicamente.
Aunque el clima frío de la estepa puneña
es poco atractivo, es muy beneficioso para los cazadores, quienes, en términos
de adaptación, tienen posibilidades de reproducir regularmente sus hábitos de
abrigo y consumo de alimentos, dado que los cambios climáticos, son
relativamente menores en términos estacionales. La diferencia entre el verano y
el invierno es de lluvia o sequía, más que de calor o frío.
Por ello, John W. Rick propone que la
población andina se mantuvo conservadora y estable. Su proceso de adaptación a
las condiciones de la puna –que le ofrecía abundante caza- hizo que la
población se especializara cada vez más en la vicuña y que logra un régimen de
vida casi sedentario, con desplazamientos regulares dentro de un circuito de
caza en las mismas mesetas de Junín y sus cercanías. En la estación húmeda era posible
la concentración de las bandas de cazadores en torno a sus cuevas; en la
estación seca, en cambio, estas se movilizaban en un circuito más amplio,
aproximándose a las zonas de lagunas u otras fuentes de agua a donde los
animales acudían para alimentarse.
En realidad no era necesario trasladarse
de hábitat, como tampoco los hacían los animales. Según Rick, este modelo
sedentario de vida fue posible debido a que en “la puna, un recurso, los
camélidos, podían ser explotado durante todo el año, y tenía una densidad
poblacional lo suficientemente alta como para no requerir los
desplazamientos…También es posible observar” –afirma- “que el sedentarismo en
la puna no produjo un cambio rápido hacia una organización más compleja” ni fue
un factor de estímulo para el crecimiento poblacional. Se trata de un
“sedentarismo” asociado a una suerte de equilibrio estable entre los recursos
animales disponibles y las bandas de cazadores.
Se trataría, realmente, de un modelo
adaptativo de la población, sin más alternativa de cambio que los posibles
desequilibrios causados por alteraciones del clima o cualquier otro agente
externo. El eje del cambio está fuera de la “cultura”, la cual se limita a
reproducir los mecanismos de adecuación que el medio le permite y a los que
está sujeta la población. Esta población ha logrado el equilibrio deseable
entre ella y su medio, y por lo tanto, no necesita cambiar… y no cambia. Por eso, según Rick, era una población
conservadora.
Al finalizar el Pleistoceno, cuya última
glaciación es conocida como Lauricocha, se inició un progresivo calentamiento
de la Tierra, con un consecuente retroceso de los glaciares y, por tanto, la
liberación de extensos territorios de la cordillera que estaban afectados por
el frío. Es en esta fase, llamada
“Jalca” por Cardich y que dura aproximadamente 2,000 años, cuando se ocupa la
mayor parte de la puna, por cazadores como los de Lauricocha, Telarmachay y
Pachamachay. Si bien algunas cuevas como Uchkumachay y Panaulauca parecen que
ya habían sido habitadas desde fines del Pleistioceno, es claro que el
crecimiento poblacional fue rotundo en ese tiempo.
La información paleoclimática accesible
indica que durante los años 13000 y 8000 a.C., que corresponden a la transición
climática, se produjeron varios cambios. El penúltimo periodo frío –Magapata-
(13500 – 11000 a.C.)-, cuando ya estaba ocupada la cueva de Pikimachay en
Ayacucho, fue sucedo por una época de temperaturas suaves, bautizado como
“Aguarico” (11000 – 10000 a.C.). Este cambio debe haber afectado de algún modo
la estabilidad de las plantas y animales de los valles intermedios como el de
Ayacucho, y permitido la ocupación de territorios más altos, como los de
Uchkumachay y Panaulauca en Junín4. Es la etapa final de la fase de
Ayacucho y -presumiblemente- la época en la que hicieron su aparición las
puntas “cola de pescado”, sea como un producto de intercambios o como un nuevo
contingente de cazadores migrantes.
