CONQUISTA ESPAÑOLA: UNA EMPRESA MERCANTIL
POR: JOSÉ A. GAMARRA AMARO
Las empresas
conquistadoras tuvieron un carácter privado. Fueron
financiadas por sus participantes, que aportaban con su capital y sus armas.
Estos “agentes económicos”
venían con su casco, con su morrión, sus rodelas, botas, espadas, perros y
otras lindezas. Pero también con varios poderes
notariales bajo el brazo, cuyo tenor dejó en claro que estaban ante la
actividad de los agentes de campo al servicio de sectores comerciales de
península ibérica. Semejante enunciado queda claro a luz de los papeles de
Coaque, como se conoce a un conjunto de
documentos emitidos por ésta gente cuando acamparon unos meses en un paraje
nombrado Coaque y situado bastante más cerca de Panamá que del Perú. Los
papeles pertenecen a la así llamada Harkness
Collection y se encuentran al presente en la biblioteca del Congreso de los
Estados Unidos.
Ahí, en Coaque, los hombres
de Pizarro permanecieron varios meses, de modo que asentaron papeles y montaron
una oficina, por así decirlo. Ocurre que de cada diez papeles, nueve eran poderes. Sí, CARTA PODERES, donde se autorizaba a
éstos futuros “hombres de Xajamarca” a representar a firmas comerciales y mercaderes
de Panamá, poderes de mercaderes de Santo Domingo, de la Nueva España –como se
llama allá a México- y ciertamente de
Sevilla y Cádiz. Poderes, ¿para qué? Para comprar caballos, para llevar piedras
preciosas (oro y plata), para poseer esclavos e iniciar labores de minería a
gran escala.

Éste fenómeno fue ocultado por una leyenda
negra, que no dudó en presentar a la
hueste de Pizarro como una manga de ignorantes y muertos de hambre. Ignorantes
en algunas cosas sí lo fueron, muertos de hambres también, pero que no nos
dijeran que eran unos “ratas”, está mal, ¡¡por mi madre!!
Los conquistadores fueron
soldados profesionales. Es verdad que el Inca bajó a Cajamarca con miles de acompañantes, pero no eran
guerreros. Ochenta eran cargadores de su anda, ciento cincuenta músicos,
noventa bailarines, doscientos hombres que conformaban el escuadrón que barrían
el camino por donde habría de pasar, (Antonio de Herrera, 155 ab 156ª). A éstos indefensos es el que se enfrentó
Pizarro y sus secuaces. No hay duda que el exceso de confianza conspiró contra
Atahualpa. Sus reportes de inteligencia lo condujeron a despreciar la capacidad
de sus oponentes, a considerarlos casi subhumanos en la mejor escuela del
racismo universal.
El soldado hispano utilizaba como protección un
casco de acero, una cota de malla, la adarga, un peto y un espaldar metálico.
Como armas ofensivas, el arcabuz, la espada corta y el hacha o
maza. El de caballería utilizaba además, una larga lanza o pica de madera con
punta de acero.
Mientras los pueblos
originarios no contaban con elementos que protegieran su cuerpo.
Portaban la waraca (honda),
el champi (porra estrellada), waman champo (porra grande),
el cuncacuchuna (especie de hacha); los ayllos o liwi, las
lansas chuqui, el winomacana que eran porras de chonta.
Atención: quien escribe quisiera que de una buena vez terminasen los
maniqueísmos en ambos frentes. Es igualmente falso y dañino sostener que los
españoles vencieron porque eran seres superiores o retrucar argumentaciones en
contrario, señalando que de no haber sido así no podría haber llegado la evangelización. Amén.