jueves, 7 de marzo de 2019

CONQUISTA ESPAÑOLA: UNA EMPRESA MERCANTIL

CONQUISTA ESPAÑOLA: UNA EMPRESA MERCANTIL
POR: JOSÉ A. GAMARRA AMARO
   

    Las empresas conquistadoras tuvieron un carácter privado. Fueron financiadas por sus participantes, que aportaban con su capital y sus armas.
     Estos “agentes económicos” venían con su casco, con su morrión, sus rodelas, botas, espadas, perros y otras lindezas. Pero también con varios poderes notariales bajo el brazo, cuyo tenor dejó en claro que estaban ante la actividad de los agentes de campo al servicio de sectores comerciales de península ibérica. Semejante enunciado queda claro a luz de los papeles de Coaque, como se conoce a un  conjunto de documentos emitidos por ésta gente cuando acamparon unos meses en un paraje nombrado Coaque y situado bastante más cerca de Panamá que del Perú. Los papeles pertenecen a la así llamada Harkness Collection y se encuentran al presente en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
     Ahí, en Coaque, los hombres de Pizarro permanecieron varios meses, de modo que asentaron papeles y montaron una oficina, por así decirlo. Ocurre que de cada diez papeles, nueve eran poderes. Sí, CARTA PODERES, donde se autorizaba a éstos futuros “hombres de Xajamarca” a representar a firmas comerciales y mercaderes de Panamá, poderes de mercaderes de Santo Domingo, de la Nueva España –como se llama allá a México-  y ciertamente de Sevilla y Cádiz. Poderes, ¿para qué? Para comprar caballos, para llevar piedras preciosas (oro y plata), para poseer esclavos e iniciar labores de minería a gran escala.
     Es decir, estamos ante una suerte de reventón mercantil y quien ve con calma la vida de Lucas Martínez Vegazo (Efraín Trelles Aréstegui-PUCP 2003), verá que ese fue el espíritu generalizado del colonizador. Incluso los trabajos de James Lockhart sobre los españoles que se hallaron en Cajamarca al momento de la captura del Inca revelan que –si bien su jefe Pizarro era analfabeto de padre y de madre- la mayoría de ellos tenían instrucción y mentalidad empresarial.   El Estado español solo no pudo hacer eso, en ese momento pasaba por una economía magra y paupérrima. ¿Se encargó de organizar?, sí. ¿Vigilar y administrar los nuevos territorios? Sí.
     Éste fenómeno fue ocultado por una leyenda negra, que no dudó en presentar  a la hueste de Pizarro como una manga de ignorantes y muertos de hambre. Ignorantes en algunas cosas sí lo fueron, muertos de hambres también, pero que no nos dijeran que eran unos “ratas”, está mal, ¡¡por mi madre!!
     Los conquistadores fueron soldados profesionales. Es verdad que el Inca bajó a Cajamarca con  miles de acompañantes, pero no eran guerreros. Ochenta eran cargadores de su anda, ciento cincuenta músicos, noventa bailarines, doscientos hombres que conformaban el escuadrón que barrían el camino por donde habría de pasar, (Antonio de Herrera, 155 ab 156ª).  A éstos indefensos es el que se enfrentó Pizarro y sus secuaces. No hay duda que el exceso de confianza conspiró contra Atahualpa. Sus reportes de inteligencia lo condujeron a despreciar la capacidad de sus oponentes, a considerarlos casi subhumanos en la mejor escuela del racismo universal.
      El soldado hispano utilizaba como protección un casco de acero, una cota de malla, la adarga, un peto y un espaldar metálico. Como armas ofensivas, el arcabuz, la espada corta y el hacha o maza. El de caballería utilizaba además, una larga lanza o pica de madera con punta de acero.
    Mientras los pueblos originarios no contaban con elementos que protegieran su cuerpo. Portaban la waraca (honda), el champi (porra estrellada), waman champo (porra grande), el cuncacuchuna (especie de hacha); los ayllos o liwi, las lansas chuqui, el winomacana que eran porras de chonta.

    Atención: quien escribe quisiera que de una buena vez terminasen los maniqueísmos en ambos frentes. Es igualmente falso y dañino sostener que los españoles vencieron porque eran seres superiores o retrucar argumentaciones en contrario, señalando que de no haber sido así no podría haber llegado la evangelización. Amén.