El doctor Luis Guillermo Lumbreras
describe que, esta fase, de clima más o menos benigno, fue sucedida por la
última glaciación –Antarragá (10000 – 8000 a.C.)- que es la etapa en que los
animales pleistocénicos desaparecieron y fueron desplazados por una fauna
moderna. Es la época en que los cazadores iniciaron la ocupación extensiva de
la puna. Comían carne de camélidos y venados, sin una preferencia mayor por
algunos de ellos. El guanaco, la vicuña y los huemules coexisten en la puna, en
lucha contra el zorro y el puma. La cuidadosa observación de los seres humanos
hizo posible conocer sus hábitos de vida y reproducción, estableciendo un
cierto dominio sobre ellos.
Tomando en cuenta la detallada
información que tenemos sobre la cueva de Telarmachay, podría pensarse que al
comienzo no había una preferencia diferenciada de los cazadores por el consumo
de camélidos o venados. Esto cambió en los periodos posteriores, donde es claro
un creciente aumento del consumo de camélidos. La información de la fase VII,
la más antigua de la cueva de Telarmachay (La cronología de
las fases de Telarmachay es la siguiente: fase VII, 7000-5200
a.C; fase VI, 5200-4800 a.C.; fase V, 4800-3000
a.C.; fase IV, 3000-1800 a.C.; según Lavallée 1995),
indica que cerca del 65% de los huesos de los animales consumidos por los
cazadores pertenecían a camélidos (guanaco y vicuña) y que los venados llegaban
al 34%. Se presentó un cambio en las fases siguientes: en la fase VI, el 78%
eran camélidos y 21% cérvidos; al final de la fase V, 86% eran camélidos y
apenas 13% venados; finalmente, en la fase IV, los camélidos llegarían a ser
casi el 90% del consumo. Estos cambios indican que hubo una disminución de
venados o un incremento de camélidos. Quizá fue solo un cambio de preferencias
por la carne y piel de unos sobre la de los otros, mismo que pudo estar
asociado a las condiciones favorables o desfavorables de los procesos de caza.
Sea cual fuera la causa, los cambios son evidentes.

YACIMIENTO ARQUEOLOGICO DE TELARMACHAY
Los milenios del sexto al cuarto, donde se ubican las fases VI y V de Telarmachay, coinciden con el optimun climaticum –fase Yunga- que, obviamente, fue favorable a los cazadores. Ellos iniciaron su progresiva preferencia por la carne de los camélidos. En realidad, no estaban cuidando de la reproducción de los animales con un programa de preservación de la especie, sino todo lo contrario. Desde el comienzo, en la cueva de Telarmachay, junto a restos de animales jóvenes y adultos, hembras y machos, se encuentra también huesos de animales recién nacidos e incluso fetos, lo que puede significar que mataban a las hembras preñadas. De esto, Daniéle Lavallée y sus asociados deducen que la cueva fue ocupada principalmente durante el verano (periodo de lluvias de noviembre a marzo), época en la que se produce la aparición de los camélidos. Puede haber ocurrido, también, que la carne más apetecida era la tierna de los más jóvenes que, además, eran más fáciles de cazar. Desde luego, el verano es la época. Pero, concluida la época de parición, desde abril, quedaban los jóvenes y unos meses más tarde las hembras preñadas, cuyos fetos las acompañaban durante los once meses de gestación, de verano a verano.
No parece una caza indiscriminada de
animales. En los indicios de la fase V, más de 36% de los huesos de camélidos
es de neonatos, y en la época tardía de la misma fase, hacia 3700 – 3000 a.C.,
pasan a ser casi 57%; es decir, más de la mitad de las piezas. En la época en
la que el consumo de camélidos es dominante. En la fase IV, los neonatos son el
73% de la dieta. En aquel tiempo, el consumo de la carne estaba constituido
casi exclusivamente por camélidos, pues los venados apenas suplían el 9% del
total.
No cabe duda que todo esto revela un
proceso que solo simplificándolo se puede calificar de “adaptación”. Si el
proceso era solo de caza y todos los habitantes de caza y todos los habitantes
de la puna estaban haciendo lo mismo, se trataría de una masacre de camélidos
que debería de haber conducido a su extinción, puesto que morían recién
nacidos. Pero las evidencias recogidas en Telarmachay informan otra cosa:
cuando el proceso de capturas de crías de camélidos llegó a su punto más alto,
en ese mismo contexto, muchas de las crías muertas y otros adultos ya no eran
únicamente guanacos (Lama guanicoe) o
vicuñas (Lama vicugna), pues al
parecer una nueva especie estaba presente (en la fase V de Telarmachay, en
plena fase Yunga de la historia climática): la alpaca (Lama pacus).
Cuando se llegó a la fase IV de
Telarmachay, el consumo de animales tiernos llegó a ser el 73% de la carne
beneficiada. Si asumimos que, para entonces, una buena parte de los animales
sacrificados ya eran “producidos” por crianza –y, de este modo, la “masacre”
era discriminada-, se puede tener un cierto control sobre la cantidad de
animales sacrificados y la garantía de su reproducción. No tuvo que existir
ningún “impulso domesticador” ni ninguna “decisión alternativa” frente a una
eventual carencia de animales. Es solo el proceso de progresivo dominio humano
de las reglas de vida de los animales y
el acondicionamiento –también progresivo y no necesariamente consciente- de
estas a sus manadas de consumo.
La domesticación de los camélidos apareció
como una secuela “natural” del proceso y no como una decisión compleja ni
forzada. La vida de los cazadores no estuvo sujeta a cambios “revolucionarios”
ni mucho menos traumáticos. Su paso a la condición de pastores no excluyó el
mantenimiento de sus viejas costumbres, ni demandó formas de organización muy
diferentes a las que ya tenían establecidas.
Seguramente, aparecieron nuevas formas de
división de trabajo en el seno de las bandas, con participación más activa de
todos sus componentes.
En el nivel IV de la cueva de Pachamachay, situado cerca del lago
Chinchaycocha, entre los milenios sexto y quinto, cuando debieron estar dándose
los primeros pasos hacia la creación de la nueva especie, aparecieron los
restos enterrados de una mujer joven, junto a un grupo de artefactos que ha
sido interpretado como un “ajuar
destinado al trabajo de las pieles” (Lavallée 1995). Al parecer estaban
dentro de una bolsa colgada de la cintura, que contenían instrumentos de piedra
y hueso, en cuyas huellas de uso se ve que tenían esa función. Puede ser la
evidencia de una forma de trabajo entre hombres y mujeres, en que ellas
realizaban las tareas de transformación de las materias primas en alimentos o
utensilios para el consumo. Si eso fue así, podríamos presumir que el trabajo
femenino estaba ligado a una estancia más permanente en la cueva o abrigo, y
que podrían haber sido las mujeres las encargadas de la conducción de las
actividades de crianza de los incipientes rebaños de camélidos en las
proximidades de la vivienda, mientras los hombres continuaban sus labores de
caza.
En la información de cambios provocados en
la población humana no es mucha. Cardich advirtió que en Lauricocha se produjo
un aumento de la población a partir de su periodo II (6000 – 4000 a.C.) y sobre
todo durante el periodo III (4000 – 2000 a.C.), cuando fueron ocupadas
prácticamente todas las cuevas de la región. Asimismo, logró definir cambios en
el equipo instrumental de los cazadores, donde el más típico fue la reducción
del tamaño de las puntas de proyectil. En Telarmachay no ha sido posible
encontrar información sobre lo primero; en cambio, sí se advierten cambios
similares a los de Lauricocha en lo relativo a los instrumentos de caza. Si
bien desaparecieron dos o tres tipos de puntas entre los milenios quinto y
cuarto (fases VI y V), aparecieron tres y hasta cuatro nuevas formas en las
mismas fases e incluso una nueva en la IV. No se puede negar que se trata de un
indicio de cambios en más de una costumbre entre esos cazadores que estaban en
camino a convertirse en pastores.
Parece, de otro lado, que los cazadores
–que estamos asumiendo que tenían mucha comida disponible y que vivían en
“equilibrio” estable con una naturaleza a los que ellos estaban “adaptados”-
tenían un desgaste energético superior a sus fuerzas o, simplemente, estaban
mal alimentados. La mujer joven, de unos 20 años, y el niño, de unos pocos
meses de nacidos, que fueron encontrados en los entierros 2 y 3 de Telarmachay
VI , presentan configuraciones óseas que hacen presumir desnutrición (Guillen
1995), la misma que en este caso sería endémica. Otra mujer, de unos 50 años,
encontradas en el entierro 1 de la misma época, tenía evidencia de artrosis en
el brazo derecho –al igual que otro hueso humano encontrado en otro lugar- lo
que puede ser indicio de una patología derivada de un uso excesivo del brazo,
quizá asociada a la preparación de pieles. Si ésta fue una de las tareas
domésticas a cargo de las mujeres, ellas estarían llevando una vida bastante
dura, entre otras causas, por los dolores que se derivan de una artrosis. No
parece, pues, que se trate de una población con un eficiente índice de
“adaptación”, sino más bien con condiciones de vida difíciles y con
deficiencias alimentarias; pero habrá que conocer más casos porque, por ahora,
la muestra es de solo tres o cuatro individuos y, uno de ellos, incompleto. Ya
es bastante especulación para tan pocos testimonios, aun cuando son el 100% de
los restos humanos conocidos.
De otro lado, al comentar los hallazgos de
restos humanos en la cueva, el informe de Lavallée y sus asociados, provee una
noticia muy interesante:
“En los niveles V sup. y
IV, diversos fragmentos humanos han sido encontrados en un contexto
indudablemente in situ, mezclados a otros vestigios: una media mandíbula, un fragmento de
vértebra y un omóplato perteneciente a un niño…; una falange de individuo
adulto…; un fragmento de costillas y un fragmento de parietal pertenecientes a
individuos adultos…; un fragmento de vértebras de adulto…; un fragmento de
mandíbula de niño… Estos restos no han podido ser arrojados allí donde los
hemos encontrado sino durante la ocupación correspondiente”.
Se trata de fragmentos de huesos humanos
confundidos con los demás desechos de la actividad doméstica, tales como restos
de comida. Los autores del informe piensan que se originan en la destrucción de
sepulturas más antiguas al hacer la limpieza de la cueva. Situación que, desde
luego, es posible (Lavallée
1995:306. Los niveles arqueológicos V sup. y IV corresponden, aproximadamente, al
lapso comprendido entre el 3500 2000 a.C.). Pero, no
se trata de un hallazgo aislado, sino, por el contrario, de uno recurrente en
los asentamientos centro-andinos a partir del segundo milenio antes de nuestra
era (Lumbreras 1989:207-216; Rick, 1980:234; tabla 10.1; Wing 1980: tablas 8.1
y 8.6; Bonavia 1982:397; Uhle 1925). En las excavaciones de Pachamachay se
encontraron restos similares en tiempos del segundo milenio; Elizabeth Wing
encontró lo mismo en la fase III y IV de la cueva del Guitarrero, lo que no
ocurría en las precedentes; Duccio Bonavia, encontró una muestra semejante en
la costa central, tuvo una reación similar a la del equipo de Lavallée: “El
primer hecho extraño que hemos observado en la cueva de Los Gavilanes (Huarmey – Ancash) y que se
repiten en casi todos los sitios precerámicos costeños , es la gran cantidad de
huesos humanos dispersos en la basura o entre los restos de construcciones…” -y
concluye- que “serían restos disturbados de antiguas sepulturas”.
Más adelante, al comentar Lavallée los
hallazgos de puntas de proyectil, el informe de Telarmachay sostiene que:
“Queda un punto no
elucidado y cuya opacidad es tanto cuanto no se trata de un fenómeno específico
de Telarmachay. El aumento progresivo desde la fase V inf.; de la cantidad de
puntas de dardo en relación con las otras categorías de herramientas, es difícilmente
explicable… Su frecuencia, relativa y absoluta, alcanza su máximo en la fase
IV, al momento en que la domesticación está, sin duda alguna, plenamente
comprobada, y que el sitio de Telarmachay, lejos de ser un ‘campamento de caza
especializada´ como lo han sugerido algunos, es más bien el lugar donde son
guardados, cuidados y utilizados animales domésticos… ¿Debemos evocar, como
última hipótesis, la guerra, corolario ‘indispensable’ de los recursos y los
bienes, de la toma efectiva de posición de un territorio –los pastos- por un
grupo del aumento demográfico como consecuencia de éstas innovaciones? Ninguna
de éstas fuentes de conflictos potenciales nos parece suficiente para el caso
que nos ocupa”.
Es una pregunta que vale la pena asociar
con los hallazgos de huesos humanos en la basura y las deficiencias
alimentarias que muestran.
Nosotros creemos que se trata de
antropofagia, asociada a conflictos guerreros provocados por la definición de
los derechos de posesión territorial, cuyo valor agregado es el ganado.
Los pastores no estaban acumulando
riquezas; pero como producto de su trabajo y sus cuidados –que seguramente
incluyen la construcción rudimentaria de los corrales circulares que están
cerca de la cueva-, se desarrollaban animales que, por tanto, “eran suyos” y no
estaban a la libre disposición de los demás cazadores, como ocurre con los
animales de la puna, lo que ha llevado a sostener que aquella zona fue el
centro de domesticación de dichos
animales (llamas y alpacas), hacia
La información sobre la vida de los cazadores de
aquella época lo tienen los hallazgos de Guitarrero. Aparte de mostrarnos
instrumentos de madera y huesos en buen estado de conservación –tales como
cuchillos, punzones o ramas secas que usaron para la producción del fuego-, hay
restos de cordeles, cestos y tejidos, que nos permiten reconstruir la evolución
de éstas técnicas, desde sus formas más elementales hasta su formal definición
artesanal.
Los textiles de la cueva del Guitarrero son los más antiguos de los que
hay noticia en América. Desde los inicios de la fase II (aproximadamente 7000 a
6000 a.C.); se inician tejidos entrelazados tanto sueltos como rígidos, que
dieron origen a la textilería propiamente dicha y también a la cestería
(Adovasio y Moslowski. La traducción al castellano es del doctor Luis Guillermo
Lumbreras).
Es interesante advertir que estos tejidos son funcionalmente cestos o
bolsos y que, aparentemente, no hubo telas o lienzos que pudieran usarse para
vestir. En Telarmachay, el cadáver de una mujer joven, de la fase VI, tenía un
grupo de instrumentos de trabajo que aparentemente estaban dentro de una bolsa,
que bien pudo ser similar a la de Guitarrero II. Eso significa que, donde sea
quienquiera que descubrió el tejido, difundió rápidamente la manera de hacerlo,
convirtiéndose en un utensilio de gran éxito para los cazadores-recolectores de
un extenso territorio, a menos que se hubiera reinventado en varias partes de
modo casi simultáneo.
También aparecen las primeras evidencias
de contextos funerarios, el probable retiro intencional del cráneo de uno de
los individuos de Telarmachay que deja abierta la posibilidad de una noción de
ancestralidad. Telarmachay, pues, evidencia que los primeros pobladores de
Qaqash fuerón los primeros pastores de América6, y también los
primeros en plasmar la textilería junto con los Guitarreros II.
VEASE EN PRIMERA FILA AL IMPONENTE CHUYAK Y SURCANDO EN CERRO EL PERFIL DE PUKARA
Los investigadores también plasman en su
tesis que en el periodo Formativo Andino, que cronológicamente se sitúa luego
del arcaico, entre 1800 y
Los Telarmachay, en principio, se habrían
trasladado al Cerro Chipian y Capilla Machay (Jhon W. Rick y Daniéle Lavallée - 1983),
ya que son los límites de la cuenca de origen glaciar y cerca de las fuentes de
agua y que esto fue favorable para la instalación de los grupos humanos, pues,
las evidencia que se consiguieron principales elementos culturales tales como
pinturas rupestres; escenas pintadas con ocre rojo, (pigmentos más frecuentes
empleados en el arte rupestre) que representan cazadores, camélidos, venados,
vizcachas, aves; y lo que es más importante la pintura de la cruz andina, que
evidencia que los pobladores tanto de Chipian y Capilla Machay ya tenían noción
de grupo humano o clan.8
En las postrimerías del Formativo Andino,
los Chipian se dividen; una parte se trasladan a las alturas rocosas de
Cachipukio, y la otra parte se sitúan en las laderas del rocoso Chuyak, donde
también habría nacido una cultura pre inca.9
TELARMACHAY PERIODO
LITICO DE LOS ANDES 1600 – 2000 A.C FACE
VII 7000 – 5200 A.C ( Lavallée) LOS TELARMACHAY SE DIVIDEN EN DOS: : |
CERRO CHIPIAN ARCAICO
ANDINO 6000 – 2000 a.C. |
CAPILLA MACHAY ARCAICO
ANDINO 6000 – 2000 a.C |
SE TRASLADAN
ENTRE EL ARCAICO
TARDÍO 3000 – 2000
a.C. |
SE TRASLADAN
ENTRE: EL ARCAICO
TARDÍO 3000 – 2000
a.C. |
1- CACHIPUKIO FORMATIVO
ANDINO (1800 – 100 a.C.) Subsistieron al periodo Intermedio Tamprano o
Desarrollos Regionales (I a.C – 600 d.C.) |
2.- PATAMARKA FORMATIVO
ANDINO (1800 – 100 a.C.) Subsistieron al periodo Intermedio Tamprano o
Desarrollos Regionales (I a.C – 600 d.C.) |
3.- CHUYAK FORMATIVO
ANDINO (1800 – 100 a.C.) Subsistieron al periodo Intermedio Tamprano hasta
los Estados Regionales siglo XI de nuestra era y fueron absorbido por los
Waris y luego por los Wankas |
4.- LOS PUKARÁ FORMATIVO
ANDINO (1800 – 100 a.C.) Subsistieron al periodo Intermedio Tamprano o Desarrollos
Regionales (I a.C – 600 d.C.) |
SE DIVIDEN: |
a.- AYLLU PATAMARKA |
b.- AYLLU QAQASHMARKA (CACHIPUKIO) |
PERIODO DE LOS ESTADOS REGIONALES SIGLO XI DE
NUESTRA ERA |
1. LOS YANARRUCOS 2. LOS PATARAS 3. LOS PARAPACOS 4. LOS MUCHANACUSHAS 5. LOS ANTACOCHAS 6. LOS CHAGACHUCCHOS 7. LOS LLACZAS 8. LOS HUACHUCANCHAS 9. LOS PURHUARACRAS 10. LOS TINGOS 11. LOS TILARNIUK 12. CLAN DE PARCELEROS DE
CURIAQCOCHA Y CORMACOCHA |
1. LOS TURPUPUNTAS 2. LOS PATACANCHAS 3. LOS LAJUAPUKIOS 4. LOS ALCACOCHA CANCHA 5. LOS JAKAKANCHAS 6. LOS COLPASPUGUYO 7. LOS ATANACANCHAS 8. LOS YURACCACAS 9. LOS ALCORAN 10. LOS UCRUCANCHAS |
SIGLO XV |
HASTA |
SAN PEDRO DE PAMPAS DE QAQASH 05 MAYO 1627 |